Entre olvidos, contumacia, claudicaciones y obediencia indebida
Por Luis María Serroels*
Siempre la estrategia del kirchnerismo apuntó a munirse de paciencia para desalojar a los asambleístas de Gualeguaychú de su apostamiento en Arroyo Verde, sin utilizar la fuerza. En tanto proclamaba que la lucha contra las pasteras pasaba a transformarse en causa nacional, se refugió en el ostracismo, entró en silencio y apostó a que el tiempo desgastase a los estoicos entrerrianos hasta llevarlos a cesar con el corte de la ruta 136. Con ello satisfacía dos objetivos: limpiarle a Tabaré Vázquez el cruce Puerto Unzué-Fray Bentos y a la vez ufanarse de no haber recurrido a la represión para ello.
Pero no contaban el gobierno nacional ni el provincial con la fortaleza de los vecinos y así se fue dilatando el fin de la extrema medida que, aunque ciertos funcionarios hoy lo nieguen, resultó en un principio simpática para la demagogia gobernante en tanto le sumaba consenso y apoyo. Insólitamente, por estos días les preocupa tanto que no vacilan en denostar y descalificar a los ambientalistas, situándolos en la categoría de trasnochados convertidos en plaga.
¿Qué cosas pasaron en las últimas semanas para que se produjera semejante cambio de postura del matrimonio y sus amanuenses salidos a hacerles los mandados por una cuestión de supervivencia política? Asistimos a un operativo vergonzoso que tiene como soldados precisamente a muchos de los que en mayo de 2006 y como el rebaño junto al pastor, se congregaron en Gualeguaychú para ofrendarles a los lugareños el apoyo de todo el país. ¡Claro! Por ese entonces nadie podía imaginar que tres años después nuestro entonces presidente terminaría necesitando del voto determinante de su par charrúa para acceder al máximo cargo de la Unión Americana del Sur (Unasur). ¿Cuál sería la moneda de cambio? Sencillamente canjear la liberación del puente General San Martín, por el tan cotizado voto oriental. Cosas de la avaricia de poder.
La mansa obediencia de Sergio Urribarri utilizado como ariete, sin preocuparle aparecer como un desmemoriado, responde a su ciego alineamiento con Cristina Fernández y tiene su correlato por iguales razones, en la lealtad de ciertos intendentes con la Casa Gris, sin importarles cuántos jirones de dignidad puedan dejar perdidos en el camino. Los jefes comunales de Concordia, Concepción del Uruguay y Colón, no sólo reiteran su comportamiento obediente como los canes siguiendo a su amo, sino que agravian a los asambleístas con términos inapropiados.
Las quejas del intendente de Colón, por ejemplo, suenan contradictorias en la medida que se reveló desde organismos nacionales que esa ciudad es hoy el tercer destino en importancia elegido por los turistas, agotando toda la capacidad hotelera. Además, en el Uruguay se anunció que al iniciarse el año ya habían ingresado a ese país más de 2 millones de argentinos a los que poco les interesó el plan del gobierno para financiar el turismo de cabotaje.
Si los cortes son ilegales ¿qué extrañas razones hicieron que los vociferantes de hoy no lo hayan advertido tres años atrás? ¿Era otra la Constitución? ¿Acaso resultaba políticamente incorrecto desaprobar los piquetes? Sumémosle las impresentables declaraciones del ministro Aníbal Fernández y la adhesión a Urribarri del gobernador bonaerense Daniel Scioli (el mismo que pronto sentirá en carne propia lo que significa tener que defender parte de su provincia frente a la llegada de la pastera española ENCE). El otrora motonauta proclamó sin pudor que “se debe recuperar la relación histórica de convivencia e integración con el pueblo hermano de Uruguay”, cuando está claro que fue ese país el que rompió estas reglas tradicionales y que debería asumir su responsabilidad y procurar restaurarlas.
Historia fresca
Es bueno hacer una revisión histórica para que nadie deje perder entre los pliegues de la amnesia quiénes eran entonces y cómo obraban, cuando las especulaciones baratas estaban a la orden del día.
Quizás lo que más obra en favor del gobierno oriental y de la empresa finlandesa, es que el mandatario de Entre Ríos y todo el equipo ad-hoc conformado para lanzar piedras contra la Asamblea, mientras los Kirchner esconden sus manos, es que se está centrando el discurso en el corte y se ha dejado de lado aviesamente el verdadero eje del conflicto, que es la violación de un tratado binacional y la falta compromiso ambiental ante el funcionamiento de una industria contaminante.
Pocos tal vez recuerden que en el Tratado de Salto Grande, por ejemplo, dentro de las explotaciones industriales desautorizadas a funcionar dentro de un radio predeterminado por los dos países, precisamente figura el rubro “celulosa”.
¿Lo que fue nocivo para la zona de Concordia y Salto, dejó de serlo para Gualeguaychú y Fray Bentos? ¿No estamos hablando del mismo río compartido?
¿Comienzo del final?
Y así, mientras La Haya demora su decisión arbitral, arribamos a estos tiempos en que todo el escenario ha sido modificado. Muchos generosos adherentes a la lucha de ayer, hoy son obedientes soldaditos kirchnerianos. ¿Es esto una actitud espasmódica espontánea? ¿Es el fruto de una conversión íntima y madura? Desde luego que no.
En julio de 2007 (tres meses antes de los comicios presidenciales) se conoció que el columnista Joaquín Morales Solá había declarado a un diario uruguayo que antes de finalizar ese año ambos gobiernos suscribirían un acuerdo que daría por finalizado el diferendo por las pasteras. Incluso confesó que esta especie le había sido trasmitida por Kirchner y su Canciller Jorge Taiana. ¿Fue acaso una experiencia aerostática para pulsar el humor político y social? Difícil.
Porque semejante articulista nunca hubiera realizado estas revelaciones si se le hubiese solicitado reserva, menos aún ante un medio de prensa de la otra orilla. Imposible atribuirle carácter de desliz verbal, sobre todo porque finalmente no hubo desmentidas rotundas como era deseable para aquietar las aguas en Arroyo Verde.
Incluso se hizo saber que como una especie de compensación llegarían capitales españoles a invertir en Gualeguaychú en el rubro turismo, como si con ello se detuvieran los efectos desastrosos de la contaminación ambiental (con total menoscabo de la dignidad de los asambleístas). Hasta ahora esas supuestas bondades brillan por su ausencia, seguramente porque los empresarios saben que ni cinco estrellas pueden eliminar el olor a podrido. Un fétido aroma que junto con los elementos nocivos desalientan a los visitantes, expulsan a los residentes y dejan muy devaluados los bienes raíces.
Claramente ya se advertía que tarde o temprano la Casa Rosada mutaría aquella Declaración oportunista de mayo de 2006 por una actitud claudicante que borraría con el codo la firma de un documento que tan tranquilizador resultara para los entrerrianos. Todo sería sólo una cuestión de tiempo, de tiempo político.
Cristina Fernández, en su campaña proselitista de 2007, eludió el debate y un pronunciamiento de fondo sobre el conflicto. Peor aún, llegó a decir que “habrá que comprobar si Botnia contamina o no. Si no contamina las protestas no tendrán más razón. Si contamina se deberán hacer los reclamos necesarios, pero mientras tanto debemos preservar la relación (con Uruguay) en otros terrenos”. Una pieza maestra de la ingenuidad.
¿No resulta sugestivo que un año después el gobernador entrerriano diseñara un discurso muy parecido? Sergio Urribarri en noviembre último salió a reclamar por el relanzamiento de las relaciones con Uruguay, retomando los “lazos históricos de convivencia, cooperación y afectuosidad” y abogando por “un diálogo enfocado en resolver los asuntos que nos separan y, principalmente, en potenciar los extraordinarios asuntos que nos unen hacia el futuro”. ¿A eso no se le llama bajar los brazos?
¿Quién separa a quién?
Sorprende la miopía política y la amnesia de la presidente y nuestro gobernador, porque todos estos argumentos y factores de integración precisamente se hicieron trizas por la actitud unilateral, insolente, ilegítima, ilegal e irrespetuosa del gobierno charrúa, cuando se pasó por las sentaderas el Tratado del Río Uruguay. Recientemente Urribarri volvió a pegar fuerte contra los asambleístas, diciéndoles que “están jodiendo a los que laburan” (SIC), a la vez que prometió usar la fuerza policial para despejar la ruta 136.
¿Sabrá calcular el costo de utilizar la represión que otros no quisieron o no se animaron? ¿Tiene que ser él quien le haga el trabajo a la presidente, que no se atreve a mandar la Gendarmería a disolver el piquete? ¿Advierte el peligro de enfrentar entrerrianos contra entrerrianos? No era eso lo que pensaba cuando en su campaña visitaba Arroyo Verde para compartir una charla con buena onda.
El embajador Hernán Patiño Mayer, en abril de 2007 y refiriéndose a los miembros de la Asamblea Ambientalista, dijo que “son una minoría de piqueteros a los que no se les debe prestar atención (…) no nos prestemos a estas maniobras para sembrar discordia, deploro este tipo de manifestaciones”. ¿Qué cosa podría resultar más grata a los oídos del gobierno vecino que semejante exabrupto? Por estos días volvió sobre el tema manteniendo su posición sin pudor ni alarde diplomático alguno.
En la semana el ex diputado nacional Federico Soñez expresó que “es hora de hablar en serio sobre las pasteras y el corte del puente”, indicando que esto último no es el factor que dificulta avanzar en la integración de ambos países. Y para que no queden dudas, recordó que el hermano país adoptó una medida unilateral, agresiva y disparatada que afecta un río común y genera efectos transfronterizos.
Por su parte el abogado ambientalista paranaense Jorge Daneri, que integrara el equipo de profesionales que desarrolló la demanda ante la Corte de La Haya, calificó de “desafortunadas e inoportunas” las declaraciones de Urribarri, señalando que en la Cancillería se había acordado una absoluta confidencialidad sobre la construcción de la estrategia jurídica argentina, que aún hoy debe observar “un complejo y duro silencio”. En igual nivel de imprudencia el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) dio cuenta de un supuesto estudio que le da la razón a Uruguay (¿casualidad?).
El jueves 16 Kirchner le puso la frutilla rancia al postre, afirmando que nunca estuvo de acuerdo con los cortes (salvo –debería aclarar- cuando existen razones de rentabilidad política), develando la esencia del plan retroceso. Todo está orientado a que se pierda de vista la raíz del problema. Una pregunta sustancial sería esta: ¿de dónde saca el gobierno que una supuesta no contaminación inicial garantiza una inocuidad futura? ¿Por qué no les piden a los gualeguaychenses sus informes técnicos sobre la incidencia negativa ya presente en la zona? ¿Acaso el cáncer de piel provocado por tomar sol en forma indebida se manifiesta en el acto? ¿Quién no sabe que sus estragos son progresivos? ¿Se está esperando la aparición de patologías terminales colgadas de la negligencia? Cuando todo exhiba una dura y cruel realidad, ¿quiénes se atreverán a exigir el cese y desmantelado de Botnia?
Cada vez que a muchos que saben cuanto se sacrifican tantas familias para sostener esta lucha, se les oye decir “sabemos que Botnia contamina pero no compartimos este modo de protestar”, aparece sobre su testa una aureola de hipocresía. La sentencia de Osvaldo Bayer no es casual ni antojadiza. Es apenas un correlato de otra que dice: “así como la guerra es el arte de destruir a los hombres, la política es el arte de engañarlos”.
(*) Periodista paranaense – Fragmento de su nota en la columna “La Lupa política”, de Análisis Digital.
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