EDITORIAL
Elogio de la alegría en tiempos de zozobra
En el inicio del mes de agosto se celebra el Día Mundial de la Alegría, una fecha que contrasta con un momento histórico en el cual predominan la inquietud y la angustia.
Fue el colombiano Alfonso Becerra quien en 2011 propició esta iniciativa durante un congreso de gestión cultural llevado a cabo en Chile. Y desde entonces la alegría se celebra cada 1º de agosto en 14 países del mundo, incluyendo a la Argentina. El objetivo es promover y experimentar ese “sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores” como, por ejemplo, “palabras, gestos o actos con que se expresa el júbilo o la alegría”, de acuerdo con la definición del diccionario de la Real Academia Española. Sin embargo, no hay una sola definición de alegría y de hecho no son pocos los que creen que es más que una mera satisfacción o una satisfacción pasajera o parcial de la sensibilidad. En un interesante ensayo, titulado “Hacia una psicología de la alegría”, el doctor Mario Pereyra, docente de la Universidad Adventista del Plata, trae a colación la visión de distintos pensadores. Para San Agustín, por ejemplo, se trataba de un estado en el cual el alma se halla, “colmada”, “en exaltación y triunfo” es decir, es un estado de plenitud. El filósofo Baruch Spinoza, en tanto, la definía como “el paso del hombre de una perfección menor a una perfección mayor”. Y el francés René Descartes decía que era “una agradable emoción del alma” que consistía en “el goce que tiene del bien”. Por su parte Henri Bergson distingue la alegría del placer, señalando que mientras este último es un “artificio imaginado por la naturaleza” para garantizar la conservación de la vida, la alegría en cambio “anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha logrado una victoria”. Si la alegría es una celebración de la vida, se diría que vivimos en una época antivitalista toda vez que abundan los rostros de hombres y mujeres que aparecen ensombrecidos por la desdicha y la amargura. Según Mario Pereyra, el hombre contemporáneo busca sucedáneos a ese estado de plenitud aturdiéndose con la música, el trabajo, orgías, drogas y otras formas de narcotizar la insatisfacción diaria. Al respecto describe la alegría como un sentimiento iluminador contrario de la depresión, uno de los males del siglo. “Desde el punto de vista social -dice-, la alegría es comunicación, apertura al otro, solidaridad, encuentro, ansias por compartir. El que está alegre necesita decirlo, no puede guardárselo para sí”. Además esa disposición es “dinámica, es una actividad de la conciencia que se abre a lo nuevo, moviliza el pensamiento en forma productiva y con un sentido creativo”. Desde el punto de vista de la salud, Pereyra enfatiza que la alegría es la experiencia para superar la enfermedad, para salir del pozo de la angustia. “Es la salud como liberación del mal que nos hunde en el hecho del sufrimiento”. El filósofo español Julián Marías decía, en tanto, que “renunciar a la alegría porque las cosas vayan mal es hacer que vayan peor, sin beneficio para nadie. Uno de los errores mayores que se pueden cometer, casi un pecado. Es probable que si se hubiese sonreído más, si se hubiese dejado brotar toda la alegría posible y se hubiese vertido sobre el mundo, éste hubiera sido menos atroz”. El poeta uruguayo Mario Benedetti, por su lado, escribió que urge: “Defender la alegría como una trinchera/ defenderla del caos y de las pesadillas/ de la ajada miseria y de los miserables/ de las ausencias breves y las definitivas”.
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