OPINIÓN
El elegante negocio de la guerra
En la maravillosa obra de León Tolstoi La guerra y la paz, podemos leer: “¡Ah, el dinero, conde, el dinero! ¡Cuánto se sufre en el mundo por él!”
Por Luis Castillo*
Muchas veces mencionamos que, desde su aparición, el principal motor de la evolución de la raza humana fue la supervivencia. Tanto el desarrollo de las habilidades motoras como del más importante de todos, el lenguaje, producto de la capacidad de generar e interpretar símbolos, tuvieron como fin último mejorar nuestra capacidad de reacción ante la adversidad, ante el peligro. Pero, paradójicamente, a medida que desarrollamos nuestro cerebro y nuestros músculos para vivir más y mejor, comenzamos el lento pero progresivo perfeccionamiento de nuestra capacidad para exterminarnos. El más simple y antiguo de todos se denominó homicidio y, según narra simbólicamente la Biblia, fue Caín matando a su hermano Abel. Con el tiempo se perfeccionaron las técnicas y el número de involucrados en las muertes por lo que pasó a llamarse guerra. Las causas o motivos para iniciar una conflagración son por todos conocidas por lo que una enumeración de las mismas sería tediosa e inútil, aunque quizás no sería tan descabellado afirmar que el origen común de todas ellas no es otro que el deseo de tener lo que el otro tiene, llámese esto riqueza, territorio o capacidad potencial de generar ganancias. Los argumentos, son solo retórica.
Si bien puede definirse a la guerra ―según el antropólogo Keith F. Otterbein― como un combate armado entre grupos humanos que constituyen agrupamientos territoriales o comunidades políticas diferentes, hay quienes afirman que la misma fue una práctica universal incluso entre los homínidos del período Paleolítico (hace unos 12000 años), lo cual significa que los conflictos bélicos son inclusive anteriores a las sociedades organizadas, es decir, tal como afirman algunos antropólogos, la violencia es inherente a nuestra especie. Como muestra, recordemos lo que se conoce como la masacre de Nataruk, en donde hace unos 10000 años un grupo de cazadores diezmaron a otros tantos recolectores: “Varios murieron casi en el acto por heridas letales en el cráneo con flechas y otras armas. A algunos les partieron las rodillas o las manos. Hay cadáveres que conservan aún las puntas de piedra incrustadas en la cabeza, el tórax, las caderas. No se hicieron distinciones, entre los muertos hay hombres, mujeres y niños. De hecho, los investigadores han descubierto que una de las mujeres estaba embarazada de unos siete meses. Las razones de esta carnicería son un completo misterio” refiere el informe de un equipo de paleo antropólogos sobre sus hallazgos en Kenia en 2012, “Hasta ahora habíamos visto solo señales de violencia sobre individuos, pero lo que estamos viendo ahora es que, al contrario de lo que se asumía, en estas sociedades también había violencia, de hecho, pensamos que lo que estamos viendo aquí es un auténtico campo de batalla tal y como quedó tras el enfrentamiento”, refiere el pre historiador José Maíllo.
Sobre esta base, podemos afirmar que la guerra forma parte indivisible de la cultura de la humanidad; sino, cómo entender la veneración que prodigan todas las civilizaciones a sus guerreros: se les erigen monumentos y las ciudades llevan sus nombres en las calles y en las plazas. Los textos más antiguos como la Ilíada o el poema de Gilgamesh son elogios a las conquistas, al coraje, a las luchas…a la guerra.
En julio el mundo conmemorará un siglo del estallido de la Primera Guerra Mundial, ese conflicto bélico dejó en cuatro años un saldo de 9 millones de muertos; la Segunda Guerra, entre 1939 y 1945 elevó ese número a 40 millones de personas muertas de las cuales 18 millones eran civiles. Sin embargo, y mal que nos pese, más allá de las muertes, los refugiados, el hambre, las vejaciones personales y la violación sistemática de los derechos humanos, las guerras también son un formidable negocio de rentabilidad asegurada.
Los conflictos armados se producen (o se provocan) por motivos económicos; ayer fue por un cultivo, hoy por la extracción de petróleo o de gas, por los recursos naturales o la materia prima pero, como se mencionó, esto se anuncia o justifica con argumentos políticamente correctos en donde surgen palabras (no ya conceptos) como patriotismo, soberanía, libertad, seguridad o intervención, para morigerar o acabar con conflictos internos, religiosos, culturales, geográficos, políticos o militares propios de países o regiones “menos desarrolladas” a los que se considera incapaces de solucionar por sí mismos sus propios conflictos. Cualquier argumento es válido para justificar el negocio de la guerra.
Es que no debemos olvidar ni soslayar que, por encima de los intereses gubernamentales o políticos, prevalecen desde los de las empresas armamentísticas (legales e ilegales) y la industria de los mercenarios, hasta los diferentes contratistas de uniformes, medicina, alimentos para las tropas movilizadas, sin olvidar que ―en el mismo combo―, suelen estar incluidas las licitaciones de las empresas constructoras que reconstruirán lo previamente destruido.Esto que puede parecer ―y para mí lo es― una inmoralidad en donde se privilegia la economía (y además de unos pocos) por sobre el hambre, el abandono y la muerte de miles o millones de inocentes es tal que, como afirma el sociólogo Darío Azzellini “la guerra ha llegado a ser la forma de hacer economía y no la interrupción de la economía.”
Esta semana, la amenaza de un mundo en guerra parece ser más real que nunca. Justificaciones y manifestaciones valiosas desde lo argumentativo o ridículas hasta lo disparatado pueden escucharse casi las 24 hs. Un maniqueísmo casi futbolero disputa quiénes son los buenos y quiénes los malos. Simplificación hasta lo imbécil. En el caso de que la guerra se limite a Rusia y Ucrania los más perjudicados desde el punto de vista económico serán los países europeos (nosotros también, claro), quienes están importando gas y petróleo a precios muy altos; sin embargo,estos flujos monetarios acaban en los países exportadores, entre los que se ha colocado Estados Unidos, quien, según la Administración de Información Energética de EEUU, ese país se ubicará este año como el primer exportador mundial de gas natural licuado superando a Qatar y Australia. ¿Tendrá intenciones de participar Estados Unidos en una guerra en la que, sin pelear, ya ganó? pero, por otra parte, ¿cuál es el límite de las utilidades que lo harían quedarse afuera de otras “unidades de negocios” (armas, mercenarios, equipamiento, etc.)? ¿Rusia dará por terminada su “misión” una vez destituido el actual presidente de Ucrania o eso será solo el comienzo?
Estamos asistiendo, mate en mano y por televisión, a lo que puede ser el comienzo de la tercera guerra mundial en un mundo tapizado de armas nucleares que hacen ver a la bomba de Hiroshima casi como una de demolición y, sin embargo, aún se duda si suspender la final de la Champions Leage en Rusia dentro de un par de meses. No sé por qué recordé aquella frase de Albert Camus cuando reflexionaba: “El gran Cartago lideró tres guerras: después de la primera seguía teniendo poder; después de la segunda seguía siendo habitable; después de la tercera... ya no se encuentra en el mapa”.
*Escritor, médico y Concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”