CRÓNICAS URBANAS
El maravilloso y ancestral arte de amaestrar pulgas
Hay gente que cree que han desaparecido. Otros, más escépticos aún, aseguran que son una fantasía; sin embargo, los circos o parques de atracciones en donde por unas pocas monedas podía el respetable público admirar este prodigio, no solamente existieron, sino que están más vivos y vigentes que nunca. Como tantas otras cosas aggiornadas (modernizarse es un término que ya se aggiornó) ahora al adiestramiento de pulgas se lo conoce con otro nombre; pero, ya llegaremos a eso.
Para los más jóvenes, conviene comenzar desde el principio relatando que era muy frecuente hace algunos años atrás, encontrar en las ferias de diversiones itinerantes o bien en algunos circos, el increíble espectáculo de las pulgas amaestradas. Si bien esta práctica se remontaría al siglo XVII, quién la popularizó fue, en 1830, un italiano llamado Luigi Bertolotto, quien, según refieren las crónicas, recorrió Londres con sus presentaciones que incluían desde orquestas completas y compañías de baile hasta pulgas a bordo de barcos en miniatura e incluso retratos de pulgas caracterizadas como Napoleón o el Duque de Pese. Lo que se dice, un verdadero ladri.
Parece increíble que la misma Europa que vio morir un tercio de su población merced a la peste negra (transmitida por las pulgas de rata en rata) se maravillara ―y aún lo hace― frente a las teóricas proezas de estos sifonápteros cuyo mayor mérito quizás sea (lectores impresionables abstenerse) que su pene mida unas dos terceras partes del cuerpo. No se moleste en sacar cálculos, serían uno 60 cm. en un humano promedio.
Ahora bien, lo que sí hacen estos bichos es saltar. Hasta 80 veces su tamaño. Y eso, para cualquier adiestrador de pulgas que se precie de tal puede ser un problema. Pero pasible de resolverse.
Como ante otras tantas situaciones o circunstancias ante las cuales nos asombrábamos durante nuestra infancia y que hoy nuestros hijos nos miran ―en el mejor de los casos― de una manera displicente, tales como, por mencionar solo algunas: jugar a la bolita, leer libros o revistas de historietas, recorrer el barrio en bicicleta sin temor al secuestro, ir solos a la matiné del domingo al cine, armar sofisticados equipos de telecomunicación con dos latas de tomate y un hilo piolín encerado; en fin, cosas tan ilógicas y difíciles de explicar cómo que se podía pasar toda una tarde sentado con un amigo jugando con un autito de plástico o una muñeca con diez pelos ralos y no aburrirse. Y asistíamos, impávidos, a los circos de pulgas. O al menos, si no sabíamos de su existencia de ningún modo nos hubiéramos atrevido a negarla.
Seguramente, se dirá, nosotros, los de esa época, éramos ingenuos, niños ingenuos que hoy vendríamos a ser algo así como viejos boludos. A los jóvenes de hoy, a nuestros millenials, no es tan fácil engañarlos. Ya los espejitos de colores con que nos maravillaban a nosotros no resisten ante el peso de internet o el poder comunicacional de las redes sociales, ya no se los puede convencer mediante la lectura sesgada y adoctrinante de un solo periódico, ya que tienen acceso a todos los diarios y publicaciones del mundo. ¿O acaso esto no es cierto?
Escribe Miguel Santos Guerra: “Si metemos varias pulgas en una pequeña caja de cristal, podremos ver cómo saltan sin cesar contra las paredes y el techo de la caja. Si después de un tiempo las sacamos de su encierro y las dejamos en libertad podremos ver que sólo realizan saltos como los que efectuaban dentro de la caja. Se han acostumbrado a los límites, se han habituado a unos esfuerzos recortados por la experiencia. Los amaestradores han condenado a las pulgas a su pequeño fracaso”.
Así, los nuevos amaestradores de pulgas van generando consignas que van, poco a poco, convirtiéndose en profecías autocumplidas: “sos un inútil”, “los pobres tienen que asumir su condición de pobres”, “la universidad podrá ser para todos pero no es para cualquiera”, “todo el mundo sabe que eso que se está proponiendo está mal”, “usted y yo ya somos grandes y sabemos bien que no nos van a vender esto como si fuéramos criaturas”, “quizás los argentinos no estamos todavía preparados para decidir en temas de tanta trascendencia”, “los chicos a la escuela vienen a aprender lo que se les enseña y punto”, “todo bien con los discapacitados pero de ahí a juntarlos con la gente normal con el pretexto de la integración es un disparate”…
Y es así que gozamos de un espectáculo maravilloso y único al que no vemos, pero si nos dicen que eso está pasando dentro de la caja de vidrio así debe ser y como tal hay que aplaudirlo, creyendo ciegamente en lo que nos dicen los amaestradores que son, en definitiva, quienes han hecho su trabajo, amaestrar, por un lado, a las pulgas, para que no sobrepasen jamás el límite impuesto por su amo, y por otro al público, que aplaude a rabiar lo que cree que está mirando. El viejo circo de pulgas que, aggiornado, le llaman posverdad.