VIVIMOS MÁS TIEMPO EN LA VIRTUALIDAD QUE EN EL ESPACIO REAL
Con Internet, la ciudad no es la de antes
El filósofo Javier Echeverría dice que hemos migrado al “tercer entorno”, un espacio virtual que se superpone a la naturaleza y a la ciudad real. ¿Qué consecuencias tiene la “desterritorialización” producida por la revolución electrónica?
Nuestra sociabilidad y nuestra representación del mundo han sufrido una radical modificación, producto de la mediación de los ordenadores, al punto que un espacio geográfico concreto como la ciudad se ha volatilizado.
Desde que los humanos han migrado al entorno virtual, se ha producido un declive de identidades enraizadas y de comunidades físicas cimentadas en un espacio concreto. El efecto se llama “desterritorialización” y es lo que ha producido Internet en todos nosotros.
Las recientes tecnologías de la comunicación (TICs) han conseguido “desubicar” al sujeto histórico que somos (o que éramos) reenviándonos a un horizonte sin lugar fijo en ninguna parte, ou-topos, que no es localizable, porque no se caracteriza por estar ya que su esencia “es fluir, circular”.
Así describe el filósofo español Javier Echeverría al “tercer entorno” o “tecnópolis”, una suerte de nuevo espacio social en construcción, básicamente artificial, y que según su tesis “difiere profundamente de los entornos naturales y urbanos en los que tradicionalmente han vivido y actuado los seres humanos”.
Este académico vasco es especialista en axiología y filosofía de la ciencia, las relaciones entre las nuevas tecnologías de la información y el papel del ser humano y la sociedad.
Echeverría describe el “primer entorno” como aquel que gira alrededor del ambiente natural al ser humano: el cuerpo humano, el clan, la familia, la tribu, las costumbres, los ritos, las técnicas de producción, la lengua, la propiedad.
El “segundo entorno”, en tanto, se estructura en torno al ambiente social de la ciudad y del pueblo, es la dimensión urbana en la que hemos vivido básicamente hasta acá.
Echeverría sitúa aquí distintas formas sociales, muy propias de la sociedad industrial: el vestido, el mercado, el taller, la empresa, la industria, la cuidad el estado, la nación, el poder, la iglesia, la economía.
Pero hace al menos 15 o 20 años, diagnostica, se ha producido una mutación de envergadura desde el punto de vista humano y sociológico: la vida transcurre ahora sobre todo en un espacio inmaterial, Internet, en el que, entre otros efectos, la localización geográfica se ha vuelto un factor superfluo.
La nueva situación existencial es un híbrido donde se conjuga el “estar” virtual con el real. Así, se podría estar compartiendo un lugar físico-corpóreo y al mismo tiempo navegando por las redes virtuales, como si dijéramos que se solapa y se fusiona la dualidad físico-virtual.
Dice Echeverría: “El cambio tecnológico es un factor de cambio estructural en el tercer entorno. De ahí el ritmo vertiginoso de transformación experimentado por ese espacio en las últimas décadas."
En el entorno digital se ha fraguado una nueva subjetividad, que algunos autores identifican con el individuo posmoderno, básicamente “desterritorializado”, es decir alejado tanto de la naturaleza como de la ciudad.
Esta desterritorialización nos mantiene localizados y deslocalizados al mismo tiempo. El impacto político de Internet todavía se está digiriendo, porque el cambio está en marcha.
Ocurre, en efecto, una modificación de binarismos clásicos como público-privado (doméstico) o local-global, así como una transformación de la idea de comunidad como un espacio físico emplazado en un lugar concreto y determinado.
De esta manera, el ciudadano tradicional pendiente de realidades físicas como la ciudad, ha devenido en “sujeto nómade”, básicamente cosmopolita, desarraigado de su entorno inmediato, inmerso en la cultura global digital.
Gracias a la conexión electrónica, una persona puede permanecer más tiempo en entornos virtuales interactivos, ciberchateando con personas desconocidas, alejadas territorialmente, y esto desde la habitación de su casa.
La Red está sustituyendo a las comunidades territoriales y generando a la par nuevos agregados, las llamadas “comunidades virtuales”.
Otro autor español, Jesús Mosterín (1941-2017), filósofo de la ciencia, la racionalidad y la cultura, aceptaba el cambio en marcha, al creer que lo que elimina Internet es “la determinación cultural en razón del territorio”.
Estimaba que el nuevo entorno virtual ponía fin a la política tradicional, es decir “la que ejercen los políticos erigidos en sumos sacerdotes de una comunidad humana”. De hecho, vaticinó que con la caída de las fronteras los Estados-nación y los gobiernos serán artefactos obsoletos.
¿Qué quedará del segundo entorno, propio de la modernidad? Contesta Mosterín: “Yo creo más bien que la tendencia será que sobrevivan una especie de ayuntamientos, gobiernos locales para gestionar lo inmediato, el servicio de aguas, el orden público, las emergencias, las únicas tareas imprescindibles, que son las municipales y las de orden”.
Cambia la dinámica urbana
La irrupción de Internet y el aumento del tiempo que pasamos en línea han generado una serie de impactos significativos en las ciudades y en el concepto de territorio urbano.
En el plano físico, por caso, es evidente cómo muchas empresas han reducido su espacio de oficinas a partir del aumento del teletrabajo, en tanto que el comercio minorista viene mutando a tenor del comercio electrónico.
Con más personas trabajando desde casa y realizando compras en línea, se verifica una reducción en la congestión del tráfico y en el uso del transporte público.
La interacción social en línea, además, reduce paralelamente la necesidad de interacciones físicas. Y en este sentido, esto redefine la utilización de los espacios públicos (áreas verdes, espacios para actividades al aire libre y áreas de recreación).
Se sabe que la digitalización ha llevado a la creación de nuevos tipos de empleo y ha modificado la demanda de habilidades, influyendo en la economía urbana y en la planificación educativa y laboral.
Cabe consignar que no todos los vecinos tienen el mismo acceso a la tecnología y a Internet, lo que instala un nuevo tipo de desigualdad.
Impacto social y cultural
La creciente digitalización tiene un efecto inquietante: puede provocar una pérdida del sentido comunitario tradicional, que históricamente ha estado fuertemente vinculado al territorio físico.
Por lo pronto, la comunicación en línea reemplaza muchas interacciones cara a cara que solían tener lugar en espacios comunitarios como parques, plazas, cafés y clubes.
Esto objetivamente puede debilitar los lazos sociales y el sentido de pertenencia a una comunidad física.
Paralelamente, los vecinos pueden formar comunidades en línea basadas en intereses comunes en lugar de la proximidad geográfica. Aunque estas comunidades pueden ser muy fuertes y ofrecer un sentido de pertenencia, pueden no proporcionar el mismo nivel de apoyo y cohesión que las comunidades físicas.
El entorno digital está asociado a una menor participación en la vida comunitaria. Las personas que pasan más tiempo en línea suelen estar menos interesadas o comprometidas con los eventos y problemas de su entorno local, como las reuniones vecinales, la política local o las actividades comunitarias.
La identidad y el orgullo por el barrio o la ciudad tienden a disminuir si los individuos se sienten más conectados con comunidades virtuales dispersas geográficamente que con su entorno inmediato.
Por otra parte, aunque Internet puede conectar a las personas, también puede conducir al aislamiento si las interacciones en línea no se traducen en relaciones significativas en el mundo real. Las personas pueden sentirse solas incluso estando “conectadas” online.
La vida en la Red tiene el potencial de generar desafección cívica y desinterés hacia la ciudad física. La falta de conocimiento y conexión con la comunidad local puede llevar a una menor participación en asuntos cívicos y comunitarios.
Algunos críticos llaman la atención, al respecto, sobre la alienación y desculturalización doméstica entre las nuevas generaciones, nativas de Internet.
Su falta de conexión con el entorno real, puede conducirlas a un desconocimiento de la historia, cultura y geografía local, al tiempo que puede generarles una falta de aprecio por el entorno inmediato.
La identidad local puede diluirse si los jóvenes no se sienten conectados con su comunidad y su naturaleza.