OPINIÓN
Cuatro meses para el olvido
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En primer lugar, es importante separar la gestión de la política exterior del fenómeno de alcance global en el que se ha convertido la figura de Javier Milei. Con sus gritos desaforados contra la “casta”, sus diatribas anticomunistas y su peinado, Milei ha desplegado una imagen y un discurso que se alinea muy bien en el marco de los ascendentes movimientos de derecha populista que florecen en gran parte de Occidente. Milei supo comprender el clima de época y aprovecharlo para llegar al poder, en plena era de la antipolítica y las redes sociales. La Argentina, un país devastado tras casi dos décadas de kirchnerismo, presentaba un contexto ideal.
Ahora bien, el fenómeno internacional de Milei es, por ahora, superficial. El impacto de sus apariciones, en términos comunicacionales y de imagen, es impresionante, de eso no caben dudas. No obstante, los tomadores de decisión global siguen observando a Milei con más asombro que verdadero interés. Por caso, los mandatarios y empresarios que escucharon al líder libertario en el último foro de Davos todavía están tratando de descifrar su extraño discurso, en el cual el Presidente describió un mundo binario en términos ideológicos que, tal como fue planteado, dejó de existir en 1989. Ni que hablar de las referencias a su lucha contra la casta argentina, algo que pocos líderes extranjeros pueden comprender y, mucho menos, interesarles. Esta dificultad vale incluso para los burócratas de la Casa Blanca y del FMI, quienes pueden llegar a comprender bastante mejor el fenómeno de Milei y sus circunstancias –más por necesidad que por admiración–, pero aún tienen muchísimas dudas sobre el éxito de este inédito experimento.
Para colmo, Milei no se maneja en idioma inglés, al menos en sus discursos y entrevistas internacionales. Y cuando expone haciendo gala de lo que se supone es su fuerte, la economía, recae en llamativas simplificaciones y omisiones, seguramente por su indeleble sesgo ideológico. Para Milei, en 2024 seguiría existiendo en el mundo un grupo imaginario de bandidos comunistas, con los que nuestro país no debiera relacionarse. El Presidente suele poner en la misma bolsa realidades tan diversas y distantes como Brasil, Cuba, Venezuela, Corea del Norte y China. Este último país, mal que le pese a Milei, es una superpotencia tecnológica que en 2023 representó más del 30% del crecimiento global y va camino a superar a EE.UU. como la mayor economía del planeta. Milei no lo reconocería en público.
Al Presidente no lo ayuda para nada haber designado a una canciller que tampoco entiende de relaciones internacionales, algo que lamentablemente Diana Mondino demuestra cada vez que habla públicamente, para perjuicio de la imagen de la Argentina en el mundo. Y cuando no habla, la funcionaria se dedica asiduamente a retuitear groserías y memes de los trolls libertarios. Se nota, además, que Mondino no tiene influencia en las decisiones de política exterior que toma el Presidente. Quizás sea mejor así, pero el problema es que el rol del canciller siempre es fundamental, no solo para contribuir a definir el rumbo externo del país, sino también para educar a un presidente que no tiene por qué ser experto en todo.
Está claro que la principal impronta de la política exterior en estos cuatro meses ha estado dada por la ideología (otra vez), con un fuerte componente adicional producto de las pasiones e impulsos intempestivos del propio presidente. Solo así se explican cosas bastante absurdas y potencialmente muy peligrosas, como apoyar tan enfáticamente al muerto político Benjamin Netanyahu, o insultar a líderes regionales, comprometiendo relaciones diplomáticas centenarias.
Las relaciones con China y Brasil, nuestros dos mayores socios comerciales, están paralizadas a nivel presidencial, amenazando el futuro económico de nuestro país. En paralelo, Milei ha definido un alineamiento total con los EE.UU., plagado de sobreactuaciones inútiles, que no revisten beneficios. El Presidente ha viajado en promedio una vez por mes a EE.UU., aunque no siempre con agenda oficial. En paralelo, no ha pisado ningún país de la región, ni tiene planes de hacerlo. Por si eso fuera poco, Milei apoya abiertamente a Donald Trump de cara a las elecciones de noviembre próximo. Son acciones propias de un desconocedor de los asuntos globales y de la relevancia de la política exterior, pero que además se maneja sin una red de contención de gente preparada y capaz de influir sobre sus decisiones.
Milei parece decidir posturas internacionales casi en total soledad, manejándose por puro impulso y pasión, frente a un círculo de confianza ínfimo que tampoco conoce de estos temas. Tan solo por citar otro ejemplo: trascendió que Milei viajaría a Ucrania en junio próximo, siendo el primer mandatario latinoamericano en hacerlo. Ni EE.UU. nos pide tanto. Además, ¿sabrá Milei que, si su amado Trump gana, quizás no haya más apoyo de la Casa Blanca al esfuerzo bélico de Ucrania?
Dicho todo esto, no tengo dudas de las buenas intenciones de Milei y de que el rumbo de las profundas reformas que está adoptando a nivel doméstico es el correcto. Pero difícil que el proceso pueda concluir bien, si eventualmente el Presidente falla groseramente en términos de inserción internacional. En efecto, también por ideología y desconocimiento rechazamos ingresar al Brics, mientras insistimos patológicamente en resucitar el TLC entre el Mercosur y la UE.
En conclusión, el balance de la política exterior de Milei es decepcionante y el actual rumbo puede ser muy perjudicial para los intereses nacionales y el bienestar del pueblo argentino. Es una pena, luego de la vara tan baja que habían dejado las paupérrimas gestiones de Felipe Solá y Santiago Cafiero en la era de Alberto Fernández. No solo viramos de un extremo ideológico al otro, sino que otra vez estamos en manos de gente que no comprende la política internacional y la vital importancia de desplegar una buena política exterior. ¿Por ideología y desconocimiento, otra vez la Argentina desperdiciará una gran oportunidad? Esperemos que no. El gobierno de Milei recién comienza y estamos a tiempo de dejar en el pasado estos cuatro meses para el olvido en materia de política exterior.