LA TORTURA
Humanos deshumanizados
Forma parte de la historia de la humanidad. Creció con ella. Se perfeccionó con ella. ¿En qué lugar oscuro de nuestra psique anidará el placer de la tortura?
Por Luis Castillo*
Casi no hay lugar del mundo (el casi es por una simple cuestión de desconocimiento personal) en donde no exista o haya existido la tortura como método de interrogatorio o de castigo. Cuando no de modelo ejemplificador, tal como se justificaba la realización pública de las mismas.
Es interesante rastrear los basamentos jurídicos —ya que no siempre estuvo condenada la tortura— dado que los primeros datan del siglo III, con Ulpiano, que coincide con Azo, un jurisconsulto romano que, mil años más tarde afirma como su antecesor que la tortura solo procura llegar a la verdad. En el siglo XVII, otro jurista, Bocer, escribía: "La tortura es el interrogatorio mediante el tormento del cuerpo, respecto a un delito que se sabe que ha sido cometido, ordenado legítimamente por un juez con el fin de obtener la verdad". Tan solo analizar esta frase ya provoca escalofríos. Sin embargo, por increíble que parezca, no fue hasta 1975 en que las Naciones Unidas redactaron la hoy famosa “Declaración sobre la protección de todas las personas contra la tortura” en la cual, en su artículo 3° podemos leer: “Ningún Estado permitirá o tolerará tortura u otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. No podrán invocarse circunstancias excepcionales tales como estado de guerra o amenaza de guerra, inestabilidad política interna o cualquier otra emergencia pública como justificación de la tortura u otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes.”
Es interesante destacar, no obstante, que dicha declaración fue posterior a la finalización de la guerra de Vietnam en donde, se conoce, se llevaron a cabo verdaderas aberraciones en esta cuestión y que fueron perfecta y siniestramente documentadas, como lo fueran las cometidas por los vencidos nazis que seguían siendo el paradigma de la maldad y de lo que no debería volver a verse ni siquiera durante una guerra. Para eso fue que se llevó adelante la Convención de Ginebra en 1949 y se expresó, en su artículo 13⁰ que los prisioneros no deben ser sometidos a "ninguna tortura física o moral" ni a ninguna forma de presión o trato degradante o humillante. Pero claro, ya habían pasado muchos años y quizás pocos la recordaban, como sucedió en nuestro país a partir del año siguiente. O en Uruguay. O en Chile. O en Brasil. O en Bolivia.
Hace un mes o una semana o un día, no importa cuándo, leemos que en Ucrania, hay guerra, violaciones y torturas. No leemos (esos países están demasiado lejos, parece) que situaciones similares o peores aún se suceden en este mismo momento y desde hace mucho más tiempo en algunos de ellos, en Etiopía, Yemen, Myanmar, Siria, Malí, Níger, Burkina Faso, Somalia, Congo y Mozambique, por solo nombrar algunos.
En definitiva, y ahí es donde apunta esta columna de hoy, no importa el momento histórico ni el lugar de la tierra en que se trate, el factor común es personas torturando a otras personas. Infringiendo dolor. Buscando —en el mejor de los casos— alguna razón que justifique la sinrazón de esa barbarie. Porque, del mismo modo que avanzaba la ciencia en la búsqueda de quitar el dolor y prolongar la vida, se perfeccionaban los métodos para provocar mayor dolor y prolongar la muerte. ¿Acaso no alcanzaba con matar al hombre que marcó el fin de una era y el inicio de otra sino que antes era preciso torturarlo y colgarlo, como ejemplo, en una cruz?
Incomprensibles paradojas de ser humanos. Porque no solo somos la única especie que busca su autoextinción sino que, además, goza con ello. El solo pensar en sensación de placer provocando dolor ya nos deshumaniza, no nos convierte en animales (que de hecho lo somos) ya que los animales no humanos no torturan. No matan por placer. No perfeccionan el arte de provocar sufrimiento. Y utilizo esa palabra porque se conoce (no los voy a citar para castigarlos con la pena del olvido) que hubo —y seguramente hay— quienes sienten su oficio de torturador como un arte, una virtud y por qué no algo que los llena profundamente de orgullo y satisfacción. Hay escuelas en donde se enseña a torturar, por lo tanto hay maestros y hay alumnos. Y también hay sitio para los autodidactas claro, sino, pruebe a hacer un tour por la internet y sorpréndase con la cantidad y “calidad” de los sitios que enseñan el abominable “arte” de la tortura.
Quisiera finalizar esta habitual invitación a la reflexión con un breve texto extraído del “Diccionario Filosófico de Voltaire” y que, debo confesarlo, su relectura no deja jamás de provocarme estremecimiento, dice así: "Cerca de una gran ciudad aparece un recién nacido muerto. Existe la sospecha que la madre sea una mujer joven. La encierran en el calabozo y la interrogan. Responde que ella no ha podido dar a luz al niño porque todavía está embarazada. Las parteras la visitan. Estas imbéciles afirman que no está embarazada y que la retención de inmundicia inflama su vientre. La amenazan con la tortura. El miedo conturba su espíritu. Confiesa que ha matado a su presunto hijo. Es condenada a muerte y tiene el hijo mientras le leen la sentencia.”
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”