POR LUIS CASTILLO
El año que nos habló el planeta
Un antiguo refrán dice: El hombre propone y Dios dispone. Frente a los dioses de los que estamos hablando, pocas veces querer es poder.
Por Luis Castillo* En Octubre de 2020 se esperaba que la comunidad internacional llegara a un acuerdo en referencia a la defensa de la naturaleza al estilo del Cop 21 del 2015 de París −que concluyó con un Acuerdo global de cambio climático, mediante el cual los países se comprometieron a reducir los gases de efecto invernadero− durante la conferencia Cop15 que iba a llevarse a cabo en Kunming, China. Como sabemos, la pandemia se encargó de suspender dicha reunión pero, asimismo, lo que se vio en el mundo quizás fue más aleccionador de lo que hubiera podido debatirse en ese foro. Podemos afirmar esto leyendo un informe de la Naciones Unidas que dice “La pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19) ha destruido vidas, medios de subsistencia y economías. Sin embargo, no ha ralentizado el cambio climático, que plantea amenazas cada vez mayores para la salud, el trabajo y la seguridad de las personas. Lo que está en juego no podría ser más importante: según los datos científicos, las temperaturas se encuentran en máximos sin precedentes, los niveles de gases de efecto invernadero están aumentando, el nivel del mar está subiendo y los desastres naturales se están agravando. A medida que el mundo hace frente a la pandemia y emprende la recuperación, existe un reconocimiento cada vez mayor de que la recuperación debe ser un camino hacia una economía verde y sostenible que produzca empleos y prosperidad, reduzca las emisiones y aumente la resiliencia.” Nada es casual. Nada sucede porque sí. El mundo está siendo, desde hace demasiados años, irresponsablemente transformado y eso no sucede sin consecuencias. Si no, veamos el Informe Planeta Vivo 2020, que mostró que las poblaciones globales de mamíferos, aves, peces, anfibios y reptiles se redujeron en un 68% en promedio entre 1970 y 2016. En junio, mientras los barbijos comenzaban a ser parte de los paisajes urbanos del mundo, prestigiosos científicos advirtieron que se estaba acelerando la sexta extinción masiva de la vida silvestre del planeta y, por si todo esto fuera poco, la ONU estima que un millón de especies están en riesgo de extinción, muchas de ellas apenas en décadas. ¿Leyó bien? Hágame un favor, tómese dos minutos y lea este último párrafo nuevamente, yo lo espero. Por si este relato cuasi apocalíptico no fuera suficiente, los incendios forestales recorrieron el mundo como una imagen reiterativa que ponía en evidencia los devastadores efectos del calentamiento global. Un informe de un grupo de expertos, incluido el profesor Paul Ehrlich de la Universidad de Stanford, autor de The Population Bomb, y científicos de México, Australia y EE. UU. es contundente: "La escala de las amenazas a la biosfera y todas sus formas de vida, incluida la humanidad, es de hecho tan grande que es difícil de comprender incluso para los expertos bien informados", escriben en Frontiers in Conservation Science en referencia a más de 150 estudios que detallan los principales desafíos ambientales del mundo. Ahora bien, en 2010, representantes de 170 países reunidos en Japón, firmaron un acuerdo para proteger la biodiversidad y el medioambiente en el planeta "20 Metas de Aichi para la Diversidad Biológica”; un informe de las Naciones Unidas, cuyo objetivo fue evaluar el grado de cumplimiento del acuerdo, detalla un panorama desalentador: ninguno de los 20 objetivos se cumplió. Esta semana, una coalición de más de 50 países se comprometió a proteger casi un tercio del planeta para 2030. Nos quedamos más tranquilos, ¿no? No quisiera abrumar al lector o lectora con datos que si bien son claros de entender en su concepto no lo son tanto quizás en cuanto a interpretar los objetivos últimos de este afán de autodestrucción, no digamos de la raza humana sino de sus representantes más poderosos, esos que manejan las corporaciones que a su vez manejan gobiernos pobres de países ricos y gobiernos ricos de países pobres. Las soluciones no son mágicas ni individuales. Tampoco son fáciles, naturalmente. El control social es una herramienta irreemplazable y su accionar debe ser implacable ya que la política y las políticas públicas juegan un papel fundamental: convertir la educación en prioridad. Invertir en ciencia y tecnología aplicada al cuidado del ambiente y la biodiversidad no es una opción sino un imperativo, la generación y promoción de formas de turismo que cuiden el ecosistema al mismo tiempo que generen trabajos genuinos y sostenibles es una alternativa factible; generar de manera inmediata políticas que eviten las permanentes migraciones internas que conforman los cordones de miseria, enfermedad y muerte alrededor de las grandes urbes deben ser prioritarias. Estas, como tantas otras acciones, no solo son posibles sino que son imprescindibles y su implementación debe ser perentoria. Pero la base de todo, sin dudas, es la educación. Educar para la vida. Educar para el cuidado de nuestro ambiente. Educar para desarrollar personas felices, aunque esto suene utópico o perogrullesco. Un nuevo mundo precisa de nuevas miradas, nuevos interrogantes, nuevas respuestas que solo pueden darlas las nuevas generaciones que, hoy por hoy, dependen de nosotros para poder ser quienes transformen nuestro futuro (que es el de ellos, en realidad) nuestro mundo (que es el de ellos) y nuestra forma de verlo (que deberá reemplazarse por sus propias miradas). Estamos siendo testigos −dudosamente privilegiados− de una etapa bisagra en la historia de la humanidad; además de ser testigos, atrevámonos a ser protagonistas y seamos conscientes de nuestra responsabilidad, de la trascendencia de nuestra participación o bien de nuestra inacción, que no puede ser sino catalogada como cobardía. *Escritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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