EDUCACIÓN
Historias de esperanza: La alfabetización es posible aún en los lugares más pobres
Alfabetizar en Concordia, una de las ciudades con mayor índice de pobreza en Argentina, es sumamente complejo. Con un alarmante 58,3% de su población viviendo en la pobreza y siendo la ciudad con mayor pobreza infantil (69,2%), las estadísticas revelan una realidad marcada por carencias económicas, exclusión y la sensación de que un futuro digno es posible para unos pocos.
La pobreza en Concordia es tan periférica, tan apartada, que para muchos es fácil hacer la vista gorda y fingir que esa realidad no existe. Es una pobreza que se extiende por barrios enteros, donde las personas han sido olvidadas por todos. Esta periferia no solo está geográficamente alejada, sino también emocionalmente distante para aquellos que no la viven día a día.
Desde la ONG Volando Alto vemos de cerca cómo la educación ha dejado de ser una prioridad para muchas familias que luchan por sobrevivir. Cuando una familia no tiene asegurado el plato de comida vive en estado de supervivencia, alerta a cualquier oportunidad para conseguir el pan, entre miles de problemas que deben enfrentar a diario. La pobreza se apodera de todos los aspectos de la vida y la educación en estos entornos pasa a un segundo plano.
Sin embargo, la esperanza nace y toma fuerza con historias. Nati tenía 14 años y estaba en 2° año de la escuela secundaria cuando llegó a nuestro taller de alfabetización. Sólo sabía escribir su nombre y el de su mamá por copiarlos infinitas veces. La inseguridad y la vergüenza la acompañaban en cada paso, pero con un acompañamiento personalizado y una pedagogía de alfabetización explícita y sistemática, en seis meses logró leer y escribir. Verla romper esa barrera, esa etiqueta de "no sé, no puedo", fue uno de los momentos más emocionantes para nosotros. Cada pequeña victoria en su aprendizaje fue una liberación para ella, un paso más hacia una vida con más oportunidades.
Celeste tenía 8 años cuando llegó a nuestro espacio, su vocabulario era muy acotado; no sabía leer, escribir ni pronunciar bien las palabras, producto de la poca compañía que recibía de su casa. Su vida estaba marcada por el abandono en todo sentido. Después de un tiempo de trabajo, nos dimos cuenta que no estaba escolarizada, aunque ella dijera que sí. Contra todo pronóstico, Celeste aprendió a leer y escribir en 8 meses. Careciendo de las estructuras necesarias para poder crecer y desarrollarse, aprendió a leer y a escribir, y abrió las puertas a su futuro.
Estas historias nos demuestran que, a pesar de carencias estructurales, todos los niños de la Argentina pueden y merecen aprender a leer y escribir. Hoy, más que nunca, debemos apoyar y hacernos eco de la Campaña Nacional por la Alfabetización que comenzamos en abril del año pasado junto a Argentinos por la Educación y más de 200 ONGs. Nati y Celeste nos recuerdan que falta por hacer, pero se puede lograr con el compromiso de todos. Educar en contextos como el de Concordia es ir más allá de alfabetizar; es crear un entorno donde los chicos se sientan seguros, puedan equivocarse y aprender de sus errores. Es, en definitiva, darles las herramientas que necesitan para que puedan despegar y volar alto.