AFERRARSE A LA VIDA
“El cáncer me hizo ver lo fuerte que puedo ser”
Daiana Viera tiene 36 años y tres hijas. En octubre del 2022 fue diagnosticada. Su agradecimiento con el personal del Hospital Centenario es “para toda la vida”. Vivió en un motorhome y recibió la solidaridad de Gualeguaychú. “Tuve cáncer durante cinco años, pasé dos embarazos, y no lo sabía”, contó.
Luciano Peralta
La historia de Daiana es la de una paciente agradecida. Una paciente de la salud pública que da batalla todos los días contra el cáncer. También es la historia de una mujer joven, madre de tres niñas, que se preparó para morir, que debió enfrentar miedos y prejuicios, y que abrazó una nueva oportunidad. “Es un día a la vez”, dice, entre lágrimas. Hoy se sabe fortalecida, pero no olvida el duro camino que la trajo hasta el presente.
“Cuando nació la última de mis hijas me costó mucho recuperarme. Me sentía rara, empecé con dolores de panza y malestares. Pero me decían que era el estrés por las tres nenas, la tercera cesaría y un montón de cosas. Eso fue en marzo del 2022, en octubre, ya empecé con muchos cólicos, diarrea y a sangrar”, cuenta la joven de 36 años, pareja de Maximiliano y mamá de Juana (12), Ángela (6) y Amelia (2).
“Ya había ido al médico -continúa-, pero me habían dado una dieta, por posibles cólicos renales y me habían dicho que podía ser celíaca. Pero con la sangre me asusté, entonces me fui al hospital, donde me vio la doctora Jésica Cepeda Parga, que me mandó una colonoscopia urgente. Eso fue un martes, el viernes entré a quirófano a hacerme una colonoscopía y una endoscopia. Y el resultado fue cáncer de recto”.
- ¿Qué sentiste con ese diagnóstico?
-La muerte, me choqué con la muerte. Fue todo gritos, llantos y bueno, los de salud mental, pobres, me querían tranquilizar y yo lo único que gritaba era que, ¿cómo me iba a tranquilizar con tres hijas? Me quisieron dar algo para tranquilizarme, no quería nada. Les tiré todo. Yo solamente me quería ir, no quería ir a mí casa, quería desaparecer. Además, tuve que esperar ocho días para el resultado de la biopsia. Aunque ya sabía que tenía cáncer.
- ¿Cómo fueron esos días?
- Horribles, horribles, porque preparaba a todos para cuando yo me muera. A Juana, mi hija mayor, le enseñaba a usar el lavarropas, le explicaba todo, hasta como ordenaba los almohadones del sillón (Daiana no puede contener el llanto). Pero, bueno, es la primera reacción que te
sale, decir ‘hasta acá llegué, me voy a morir’. Yo quería dejar todo más o menos organizado, por lo menos que sepan organizarse en casa.
- ¿Qué hiciste después de la biopsia?
-Todo el mundo me decía lo mismo: que me vaya de Gualeguaychú, que acá no me podía quedar, que me tenía que ir a Buenos Aires. Pero eso era carísimo y yo no me quería ir lejos de las nenas, entonces hablé con Jésica (la doctora) y le pedí que me recomendara qué hacer. Ella me dijo que acá había buenos médicos, muy buenos oncólogos, pero que yo estaba en todo mi derecho de buscar otras opiniones. En ese momento me aferré a Dios, hablé con todos y les dije: mi realidad es que no tengo obra social, no tengo la plata que necesito para irme a otro lado, entonces me voy a quedar en el hospital, me siento tranquila con el hospital. Hice oídos sordos a todo y en lo único que confié fue en Dios y en los médicos.
El tratamiento continuó con muchos estudios, quimioterapia por vena cada 21 días y con pastillas de forma diaria (seis por día) y, al mismo tiempo, el tratamiento de rayos durante un mes en Concepción del Uruguay. Todo cubierto por la salud pública.
“Yo no tuve que pagar un peso, es más, si no tenía en qué ir me ponían un remís. Hasta ahí fue todo bien, recién sobre el final de esa primera etapa tuve algunas consecuencias en el cuerpo, pero me humectaba la piel con las mejores cremas, que también me las brindaron desde el hospital. Fue impecable la atención que tuve, nunca un problema con la quimio, siendo que tengo compañeras que pagan un fangote de plata de la obra social y sí los han tenido. Por todo, estoy muy agradecida”.
- Se suele cuestionar al hospital, ¿tu experiencia fue buena?
-De todo lo malo siempre se saca algo bueno. Yo me encontré con un servicio de Oncología impecable, no sé si hay otro igual. Desde el cirujano Asencio Altuna hasta Soledad y Miguel, los enfermeros que te ponen la quimio, super humanos y contenedores. Cuando te ven, parece que ven una hermana, ¿me entendés?, el abrazo, el pasá por acá, el tranquila, siempre con la mejor onda, algo tan necesario en esos momentos. Igual Celeste, la psicóloga, y la nutricionista. Me tocó el mejor oncólogo, también, el doctor Ramello, tan recto al hablar, pero que en varias ocasiones se me sentó a un lado, me agarró la mano, me contuvo. Marcela, de Farmacia, es un ángel, de esas personas que mueven cielo y tierra para conseguir lo que necesitás.
-¿Cómo siguió el tratamiento?
-Me mandan al Hospital Durán, allá me pidieron que me haga unas imágenes, las mejores que pudiese conseguir, pero salían caras. En el Hospital Fernández las hacían, pero no había turno y las necesitaban urgente. Gracias a Dios que tengo una amiga que hizo un pedido en las redes sociales y la gente de Gualeguaychú, con su solidaridad, hizo que pueda hacerlas. Estoy re agradecida también por eso. El tumor se había achicado, entonces el 28 de junio del 2023 me operaron para extraerlo. Fue complicado, pero salió todo bien.
- ¿Y allá dónde te quedaste? ¿En el mismo hospital?
-Los primeros nueve días después de la operación sí. Fue muy duro, los cinco días en terapia intensiva fueron terriblemente doloridos, bueno, pasaba morfina nomás. Es muy feo cuando tenés tres hijas lejos, todos los aparatos hacen ruido y no sabes si está todo bien, si está todo mal, si te lo sacaron (al tumor) o no. Pero bueno, se pasa. La segunda mitad estuve en un motorhome. El hospital me brindó un lugar donde quedarme, pero estaba a media hora del hospital y la doctora no le cerró. Entonces nos fuimos con el colectivo de mi papá, que justo los estaba empezando a arreglar. A dos cuadras del Duránd está el Parque Centenario y ahí está permitido estacionar el motorhome. Yo estaba allá con mi papá y mi mamá y el resto de la familia acá, con las nenas. Sobre todo, la mamá y la hermana de Maxi, que se instalaron como un mes en casa y dejaron todo de lado.
- ¿Qué pasó después de la operación?
-Ahí viene la parte de aceptarte. Me desperté ostomizada, con una bolsita con la que trato todos los días de amigarme, pero a la que le debo la vida.
Tras la intervención, en la que le extrajeron el tumor y una parte del recto, Daiana debió continuar con sesiones de quimioterapia por un tiempo más. “Tuve cáncer durante cinco años, pasé dos embarazos, y no lo sabía”, dice, como tomando dimensión de lo vivido.
Actualmente, continúa la quimioterapia con pastillas, todos los días, tratamiento que terminará dentro de dos semanas. “Y
si está todo bien y no hay enfermedad, me sacan la bolsita y me vuelven a reconectar todo en su lugar. Es lo que más deseo, aunque sé que puede no estar todo bien, también”.
-Si el primer diagnóstico fue la muerte para vos, ¿qué te enseñó todo esto?
-Más allá de que es un garrón, porque estar enferma es una de las peores cosas que te pueden pasar, hoy lo agradezco (se quiebra, respira hondo y hace una pausa). El cáncer me hizo ver lo fuerte que puedo ser. Más allá de un montón de cosas, de que tuve los mejores médicos y una familia hermosa que me acompañó, yo le puse una fuerza de voluntad que, sinceramente, no sabía que tenía. Entré con tanto miedo, pero salí tan fortalecida… hoy sé lo que pude y sé que voy a poder pasar esto. Es un día a la vez, despertarme sin dolores y poder vivir un día normal es muchísimo. Valorás la vida de otra manera. Aprendí que podés tener toda la plata del mundo y vivir en un palacio, pero nada de eso te va a salvar de caer a oncología al lado mío. Por eso agradezco cada día.