HUERTAS EN LA CIUDAD
Huertas en la ciudad: De sembrar para poder comer durante la crisis a la soberanía alimentaria
Si bien es un proceso incipiente, tiene un gran potencial transformador. La agudización de la crisis por la pandemia puso de relieve una de las carencias más vergonzosas, si no la más, en nuestro país: el hambre. Pero también abrió la puerta a repensar qué y cómo nos alimentamos. El renacimiento de las huertas, la producción sana y sin agroquímicos. Un necesario cambio de paradigma.
Luciano Peralta Las crisis generan oportunidades. Es una frase arto repetida, pero no por ello menos real. Sobre todo, en un país como el nuestro, que, especialmente en los últimos 50 años, alterna cortos períodos de estabilidad con crisis cada vez más dañinas para el castigado tejido social. Crecimiento, redistribución, inflación, crisis multidimensional, estallido social, cambios en la conducción política y cada vez más pobres. No es (sólo) una descripción extremadamente simplista de los complejos procesos económicos-políticos-sociales que atraviesa la Argentina cada 8, 9 o 10 años, es la realidad palpable con la que lidiamos, por lo menos, desde hace tres generaciones. La crisis es parte de nuestras vidas. Con sus matices, más o menos, siempre pasa lo mismo. Aunque los resultados son cada vez peores. Y, para colmo de males, el 2020 les sumó a los componentes ya conocidos el bonus de una pandemia mundial ¡Como si faltara algo! Pero las clases medias y populares están condenadas a ser optimistas, a luchar todos los días por una mejor calidad de vida, a putear contra la inflación y a reinventarse en alternativas para poder sortearla. En ese plan, hace poco tiempo, resurgieron las huertas en Gualeguaychú. Y con ellas el concepto de soberanía alimentaria. El Estado municipal tuvo y tiene mucho que ver en esto, afortunadamente. En ese camino, se creó el Plan de Alimentación Sana, Segura y Soberana (PASSS), que, como cualquier política que pretende cambiar radicalmente una conducta (en este caso, la alimentación) primero se dio una discusión conceptual, política, ideológica, etc., para dar lugar, en una segunda instancia, a la ejecución de diferentes líneas de acción que acompañen ese norte.
Entre los objetivos del PASSS se encuentra el “lograr progresivamente una soberanía alimentaria local mediante la promoción, estímulo, fomento y acompañamiento de la producción sustentable”. Pero, ¿Qué es la soberanía alimentaria? “El concepto de soberanía alimentaria fue desarrollado por Vía Campesina y llevado al debate público con ocasión de la Cumbre Mundial de la Alimentación en 1996, y ofrece una alternativa a las políticas neoliberales. Desde entonces, dicho concepto se ha convertido en un tema mayor del debate agrario internacional, inclusive en el seno de las instancias de las Naciones Unidas”. El párrafo corresponde, justamente, a la presentación del término por parte de la organización internacional Vía Campesina, pionera en dar esta discusión. Desde este marco conceptual, la soberanía alimentaria incluye la priorización de la producción agrícola local para alimentar a la población; el acceso a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito. El derecho a producir alimentos sanos y el derecho de los consumidores a poder decidir lo que quieren consumir. La soberanía alimentaria incluye la priorización de la producción agrícola local para alimentar a la población; el acceso a la tierra, al agua, a las semillas y al crédito. El derecho a producir alimentos sanos y el derecho de los consumidores a poder decidir lo que quieren consumir En este sentido, desde el 2018, el PASSS ha funcionado como el paraguas institucional para decenas de huertas en Gualeguaychú. Muchas de ellas continuadoras de una larga tradición, otras tantas nuevas. Ninguna igual a la otra, cada una con su particularidad y con sus objetivos. El caso de la huerta de Suburbio Sur, impulsada en un principio por mujeres, es un claro ejemplo de quienes encontraron en la tierra una herramienta para paliar la crisis. Pero existen otras experiencias muy diferentes, como el caso de la granja de los Ingold, en Urquiza al Oeste o el de Leticia, quien se dedica a la huerta “de toda la vida” y, en los últimos años, dejó de utilizar glifosato en su producción. En el registro actual de la Dirección de Ambiente figuran 925 huertas, entre las denominadas familiares, comunitarias e institucionales. Pero allí sólo se encuentran aquellas que solicitaron semillas al Municipio en algunos de los puntos dispuestos para ello. O sea, ese registro contempla a aquellas personas que han tenido, en el año que pasó, contacto con el Estado. Por lo que, no sería descabellado inferir que la cantidad de huertas en la ciudad es muy superior al número registrado. Una política de Estado El PASSS depende de la Dirección de Ambiente, aunque una de sus directoras, María de los Ángeles Gómez, explicó a ElDía que “es un eje transversal para toda la política municipal”. Por lo que “podemos desarrollar actividades que fomenten la alimentación sana, segura y soberana desde cualquier área o secretaría que tenga relación con el tema”. “Este desarrollo considera tres ejes principales, que son las etapas de la alimentación: la producción, la comercialización y el consumo. Las huertas se ubican en el eje de producción. Y, a la vez, están categorizadas por cada una de sus modalidades: las huertas familiares, las comunitarias (agrupan a más de una familia), las institucionales (escuelas, iglesias, etc.), y otras más grandes que, además del autoconsumo, realizan comercialización y tienen otra lógica”, explicó la funcionaria. Durante los años 2018 y 2019, como estrategia de fomento, el Municipio llevó a cabo dos concursos de huertas. El primero se circunscribió al barrio Zuppichini, mientras que el segundo se extendió a toda la ciudad. “Pero no superaban las 20 huertas”, contó Gómez. Y enfatizó sobre el “marcado crecimiento durante el año pasado, especialmente de las huertas familiares”. Durante la pandemia surgieron las campañas de primavera/invierno y otoño/verano, en las cuales se distribuyeron los kits de semillas del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y las semillas agroecológicas que adquirió, por su parte, el Estado municipal. “A su vez, tenemos a disposición tanto el motocultivador, como la Guía de Huerta, un material educativo con la información básica y el calendario de siembra; los plantines realizados en los viveros municipales (Brasil e Ituzaingo, y Casa Redes); los violes (abono) producido en la biofábrica de Las Piedras y el compost producido en el Ecoparque. Todo eso, más las capacitaciones, están a disposición de la gente”, indicó la directora de Ambiente. “Además, durante enero vamos a llevar a cabo un censo para conocer la totalidad de huertas comunitarias y saber de qué manera podemos acompañar el proceso que están desarrollando, para que no se caiga. Por el momento tenemos registradas 17, entre comunitarias e institucionales”, aclaró Gómez. Entre éstas están, por ejemplo, la huerta de la Escuela Milagrosa (15 x 10 metros), la del barrio Cacique (10 x 20 metros) y la del Muni Cerca de Médanos (7 x 9 metros), por nombrar sólo tres del total. “Otra forma de producción es posible” Daniel Ingold es un joven productor rural que hace algunos años puso en marcha el “sueño familiar” de la granja propia. Lo hizo en la propiedad que comparte con su papá, en Urquiza al Oeste, frente al Regimiento. “Siempre quise tener huerta, pero no podía porque estoy dedicado a los animales (gallinas, vacas, cabras, conejos, etc.), y la huerta demanda mucho tiempo. Entonces, hace dos años, nos juntamos con unos amigos y amigas y planteamos la necesidad de empezar con la huerta, con el objetivo principal de producir comida para nosotros. Lo más importante de todo esto es poder abastecernos, sabiendo lo que comemos y sin la necesidad de comprar verdura a precios altísimos”, contó. “La huerta es algo lindo, que siempre se hizo en Gualeguaychú. Nuestros viejos hacían huertas, muchísimas familias hacían huertas. Eso se fue perdiendo con el tiempo y ahora vuelve a nacer. Fue un proceso. Antes, ibas por la ruta y el auto te quedaba lleno de insectos, pero con el avance de los pesticidas no quedó nada de eso. Creo que la gente se dio cuenta, o se está dando cuenta, de lo nocivo que es esta realidad para la vida, y está volviendo a la tierra, a lo natural y, dentro de lo posible, a dejar de envenenarse”, analizó. Antes, ibas por la ruta y el auto te quedaba lleno de insectos, pero con el avance de los pesticidas no quedó nada de eso La huerta de Parada 14 es totalmente orgánica, tiene 80 x 100 metros, aproximadamente, y exhibe los frutos de la temporada primavera/verano: diversas variedades de zapallo, maíz, tomate, berenjenas, apio, zanahoria y perejil. “Un poco de cada cosa, porque, si bien hay muchísima información disponible, seguimos aprendiendo. La mejor forma de aprender es haciendo”, aseguró Daniel. Y remarcó la necesidad de volver a comer verduras de estación: “con la tecnología de hoy en día, te cortan la verdura y la tienen todo el año en una cámara, sale con colorcito pero sin sabor”. "Nosotros comprobamos que se puede, porque hemos cosechado unas verduras hermosas, con sabores increíbles, que no se encuentran en ninguna verdulería" “En realidad es más simple de lo que parece. En verano se come tomate y en invierno otra cosa, chauchas o leguminosas, que son pura proteína, para soportar el invierno. Eso también se hacía antes, y hoy ni se conoce cuál es la verdura de estación. Porque hay casi todo, todo el año. Al menos en los supermercados y en las verdulerías del centro, donde traen toda la mercadería del Mercado Central”, cuestionó el joven productor. Y, respecto a la producción agroecológica dijo que “es un aprendizaje continuo”, porque “bichos siempre va a haber, hay que conocer las maneras de combatirlos, no más, y eso es todo un proceso”. “Nosotros comprobamos que se puede, porque hemos cosechado unas verduras hermosas, con sabores increíbles, que no se encuentran en ninguna verdulería”, aseguró, con una sonrisa. “Me parece que tener un espacio donde producir tu alimento es el futuro. Para comer sano y para poder vivir de eso. Otra forma de alimentación es posible. Vendiendo tu producción en cualquier feria ya podés generarte un ingreso. Si vos le dedicas 8 horas de tu vida a tu huerta, que es lo que debería trabajar una persona en cualquier trabajo, tendrías una producción muy buena. Eso descontalo”. Una salida a la crisis económica Son 87 las familias que viven en el asentamiento sur de la ciudad. A las precarias condiciones de subsistencia la pandemia agregó la imposibilidad de salir a trabajar. La mayor parte de esa población realiza changas o es empleada informalmente, por lo que la situación se agravó considerablemente ya desde los primeros meses del año pasado. Ante esta realidad, desde la Secretaría de Desarrollo Social y Salud se armaron equipos territoriales para trabajar en los asentamientos, tanto en el norte (barrio La Cuchilla) como en el Sur, ubicado sobre la calle Las Tropas. A partir de ello surgió un taller textil, desde donde se empezaron a realizar acolchados para paliar el crudo frío que, cada invierno, se cuela entre las chapas rotas de las casillas. El aislamiento y, sobre todo, el cuidado de las personas de riesgo, obligó a ponerle un freno a ese taller. Y así surgió la posibilidad de la huerta. "Cuando empezamos a cosechar llorábamos de la emoción, es un esfuerzo de todos, la primera vez fue una satisfacción enorme" “Empezamos a trabajar la tierra, como nos salía, porque no sabíamos nada de esto nosotras. Teníamos las semillas y el lugar, entonces empezamos a armar la huerta. Somos un grupo de 18 familias que nos ayudamos entre todos”, contó a ElDía María de los Ángeles. Y reconoció que “la huerta nació a partir de una necesidad. Porque el bolsón (de comida que entrega el Municipio) no alcanzaba. Entonces, con lo que nosotros cosechamos suplantamos un montón de cosas, con las mismas vitaminas”. “Cuando empezamos a cosechar llorábamos de la emoción, es un esfuerzo de todos, la primera vez fue una satisfacción enorme. Sabemos que hay cosas que pueden estar mal, pero estamos aprendiendo, de a poquito. Hacemos lo que podemos, cómo podemos y en el lugar que tenemos”, indicó la representante del grupo “Codo a Codo”, como ellos mismos se bautizaron. “Todos los días se aprende algo nuevo, además de conocernos entre nosotros. Para mí esto es una gran familia, uno necesita algo y ahí estamos. Y con esto de la huerta nos unimos más todavía. Queremos seguir creciendo, tanto en el taller de costura como en la huerta. El trabajo da satisfacción a cualquiera, y si nace desde nuestras propias manos mejor”, consideró María de los Ángeles. Dejar de utilizar Glifosato La soberanía alimentaria tiene que ver, no sólo con el derecho de los pueblos a decidir qué producen sino también con cómo producen la comida. En este sentido, la agroecología muestra el camino de una forma de producción sana, sin agroquímicos, sin venenos que, necesariamente, terminan siendo nocivos para el suelo, para las personas y para el ambiente en general. Ese es el cambio de paradigma que se impone. El camino no es para nada sencillo. Los grupos económicos son tremendamente poderosos y la concentración de la tierra sigue siendo muy grande. Además, los gobiernos siguen abalando prácticas altamente perjudiciales para la salud a cambio de las divisas necesarias para atender un país en permanente estado de emergencia. Pero el sistema de producción intensivo está agotado, y las catástrofes naturales (inundaciones, incendios, etc.) son la muestra cabal de la incompatibilidad de esa forma de producción con una vida sana y saludable. El caso de Leticia es un buen ejemplo para mostrar que se pueden hacer las cosas de otra manera. Si bien la escala es pequeña, no deja de ser una experiencia para copiar. Ella es productora “desde siempre”, primero junto a sus padres y ya de grande sola. “En los años 80, mis padres sembraban flores y las vendían en las florerías del centro. Después seguimos con las verduras y las gallinas. Hace un tiempo, mis papás fallecieron y seguí sola, porque mi marido trabaja en el campo. Sembrando para mí, a veces, vendiendo en domicilios o a la gente que se acercaba a mi casa”, relató la mujer que tiene su huerta en Boulevard de María, a pocos metros de Perigan, pero que, ya hace algunos años, también comercializa en la Feria Agroecológica que funciona en la plaza Belgrano, todos los viernes de 9 a 12. Leticia comenzó feriando en el Centro Integrador Comunitario “Néstor Kirchner”, conocido popularmente como el “CIC de Perigan”. Después “las chicas del INTA me invitaron a sumarme a la Feria Verde, cuando se hacía en la vieja terminal (hoy tiene lugar, todos los miércoles a la mañana en la plaza Gardel)”. “Hasta ese momento, usaba Glifosato para matar los yuyos. Ellas me asesoraron, me sugirieron que tapara la maleza con nylon o con silo bolsas, que eso, con el sol, la iba a quemar. Y si bien tarda más, en unos diez días ya había quemado todo. Ahora, ese es mi mata-yuyo”, contó, detrás de su puesto en la feria. La huerta, oficio del futuro La Casa Redes está ubicada en la esquina de boulevard De María y Urquiza. Es parte del Movimiento Cuidadores de la Casa Común, una organización nacional que el gobierno de Entre Ríos adoptó como programa propio. Allí, jóvenes de 18 a 35 años se capacitan en oficios. Entre ellos, el de huerta, desde donde producen y reparten plantines para muchas de las huertas comunitarias de la ciudad. Además, parte de la producción complementa los módulos de mercadería que el gobierno local reparte entre cerca de 10 mil personas, cada mes, o quincenalmente, dependiendo de cada caso. “Este año, con la huerta, logramos pasar de cinco canteros a casi 50. Fue el trabajo que nos permitió mantener la relación con los jóvenes de toda esta zona”, contó Diego Abu Arab, coordinador de la casa. “Básicamente, lo que se hace es aprender a sembrar, a hacer plantines, a ir llevando un cantero; para autoconsumo, para comercialización, y ahora lo que estamos haciendo es aprender a planificar la producción a otra escala, para, en un futuro, poder tener una producción estable de alimentos sanos”, indicó. En la Casa Redes, además de la huerta, funciona el Taller de Herrería, donde fabrican sus propias herramientas, y el Taller de Carpintería, para construir, por ejemplo, los cajones destinados a los plantines. “Las virtudes de la huerta, de la agroecología, tienen que ver con una visión integral de la sociedad, sin enfrascarnos en el individualismo y aprendiendo a trabajar en conjunto, en forma comunitaria. Se desarrolla organización, trabajo y encuentro. Es una escuela de vida”, expresó el responsable del lugar. Y agregó: “Parece que son modas, pero nosotros creemos fervientemente que es algo que llegó para quedarse. Entendemos que es un oficio del futuro, y que la comida la vamos a necesitar siempre, en todo momento. Por eso decimos que es una inversión muy grande en la juventud”. "Las virtudes de la huerta, de la agroecología, tienen que ver con una visión integral de la sociedad, sin enfrascarnos en el individualismo y aprendiendo a trabajar en conjunto, en forma comunitaria" En el lugar no sólo se aprende a sembrar, regar y cuidar la huera. Sino también los criterios de salario, producción, la cantidad de atados necesarios para comercializar, de horas trabajadas por día y de dotación de personal en un proyecto laboral. “Somos parte de una gran red de producción huertera, nos vamos apoyando unos a otros entre los trabajadores de la tierra. Desde Las Piedras nos brindas bioles y el apoyo técnico, nosotros hacemos plantines para las huertas comunitarias, y las familias que son productoras hace mucho tiempo nos brindan el conocimiento y la certeza de cual es el camino”, resumió Abu Arab. Aprender un oficio “Acá te tenés que amoldar al grupo, aprendés a trabajar, a mover la tierra, a sembrar, cosas que yo no sabía. Aprendés cuáles son las verduras de estación y a valorar la tierra, a saber cómo la tenés que cuidar. Para mí plantabas una semilla y crecía en cualquier momento del año, no tenía ni idea. Ahora, me encanta porque estoy aprendiendo todo el proceso”, contó Santiago. “Con un pedazo de tierra, la persona que no tiene trabajo puede sacar sus manguitos, tener su plata. Hoy en día es bravo conseguir laburo”, consideró. Por su parte, Malvina, quien hace dos años que está en la Casa Redes, se toma el trabajo en la huerta “como algo más espiritual, porque estás al aire libre, más ahora con la cuarentena”. “Es lindo también porque ves el fruto de lo que plantás con tus manos. Nos llevamos verduras para cocinar y, además, las vendemos en nuestra feria”, remarcó, orgullosa de los frutos del trabajo comunitario.ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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