ENTRE LOS SABERES TRADICIONALES Y LA EXPLORACIÓN CONSTANTE
Gisela Bértora, la gualeguaychuense que lleva la naturaleza al diseño textil
Tras su paso por la universidad, la diseñadora exploró el universo textil de comunidades indígenas de Colombia y México. Sus viajes le hicieron descubrir la riqueza de técnicas ancestrales y de los mundos culturales que las sustentan. Desde entonces, su curiosidad la llevó a indagar en lo autóctono y a menudo ignorado: el conocimiento de los pueblos originarios del país y el potencial de los tintes naturales que ofrecen nuestras plantas y árboles nativos.
Gisela Bértora nació y creció en Gualeguaychú con el arte, la naturaleza y el interés por la indumentaria siempre presentes. A lo largo de sus 37 años, cultivó experiencias que la enriquecieron y transformaron como diseñadora y llevaron a que en este punto de su camino se encuentre aportando a la ciudad conocimientos y maneras distintas de pensar y trabajar el vasto mundo de la indumentaria y lo textil. En diálogo con Ahora ElDía, Gisela contó su historia y compartió el modo en que aborda su profesión.
“El interés por el textil y la indumentaria surge desde muy chica. No me gustaba jugar con muñecas y bebotes, pero como a muchas mujeres, me regalaban muñecas. Les hacía ropa usando todos los retacitos de tela que tenía. Mi mamá me enseñó a coser a mano y empecé a ‘diseñar’ para mis muñecas. El arte está muy presente en mi familia paterna, tanto la música como la pintura, así que desde chiquita también jugaba a ser artista. Como a los 10 años empecé a hacerme ropa que cosía a mano y mi abuela paterna me enseñó a coser en las máquinas a pedal. Diseñé el vestido para mis 15 y me hice los vestidos de egresados de la ENOVA y la E.E.T. Después me fui a estudiar a la UBA, hice el CBC para arquitectura, y en un acto impulsivo me cambié a Diseño Textil al momento de confirmar la carrera”, resumió sobre sus comienzos.
Tras recibirse y volver a la ciudad, le surgió la oportunidad de replicar su propia marca de alpargatas en Colombia. En ese contexto, viajó para hacer una colaboración con una comunidad originaria de la Sierra Nevada de Santa Marta, donde habitan los Koguis y Arhuacos. Allí se dio cuenta de que la forma en la que estos pueblos tenían de elaborar sus textiles con fibras y tintes naturales era completamente distinta: una experiencia ceremonial, casi espiritual, por lo que su proyecto para implementar estas técnicas y materiales tradicionales no podría ir en la misma sintonía. “Me abrió una nueva perspectiva hacia el estar más conectados con lo que creamos y con los materiales que utilizamos. Cuando se trabaja con fibras naturales se vuelve importante en qué momento se cosecha y cuánto, para cuidar la planta y sacar la fibra en su mejor estado, por ejemplo”.
Y agregó: “No hicimos ninguna colaboración, y desde ahí quise conocer más sobre todo esto. Dos años más tarde pude viajar; volví a Colombia y después estuve dos años y medio en México. Ahí aprendí muchísimo. Cuando hablamos de comunidades originarias casi que las homogeneizamos y, en realidad, es tremenda la diversidad de culturas y saberes que posee cada comunidad y cómo se relacionan con sus ecosistemas. En México también di clases en una universidad de modas. Ahí noté que no se interiorizaban con lo que tenían en su propio país y miraban mucho a Estados Unidos. Siempre estamos mirando afuera; cuando estudiaba en la UBA, el foco estaba puesto en el jacquard italiano, la seda china, y las tendencias europeas y no prestaba atención a los telares o a la fibra de chaguar, por ejemplo. Así que a mis estudiantes les hacía investigar mucho sobre las fibras naturales prehispánicas de México. Fue una experiencia muy linda. Hice una investigación sobre arte textil indígena y me enfoqué mucho en visibilizar la gravedad del plagio que se comete desde la industria textil, cómo se roban y se apropian de diseños de prendas que incluso son de uso ceremonial. A raíz de eso, me invitaron a dar varias conferencias; la última fue en Santiago de Chile en 2019. Me encontré hablando de textiles mexicanos y me di cuenta que estaba haciendo lo mismo de mirar hacia afuera, pero desde lo artesanal. Entonces empecé a investigar textiles de Argentina e inicié una investigación de tintes naturales del litoral”.
Fue así que Gisela comenzó a interiorizarse en el chaguar, una planta cuya fibra ha sido utilizada desde tiempos inmemoriales por la etnia Wichí para elaborar tejidos y objetos de uso doméstico. Esto la llevó a viajar y vincularse con distintas comunidades del Chaco y Salta.
En Gualeguaychú, su punto de partida para investigar sobre tintes naturales y especies nativas fue el Museo Almeida. Aunque ella conocía muchas plantas y árboles autóctonos, se encontró con una gran cantidad de especies que desconocía. “Empecé a pedirle ayuda a la bióloga Irene Aguer, que también estaba en el Museo, y juntas armamos Danán Vedetá”, contó sobre este proyecto que combina cultura ambiental, ciencia y arte para poner el foco, entre otras cosas, en el vínculo de las personas con el monte y sus árboles nativos, sus funciones en los ecosistemas naturales y urbanos, y sus diferentes usos y valor cultural.
En el marco de esa iniciativa, durante estos últimos años, Gisela continuó sus investigaciones sobre plantas tintóreas del litoral y empezó a compartir sus conocimientos y hallazgos con los demás en charlas y talleres. En simultáneo, y desde hace casi una década, fundó Panal, una plataforma de iniciativas textiles basada en la promoción cultural, y la responsabilidad social y ambiental. Desde allí gestiona y acompaña proyectos con propósitos sostenibles.
Así, llegado este momento de su camino, la diseñadora apuesta por llegar a otros gualeguaychuenses y a la sociedad en su conjunto con su filosofía de sostenibilidad. Desde los proyectos que acompaña y desde sus propias iniciativas, marcas y productos artesanales, impulsa la idea de “vivir desde un grado de presencia y conexión más consciente hacia uno y el entorno”.
En sus palabras: “La Tierra es nuestra casa común y no puede existir mayor ganancia que cuidarla. El producto más sostenible es el que uno ya tiene. Debemos ser consumidores responsables desde la decisión de consumo, teniendo en cuenta la durabilidad y la correcta forma de reintroducirlo al final de su vida útil. Hay que estar abiertos a cuestionarnos todo, no existe la verdad absoluta; lo mismo sucede con los proyectos de gestión sostenible”.