MIRADAS
El pueblo que emigró dos veces y encontró su destino en Gualeguaychú
El pueblo alemán del Volga nace a partir de 1763 cuando miles de habitantes de lo que hoy conforman los campos del centro y sur de Alemania deciden emigrar a Rusia. Hasta entonces, no había entre estas personas y aquel extenso y lejano río ningún tipo de vinculación. Fueron las desgarradoras consecuencias de muchos años de guerra y la tentadora invitación de Catalina la Grande lo que dieron origen a un nuevo alemán y, posteriormente, a un prototipo también nuevo de descendiente alemán.
Tanto es así que, cien años más tarde, cuando llegaron los primeros contingentes de alemanes del Volga a Argentina, se los denominaba “ruso-alemanes”. Esta expresión quedó presente en las correspondencias gubernamentales de la época, en los periódicos de aquellos años y en gran parte de la bibliografía referida a las colonizaciones. Incluso en la actualidad, muchas personas llaman “rusos” a los descendientes de estos inmigrantes sin sospechar el acervo cultural alemán que tienen ─principalmente quienes se han quedado a vivir en las aldeas que fundaron tras llegar al país─, y lo indiferentes que son a todo lo que refiere a Rusia.
También surgen cuestionamientos a la denominación “alemanes”, por tratarse de un pueblo que dejó Alemania (cuando aún era parte del Sacro Imperio Romano Germánico) para emigrar al imperio ruso, donde permaneció durante más de un siglo.
La confusión es razonable. ¿Cómo es posible que cientos de miles de personas, sus hijos, sus nietos y bisnietos hayan logrado conservar de manera casi incorruptible y durante el transcurso de cien años, su lengua, sus prácticas religiosas, su modelo de familia, su forma de vestir, sus canciones y todas sus costumbres, en un país lejano, con una cultura sumamente diferente? En otras palabras: ¿Cómo lograron seguir siendo alemanes?
El asombro es aún mayor cuando hoy en la provincia de Entre Ríos, encontramos muestras de aquella cultura alemana que fue celosamente resguardada en el Volga.
Durante mis días en Aldea San Antonio pude escuchar a una niña de 6 años, sentada en la falda de su abuelo, cantar con él una canción en alemán. Recorrí los campos de la zona en un auto de cuyo espejo retrovisor colgaban dos cintas enlazadas: una era negra, roja y amarilla; la otra, celeste y blanca. Conocí a una señora que todos los días lee la Biblia en alemán y tiene otra impresa en español para usar solo a modo de diccionario. Caminando por la avenida “Los inmigrantes”, me topé con un pizarrón puesto en la vereda de un negocio que anunciaba “todo para la Schnitt Suppe”, incluso tuve el honor de que una familia del lugar me invitara a almorzar Strudel con estofado y Schnitt Suppe de postre. ¡Una verdadera delicia volguense! En una fiesta en el club, las niñas del ballet de la Gewohnheit me enseñaron el paso básico de la polca y en una feria de tortas en la plaza, mis hijas se volvieron fanáticas de los Kreppels.
La historia de Aldea San Antonio, una pequeña pero pujante localidad del Departamento Gualeguaychú, comienza indudablemente cuando miles de alemanes decidieron empezar una nueva vida a orillas del río Volga llevando consigo sus plegarias, sus canciones, sus dialectos y todo lo que la guerra no les pudo arrebatar.
Durante su primera gestión, el intendente Mauro Diaz Chaves puso en marcha un proyecto en el que, según me dijo, venía pensando hacía tiempo: publicar un libro que reúna la historia del pueblo.
No soy historiadora, soy locutora nacional de radio y televisión y licenciada en periodismo. He escrito y publicado dos libros, pero ninguno sobre esta temática. Sin embargo, disfruto muchísimo estudiar y hacer investigación histórica, los archivos no fallan, siempre me deslumbran. Así que me animé y acepté el desafío.
Afortunadamente hay mucha y muy buena bibliografía sobre la inmigración volguense. El material más antiguo sobre el tema son dos libros publicados en el marco del cincuentenario de la llegada de los alemanes de Rusia a Argentina, uno es el del sacerdote Ludger Grüter: “Festschrift zum Fünfzig-Jahr-Jubiläum der Einwanderung der Wolga-Deutschen in Argentinien”, y otro es el del pastor Jakob Riffel: “Los alemanes de Rusia. En particular, los alemanes del Volga en la Cuenca del Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay)”. También se pueden mencionar otros libros publicados años después: “Los Alemanes del Volga”, de Popp, V. Dening, N.; “El último puerto. Del Rhin al Volga y del Volga al Plata”, de Olga Weyne; y el trabajo realizado por Brotzman, C.; Morán de Pessini, A.M.I; Poenitz, M. L. titulado “Historia de tres aldeas: San Antonio – San Juan – Santa Celia”. Además, hay separatas, documentales, ensayos, novelas históricas, exposiciones en congresos, artículos periodísticos, salas museísticas y muchísima gente generosa con su conocimiento que se convirtió en fuente de consulta permanente, como todas las personas que me recibieron en sus casas, o respondieron mis mensajes y llamados, y destinaron buena parte de su tiempo en responder mis preguntas. Sus testimonios son una parte valiosísima de este trabajo.
En suma, “Nuestra Aldea” es un recorrido por la historia del pueblo que emigró dos veces y encontró su destino en Gualeguaychú.