“YO NO LOS PIERDO, NI ME VAN A PERDER”
Goyo íntimo: La vida, la muerte, la fe, las misas por Instagram y los audios de Whatsapp
Es uno de los sacerdotes más queridos en Gualeguaychú; con sello propio regaló chupetines para endulzar las charlas y envió audios para alegrar los corazones. Venció al Covid una vez, dos y muchas más. En febrero deberá instalarse en Caseros y su partida de la ciudad, ya comienza a sentirse.
Por Mónica Farabello
Hace unos meses el Obispo de Gualeguaychú comenzó a afinar el lápiz y a conversar con los distintos párrocos, pero la noticia se confirmó hacer un puñado de días: Goyo se va de la ciudad.
Será junto a Emanuel Tournoud; ambos serán párrocos solidarios de las comunidades de San Miguel (Caseros), Nuestra Señora de los Dolores (San Justo) y San Isidro Labrador (1º de Mayo). La celebración de inicio de ministerio será el viernes 18 de febrero.
Goyo iba caminando hacia el supermercado cuando recibió el llamado telefónico que le comunicaría la noticia del traslado. ElDía visitó al sacerdote en su casa de la parroquia Nuestra Señora de Lourdes para una charla a fondo.
-Hay mucha tristeza por tu partida ¿Cómo te lo tomaste?
- Yo hace 20 años que estoy en Gualeguaychú. Vine desde Concepción del Uruguay en 2002 a estudiar, o mejor dicho, a formarme porque uno se va formando la humanidad y la espiritualidad. Veía que ya eran muchos años en la misma ciudad y uno también tiene que ir a compartir la vida y otras realidades con otras personas.
Lo tomé como un desafío. Tengo que instalarme en Caseros, van a ser varias comunidades por eso voy con otro sacerdote del cual soy amigo. Somos amigos de toda la vida; desde chiquitos.
Emanuel Tournoud. Somos párrocos solidarios; es la primera vez que surge esta figura de párroco solidario.
-¿Cómo lo tomó la comunidad de la parroquia?
-Había un revuelo antes: que me llevaban, que sí, que no, y la gente me decía que no me vaya, pero yo no decido, somos humanos, nos aquerenciamos, nos encariñamos y más allá de ser un sacerdote, mucha gente me quiere como un hijo o como un nieto. Entonces me decían: “No Goyito no te podés ir, decile que no al Obispo”, pero lo dicen cariñosamente.
En lo personal es un momento desafiante, porque Gualeguaychú es mi ciudad de corazón, a la cual voy a venir todos mis días libres para compartir, porque a mí Gualeguaychú me encanta y tengo su bandera en el corazón.
-Atravesamos y seguimos atravesando una pandemia que para muchos puso en jaque la fe. ¿Cómo viviste este tiempo?
-Nos encerramos para cuidarnos, pensamos que eran 15 o 20 días, pero después vimos que eran muchos días más y surgió la creatividad. En mi caso, enviaba audios con meditaciones, daba misas virtuales, muchos padres y madres arreglaban sus casas y hacían actividades con sus hijos, y en un tercer momento fue cuando empezábamos a perder la esperanza porque avanzaba el miedo.
Se hizo presente el misterio de la ausencia de los seres queridos, y sobre todo de la fragilidad humana. Creo que lo que más nos marcó es la cercanía de la muerte.
Freud dice que hay dos tabúes en nuestra cultura occidental: el sexo y la muerte. Y las personas tapamos todo eso con distintas cosas. La pandemia corrió ese velo y dejó al descubierto la muerte. Cuando uno lo puede ir tapando, entonces no pasa nada. Peor veíamos que alguien se sentía mal, lo llevaban al Hospital y moría. Entonces empezó a perderse la mirada positiva y surgió la pregunta: ¿Y ahora, qué?
-¿Nos dejó secuelas como sociedad esta pandemia?
-Ahora vienen las fiestas y a muchos les genera mucha angustia. Observo que hay mucha intolerancia en la sociedad, como que ante cualquier cosa es un “no te metas en mi vida”. Rechazamos todo tipo de intromisión, no queremos que nadie nos diga qué tenemos que hacer. Hay una intolerancia producto del encierro. Ante cualquier sensación que quieren mandarte o decirte qué tenés que hacer la gente reaccione y se crispe. No queremos que nos metan el dedo en la llaga.
El Covid, la muerte y el rosario en la mano
-Te contagiaste de Covid más de una vez… y hasta peleaste en la Terapia del Hospital. ¿Qué recordas de esos días?
-Tuve varios contagios. Todo empezó cuando estábamos en plena pandemia más fuerte. Me llamaron y me pidieron que vaya a ver a un familiar que estaba muriendo. Yo le dije que no se podía, pero cuando consultaron en el Hospital nos dieron autorización.
Entré con todo el protocolo, máscara, guantes, todo el equipo, pero a los dos días empecé con algunos síntomas (dolor de cabeza, garganta, cuerpo, un poco de tos). Estuve dos semanas en casa con test negativos. Pensaban que era un resfrío, pero después de esas dos semanas ya no daba más porque me faltaba el aire. Llamamos al hospital y me fueron a buscar.
Me llevaron a las 5:20 de la tarde y cuando me dijeron que me dejaban en terapia les dije: bueno, pero a las 7 tengo que dar la misa. Y ahí me dijeron: “No Padre, usted se tiene que quedar varios días”.
Estaba inconsciente de lo que pasaba; me tomaban el oxígeno y pensaban que no funcionaban los aparatos
Recuerdo el gran trabajo de todo el personal de salud. La mujer que limpiaba entraba con todo ese traje de astronauta y ella se quedaba a conversar conmigo porque se daba cuenta que a mí me hacía bien. Son gestos de mucha humanidad de la gente que nos cuidan a todos. Esa experiencia me dejó eso: el valor de nuestro personal sanitario, todo lo que me quiere la gente, y además, empecé a ver la vida de otro modo.
Siempre creí firmemente en la vida eterna. Cuando me dormía por los medicamentos, cerraba los ojos y decía: si me quedo me encanta, y si me voy, también me encanta. Era muy impresionante ver la facilidad con la que la gente que estaba cerca, moría.
Cuando me pude levantar al cuarto o quinto día, empecé a recorrer el lugar con el suero a cuestas y le daba la bendición a cada uno de ellos.
Cuando escuchaba que alguien estaba por morir, los médicos me decía: Rece Padre que se nos va. Y yo agarraba el rosario con mi mascarilla y empezaba a rezar.
Cuando salí dije; yo tengo que estar ahí. Y desde ese momento, volví dos o tres veces por semana a visitar a los enfermos. Y desde nuestra parroquia, nuestra gente le enviaba cajas de alimentos a los trabajadores de salud, en agradecimiento a lo que hicieron por mí.
El Covid pega fuerte y deja secuelas: En lo respiratorio lo sentí muchísimo. Hay momentos en que me agito muy fácilmente y me da una especie de taquicardia, sobre todo cuando me agacho y me paro en la misa.
La Iglesia, la decepción y la pasión
-¿Mermó la fe o la gente se acercó más a la iglesia en momentos tan duros?
-La pandemia nos planteó un replanteo de la vida y la fe. Mucha gente se acercó con mucha fuerza. En las misas por Instagram se sumaban 300, 400 personas, una cifra que no se ve en la parroquia, y de todas partes del mundo; llegaban a las 1500 reproducciones.
También hubo mucha gente que se enojó con Dios ante la pérdida de un ser querido: Por qué se le llevó, por qué me lo quitó, como si Dios anduviera quitándonos gente.
Creo que la gente no se replantea la fe, sino la vivencia de la fe. Y ¿Qué significa esto? Que la gente tiene mucha gente en Jesús, en la Virgen o en algo superior; las energías, lo que no se identifica es con algunos modos de la vivencia de esa fe.
Hay muchas buenas personas con buenos valores que no cree en la Iglesia. Y hay algo muy personal que voy a decir: Muchos jóvenes creen mucho en Dios, son buenas personas pero no creen en la iglesia porque dicen que los han decepcionado, y tienen razón.
Si yo en mi adolescencia hubiese visto lo que se ve hoy en la iglesia, no sé si hubiera sido sacerdote. Es fuerte lo que digo y lo digo con dolor. Porque hoy vemos casos de abusos o el mal manejo de algunas realidades, chusmeríos y cosas que hacen mucho mal. Esto es muy personal pero es lo que siento.
-¿Cómo se vive con esa contradicción de sentir una decepción de la misma iglesia de la que formas parte?
- Llevo esto con más pasión porque quiero mostrar que hay algo distinto. Hay una frase que me gusta mucho que dice que en la vida no hay que evadirse, sino que hay que sumergirse. Yo prefiero sumergirme para, desde adentro, desde los audios, las misas y mi vida, mostrar que hay algo distinto y que se puede vivir alegremente dentro de la Iglesia.
No tenemos que decir “la Iglesia” como una entidad abstracta, porque la iglesia también es la parroquia de nuestro barrio, donde se hacen muchas cosas buenas
-¿Cómo surge la idea de enviar audios de whatsapp con meditaciones o de dar misa por Instagram?
-Yo llegué a esta parroquia una semana antes que se decrete la cuarentena. Empecé a mandar los audios a las 30 personas que conocía de este templo. Un mes después empecé a darle un poco más de forma y le puse una música de fondo y empecé a escribir.
Pongo mi parlantito al lado y pongo play, bajo, grabo y después pongo stop. Empezó como algo para acompañar a los más cercanos y ahora los reciben en México, en Italia, Alemania, Miami, porque es gente que tiene familiares acá y empieza a mandarse por todos lados.
Un hombre me contó que pasó toda la enfermedad del Covid escuchándome en el desayuno. Él estaba solo y yo era la única persona que le hablaba. Eso es muy lindo. Él vino desde Buenos Aires y me lo agradeció.
Y lo de la misa de Instagram fue porque yo lo hacía solo, pero no me gusta solo, entonces empecé a ver que otros Curas lo hacían por Facebook, pero como yo soy más joven prefiero el Instagram, y así lo hice. Con mi parlante y la computadora para ir leyendo.
Yo lo hacía desde mi comedor, y como decía una amiga: es como una charla cara a cara. Ahora como hay misas abiertas, les grabo una meditación o pensamiento en horas de la mañana.
Un mensaje para la gente de Gualeguaychú
“Pierde quien no sabe retener. Yo no los pierdo ni me van a perder. Nos retenemos en el cariño”, dijo Goyo, quien agradeció a la comunidad porque, según sus palabras: “soy lo que soy gracias a todos” y se despidió con una frase: “Quiero que cuando me vean, te vean, lo vean a él, a Jesús, a Dios. Yo soy un instrumento, porque mi vida no tiene razón si no es por él. Dios seguirá estando. Yo soy un cura que los acompañó en estos tiempos, y ahora, con mucha alegría seguiré en otros lados”.