SALVAR VIDAS EN MEDIO DEL DESASTRE
Juan Boari, a 15 años de haber vivido el terremoto en Haití: “En esos días perdí 8 kilos y sentí que envejecí 10 años”
A poco de terminar su misión humanitaria junto a la ONU en Haití, el cirujano gualeguaychuense y arengador de Marí Marí se vio en medio del terremoto que asoló la isla en enero de 2010. Hoy, a la distancia, rememoró los detalles sobre cómo sobrevivió a una de las mayores catástrofes naturales de la historia y luchó por salvar vidas en las condiciones más extremas.
Ya sea por su labor como médico cirujano, por el rol público que ocupó en años anteriores como concejal o por ser el gran animador de la comparsa Marí Marí, no hay dudas de que Juan Boari es una figura reconocida dentro de la comunidad de Gualeguaychú. Con la misma energía con la que mueve a multitudes cada sábado en el Corsódromo, emprendió distintos desafíos en su vida profesional. Uno de ellos supuso un reto inimaginable, del cual pudo sobrevivir de milagro y darlo todo para salvar vidas en las condiciones más duras: el terremoto de Haití de 2010.
Hace 15 años, el país considerado más pobre de América y uno de los más pobres del mundo sufrió un terremoto de magnitud de 7.3 en la Escala de Richter, lo cual dio paso a una de las catástrofes humanitarias más graves de la historia reciente. Boari estuvo ahí, antes, durante y después de la tragedia, donde prestó asistencia médica junto al Cuerpo de Paz de la ONU, más conocido como “los Cascos Azules”. En diálogo con Ahora ElDía recordó aquella experiencia imborrable por el dolor y la desesperación, pero también de humanidad y de sobreponerse a toda adversidad para ayudar al que lo necesita.
¿Cómo llegaste a Haití y cómo fue tu experiencia durante esos meses previos a la tragedia?
- Hacía la residencia de cirugía en el Hospital Ramos Mejía. Viajé a unas jornadas de cirugía en Mendoza, y conocí a un colega que era Vicecomodoro. Él me dijo que debería ir a Haití y hacer una misión humanitaria, que ahí iba a operar desde una cesárea hasta una persona baleada. Entonces tenía 31 años, estaba soltero, terminando mi residencia, y me pareció una experiencia sumamente enriquecedora, sin saber que iba a haber un terremoto al final de ella. De Haití no conocía nada. Ese año me formé en Campo de Mayo, en un ambiente netamente militar, porque el hospital reubicable al que iría en Puerto Príncipe era militar. Pertenecíamos a los cascos azules de la ONU, de los que Argentina brinda la parte médica. Salimos en julio de 2009, con 5 o 6 grados, y llegamos a Puerto Príncipe con 40 grados. Todo el tiempo hay una humedad impresionante. Y hay una desigualdad social muy grande. El 25% está en extrema pobreza. En su capital, 4 millones de habitantes viven prácticamente sin cloacas, tienen muy poco tiempo de luz eléctrica, no hay recolección de basura y no hay seguridad.
Te impresionó de entrada…
- Fue un shock para mí. Los primeros meses fueron muy emocionantes. Conocer esa cultura, trabajar en esa situación tan extrema, donde hay mucha violencia y pobreza, mucha inseguridad. Nuestro trabajo era de todos los días. Vestíamos y hablábamos como militares. Operábamos a los heridos de enfrentamientos, baleados, apuñalados, accidentes de tránsito. Tanto a personal de la ONU como a haitianos. Podíamos trabajar bien, contábamos con todos los recursos y estábamos muy bien organizados. Pero todo era muy duro.
¿Cómo fue sobrevivir al momento del terremoto y cómo fueron las horas y días que le siguieron?
- El 21 de enero terminábamos la misión. El 12 de enero fuimos a comprar regalos para llevar a nuestras familias. Estábamos en un supermercado y de repente empezaron los movimientos, primero un temblor fino y después de gran amplitud. No sabía si estaban bombardeando y no entendía nada. Empezamos a los gritos, había mucha gente. Caí al piso de rodillas y me metí debajo de la máquina registradora y entonces vi que cayó la viga del techo y me dije ‘esto no va a aguantar’. Éramos siete: cuatro médicas, dos médicos y un enfermero. Decidimos salir. Era un mundo de gente gritando, y el piso se seguía moviendo. No escuchábamos nada, se caían las góndolas, no veíamos nada por el polvillo. Alcanzamos a salir y veíamos cómo los edificios se derrumbaban. Una de mis compañeras se dio cuenta que faltaba alguien del grupo, así que con el enfermero, Daniel Salvatierra, entramos. Entramos con un miedo bárbaro, pero la rescatamos. Después supimos que ahí murieron 50 personas, mientras que nosotros no tuvimos más que unos golpes.
El hecho de vivir un terremoto es una experiencia inigualable, y aun así Boari intenta poner en palabras todo lo vivido. El Hospital reubicable en el que trabajaban él y el resto del grupo estaba a más de 40 cuadras, y tardaron dos horas en llegar. Eran millones las personas que deambulaban por las calles de Puerto Príncipe. Al mismo tiempo, caía sin cesar una llovizna de polvo y vidrio. Vieron muertos y heridos durante todo el trayecto, y los haitianos ponían a los chiquitos en las ventanillas de la camioneta para que los atendieran. Alcanzó a enviar un mensaje de texto a su novia, hoy en día su mujer, a quien solamente le escribió “Hubo un terremoto, estoy bien” y no volvió a tener comunicación. Cuando llegó al hospital había unas 5.000 personas queriendo entrar para ser atendidos.
¿Cómo fue la atención a los heridos en medio de tanto caos?
- Durante la primera cirugía nos agarró una réplica del terremoto y tuvimos que terminarla en el patio, al aire libre. Había un sector donde operábamos arrodillados en el piso y con la antisepsia que se podía. Todo fue durísimo. Había montones de muertos, y los heridos no paraban de llegar. Empezamos a operar el martes a las 8 de la noche y terminamos el viernes a las 10 de la mañana. Prácticamente ni descansamos. Salvamos a muchos, pero se nos murieron muchos también. En esos días perdí 8 kilos y sentí que envejecí 10 años.
Tres o cuatro días después del terremoto, en las calles de Haití seguía habiendo muertos por todos lados. Literalmente era un país derrumbado, rodeado de muerte y sufrimiento. Esas semanas Boari y sus compañeros trabajaron sin parar, hasta que al décimo día llegó el avión Hércules con los reemplazos. “Nosotros estábamos bien organizados pero nos habíamos quedado sin elementos, como oxígeno o gasas. No teníamos lo mínimo indispensable. No podíamos generar ni nuestra agua potable porque todo se había desbordado”, se lamentó.
¿Cuáles fueron las situaciones más críticas que te tocó afrontar?
- Todas las situaciones fueron críticas, pero te acostumbrás porque convivís con la muerte. En un momento, mientras estábamos operando en el piso, llegó un capitán chileno y nos informó que había alerta de tsunami y que llegaba en 11 minutos. Algunos salieron corriendo, otros nos quedamos. Al final no vino, gracias a Dios. Después, una situación muy dura que me tocó afrontar fue al tercer día, cuando a un chiquito de 6 o 7 años tuve que terminar de amputarle la mano con una tijera, sin anestesia. El chiquito lloraba, el padre que lo abrazaba lloraba, y yo lloraba también.
¿Qué te ayudó a seguir adelante en circunstancias tan duras?
- Pensar en mis viejos, pensar en mi mujer. Pensar que en Gualeguaychú en ese momento había Carnaval, estaban desfilando las comparsas y vivían todo con alegría. El mundo seguía en movimiento, mientras allá se había paralizado todo y esperaban que llegara la muerte. Lo único que pensaba era querer estar en Gualeguaychú, querer estar con mi familia, querer salir de ahí y no ver tanta muerte.
¿Qué sensaciones encontradas te generó integrar los Cascos Azules?
- Fue una experiencia muy enriquecedora. Estoy muy contento de haber podido vivir una experiencia de ayuda humanitaria. Pero es muy doloroso y sufrido. Son situaciones muy extremas. Para mí la ONU no es lo que aparenta porque es manejada por los 4 o 5 países más ricos y poderosos del mundo. Ellos tranquilamente podrían hacer la vida un poco más justa. La realidad es que el haitiano pasaba a un segundo plano, primero debíamos atender a los soldados de la ONU, y después a los haitianos. Por ejemplo, una chica parió en una especie de camioneta, y cuando quiso ingresar al hospital para que la ayuden a sacar la placenta, mi jefe no me dejó, pero cómo se estaba yendo finalmente la pude atender. Hay miles de casos donde la ONU en ese sentido deja mucho que desear.
¿Cómo fue la vuelta a casa?
- Fue durísima. Volvimos en el Hércules. Un viaje de 17 horas en un avión que no presuriza. Para colmo, con todo el trauma que habíamos vivido. Pero llegamos a casa, me recibió mi familia, mi mujer, mis viejos y mis hermanos, todos con mucho amor. Estuve muy mal durante muchos meses: tuve pesadillas durante, me despertaba con temblores y sentía que volvía a vivir réplicas del terremoto. Con el tiempo volví a vivir la vida que tenía antes, con toda esta experiencia al hombro y los recuerdos.
Hoy, a la distancia y con otra perspectiva: ¿cómo recordás esa experiencia y qué reflexiones te genera?
- Estas experiencias son tan duras que no sé si sirven para algo. Es horrible, no sé para qué sirve. Quizás para ponerte un poco en plano sobre lo que normalmente a uno le preocupa y después te das cuenta que es una tontería. Igualmente, no podés vivir la vida con la vara de Haití porque todo sería una estupidez. Uno vuelve a preocuparse por las cosas un poco más banales de la vida. Pero como reflexión, yo digo siempre que vivan la vida, que disfruten cada momento, tanto los chiquitos como los grandes también. Disfruten de tomar un mate y también de un carnaval con 30.000 personas. Hagan lo que quieran, lo que les gusta y no vivan nunca bajo presión. Viví y tratá de ser feliz, y también siempre tratá de ayudar.