PARA LA REFLEXIÓN
El depreciado arte de saber perder
¿Cuál es la sutil diferencia entre saber perder y ser un perdedor? Sabemos que ganar es bueno, ¿es tan malo perder?
Luis Castillo*
Para los lectores de esta columna que disfrutan de la poesía ―placer que muchos aún desconocen pero que están a tiempo aún. Siempre hay tiempo― sin dudas el título de esta nota los debe haber conducido directamente a Elizabeth Bishop, notable poetisa norteamericana contemporánea que falleció en 1979 dejando tras de sí una vasta obra digna de ser conocida; entre ellas, se destaca un poema, “Un arte”; pero dejaré para el final compartir esa belleza.
Vivimos en un tiempo en donde se nos inculca, bajo diferentes formas, una verdadera apología del ganador. Del triunfo. Del éxito. Una buena película ―por poner apenas un ejemplo― solo tendrá buena crítica si el o la protagonista ―perdedores, fracasadas― terminan revirtiendo tal situación y se convierten de la noche a la mañana en la contracara de lo que fueron. Quedarse en esa situación no sería un buen ejemplo, ¿o acaso hoy veríamos con buenos ojos a un Diógenes que, más allá de la sabiduría que tuviera (si fuera como el griego, claro) llevara el tipo de vida que el otro en Atenas? Sin dudas hoy solo sería un vagabundo, un croto (si viviera en Argentina), un homeless en el país del norte. ¿Se detendría algún rey o conquistador ―como Alejandro Magno― a intentar hablar con él y, de yapa, soportar ser ninguneado por un aparente don nadie? Impensable, claro. Como no pretendo que todos conozcan la referida anécdota, la recordamos: La misma cuenta que, estando Diógenes en Corinto, dormía en una tinaja. Al llegar Alejandro a la ciudad con su ejército, toda la población fue a recibirlo, pero Diógenes, se mantuvo indiferente a la pompa del emperador. Entonces fue el propio Alejandro Magno quien, conocedor de la fama del filósofo, buscó a Diógenes y le dijo: “Quería demostrarte mi admiración. Pídeme lo que tú quieras, puedo darte cualquier cosa que desees”, ante lo que Diógenes respondió: “Por supuesto. No seré yo quien te impida demostrar tu afecto hacia mí. Querría pedirte que te apartes del sol. Que sus rayos me toquen es, ahora mismo, mi más grande deseo”.
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