UNA HISTORIA ECONÓMICA CON LUCES Y SOMBRAS
Gualeguaychú busca apelar a su espíritu emprendedor para sortear la actual crisis económica
La comunidad nativa se ha mostrado inquieta con respecto a su desarrollo. Y ha sabido reponerse de la caída de empresas nativas gravitantes, como el Frigorífico y Goldaracena. El ímpetu local chocó siempre con contextos económicos adversos.
Resulta difícil saber dónde está parada la economía local a la luz del contexto nacional. Ahora mismo hay en curso una recesión inducida por un plan de estabilización monetaria.
Los que adhieren a la nueva política alegan que es un ajuste inevitable para detener un incontrolable proceso hiperinflacionario. Y que se están creando las condiciones para un despegue de la economía.
El punto es que ha habido tantos planes de este tipo a lo largo de la historia argentina que la experiencia precedente conspira contra cualquier predicción triunfalista.
Lo cierto es que el país ha enfrentado crisis económicas recurrentes en las últimas décadas, caracterizadas por falta de estabilidad monetaria, hiperinflación, y recesiones profundas (hace 13 años que Argentina no crece).
El impacto social está a la vista: a principios de la década del ‘70, la pobreza era del 5%; mientras que ahora es del 50%.
Estas crisis, muchas veces provocadas por políticas económicas nacionales fluctuantes, han impactado tanto en el sector agroindustrial como en el comercio y en las pequeñas empresas locales.
Gualeguaychú ha conocido al respecto quiebras empresariales resonantes a lo largo de su historia, como las caídas del Frigorífico Gualeguaychú y de la empresa Goldaracena, ambas de impacto devastador en la economía local en su momento.
Estas empresas fueron pilares económicos que generaban empleo y dinamizaban la economía de la ciudad, y su desaparición provocó un golpe significativo en la estructura productiva de Gualeguaychú.
Sin embargo, gracias al espíritu emprendedor de sus habitantes y a una elite local lúcida que no se resignó a la decadencia, la ciudad ha sabido sobreponerse, creando las condiciones para el desarrollo endógeno de sus fuerzas productivas y esto a pesar de las inestabilidades políticas y económicas de la Argentina.
Los vecinos, por caso, debieron movilizarse para romper el aislamiento geográfico. En la década de 1960 empezaron a moverse, insistiendo aquí y allá, para que un complejo de puentes (Zárate-Brazo Largo) conectara a la ciudad con Buenos Aires y su mercado.
Luego vino la movida para desarrollar una etapa de consolidación de la actividad fabril con la instalación de un parque industrial modelo. Y más acá en el tiempo Gualeguaychú lideró en la provincia el sector industrial, sobresaliendo empresas familiares como Baggio y Hermann, hoy en actividad y con una trayectoria consolidada en el mundo fabril.
Pero ya entonces se veía que esta ciudad ambicionaba más. Por eso no sorprendió que, en la década de 1980, con una resolución sorprendente, hiciera punta en la provincia abrazando la actividad turística, cuyo emblema ha sido el Carnaval.
Marca registrada
Gualeguaychú, en efecto, tiene una historia notable de desarrollo impulsado por iniciativas privadas. Desde su fundación, la ciudad se distinguió por la influencia de comerciantes, hacendados y empresarios locales que jugaron un rol clave en el crecimiento económico y urbano.
Algunos ejemplos incluyen el impulso del comercio fluvial y la industrialización, especialmente en torno a los frigoríficos y el procesamiento de carne durante fines del siglo XIX y principios del XX.
Este fenómeno se observó también en el establecimiento de instituciones claves, como bancos, sociedades de fomento y clubes sociales, muchos de los cuales surgieron por iniciativa de actores privados más que de intervenciones estatales directas.
Las familias con recursos aportaron capital para desarrollar sectores como la ganadería y la construcción de infraestructura urbana, facilitando la modernización y el crecimiento de la ciudad.
Interrogante
Sin embargo, en los últimos años es factible rastrear una suerte de retracción del espíritu emprendedor, sobre todo de su sociedad civil, la más innovadora hasta el presente.
¿Acaso esta ciudad se ha conformado con lo que tiene, dedicándose a administrar el capital acumulado por las generaciones anteriores, como quien vive de una rica herencia?
Algunos creen que la sociedad nativa dejó de tener ese capital social que la distinguió siempre, ese grupo humano emprendedor que se lanzaba a crear de la nada, arriesgando en muchos casos capital propio.
Las nuevas generaciones, más apáticas de los asuntos públicos y más replegadas en sí mismas, no contarían así con ese fervor cívico necesario para acometer proyectos colectivos de envergadura.
Otros barajan la hipótesis de que a la ciudad se le nubló el horizonte, y se muestra incapaz de trazarse un plan de desarrollo futuro que entusiasme a sus habitantes, un defecto que sería sobre todo achacable a su elite política y empresarial.
Los más optimistas creen que acá están dadas todas las condiciones idiosincráticas para volver a relanzar a Gualeguaychú en el camino del desarrollo propio y autosuficiente, innovando en el plano social y económico.
Quienes así piensan creen que estaría faltando un sistema de incentivos y de acompañamiento, un ecosistema que apuntale a los inquietos y que haga posible que emprender en la ciudad sea más fácil y ventajoso.
Algo así como un plan de trabajo articulado con actores locales de los sectores público y privado: incubadoras, emprendedores, gobiernos, universidades, empresas, agencias de desarrollo, entre otros.
Quiebras resonantes
Tanto el Frigorífico Gualeguaychú como la empresa Goldaracena fueron emprendimientos que no solo marcaron una época en la historia económica de la ciudad, sino que también se convirtieron en pilares del empleo y el desarrollo local y regional.
El Frigorífico Gualeguaychú, montado con capitales vernáculos y que empezó a funcionar a mediados de 1924, fue una de las industrias más importantes de la región durante décadas (en el período 1960-1965 trabajaban en la planta 1.150 personas)
Su producción de carne, destinada tanto al mercado interno como a la exportación, generó un crecimiento significativo en la ciudad, atrayendo a trabajadores y consolidando a Gualeguaychú como un centro económico relevante.
Sin embargo, como ocurrió con muchas otras plantas faenadoras en Argentina, la industria local comenzó a declinar en las últimas décadas del siglo XX debido a cambios en la demanda global, la competencia internacional y la falta de modernización adecuada.
Finalmente, tras 70 años de actividad fabril y luego de una sensible declinación, el frigorífico debió cerrar en junio de 1996, dejando un vacío importante en términos de empleo y producción local.
Por otro lado, la empresa Goldaracena también fue una gran fuente de trabajo. Fundada por Eusebio Goldaracena en 1864, esta firma agrícola se convirtió con el tiempo en un emporio empresario, símbolo de la prosperidad de la Argentina agro-exportadora.
La firma se expandió a otras actividades comerciales, destacándose como un gran actor exportador, convirtiéndose en uno de los conglomerados económicos más importantes de la región.
Su influencia se extendía más allá de Gualeguaychú, gravitando en otras localidades entrerrianas, debido a su papel como acopiador y procesador de granos y al transporte de bienes (llegó a tener barcos propios)
Goldaracena introdujo la siembra del lino en Entre Ríos, la cual se convirtió en la mayor productora de este grano en Argentina.
Para dar una idea de la influencia de esta empresa familiar a nivel nacional vale mencionar que uno de sus miembros, Mario J. Goldaracena, llegó a encumbrarse como presidente de la Bolsa de Cereales de la República Argentina (períodos 1960-1961; 1972-1974), una de las cámaras empresariales más poderosas del país.
Sin embargo, a medida que avanzaba el siglo XX, la empresa se encontró en dificultades financieras debido a varios factores, incluidos cambios en las políticas económicas nacionales y, posiblemente, una mala administración de los recursos.
La acumulación de deudas y la imposibilidad de adaptarse a un entorno económico cada vez más desafiante llevaron finalmente a la quiebra de la empresa en 1995, tras 131 años de actividad en la ciudad.
Esta quiebra fue considerada por entonces una de las más grandes y devastadoras de la región, tanto por el tamaño de la empresa como por el número de trabajadores afectados y las repercusiones económicas que tuvo.
Los cierres del Frigorífico y de Goldaracena, en suma, no solo significaron la pérdida de miles de empleos, sino también el debilitamiento de la identidad industrial y productiva de Gualeguaychú, marcando el fin de una era caracterizada por grandes emprendimientos privados.
Ventajas
La economía de Gualeguaychú, más allá de las dificultades coyunturales, cuenta con varias fortalezas que han permitido su desarrollo a lo largo del tiempo, destacándose su posición geopolítica, la diversificación económica, y su capacidad de adaptación a los cambios.
La posición de la ciudad en el mapa nunca será resaltada lo suficiente. El hecho de estar en un punto fronterizo con la República Oriental del Uruguay y cerca de Buenos Aires le permite funcionar como un nodo de conexión clave para el comercio y el turismo.
El puente internacional General San Martín facilita no solo el tránsito de bienes y servicios, sino también el flujo de turistas entre los dos países. Este puente es estratégico para la relación comercial bilateral con Uruguay y para la región del Mercosur, ya que facilita el comercio terrestre en la región.
Por otro lado, el surgimiento de iniciativas como el Club de Emprendedores ha potenciado el espíritu empresarial en la ciudad, especialmente en el ámbito tecnológico.
Este club apoya a emprendimientos enfocados en las nuevas tecnologías, lo que abre la puerta a una economía más moderna y menos dependiente de los sectores tradicionales.