VIERNES SANTO
Cómo murió Jesús: el peritaje definitivo de su calvario y el análisis forense sobre su final en la cruz
La Pasión de Cristo es estudiada desde el Siglo I y los médicos a través de los años llegaron a dramáticas conclusiones sobre sobre su larga agonía y las despiadadas torturas que sufrió
La Pasión de Cristo es, sin dudas, uno de los hechos evangélicos que más interrogantes desata, tanto en cristianos como en ateos. Así se conoce a los sucesos protagonizados por Jesús entre la última cena junto a sus apóstoles, la crucifixión y su muerte. Sobre ella se han escrito innumerables textos, investigaciones y fue representada por el arte con un sinfín de pinturas, en el cine y llevada hasta al teatro.
La ciencia no quedó de lado y puso el foco en estos sucesos. Tanto la historia como la medicina forense realizaron investigaciones para saber qué de aquello que cuenta la Biblia es parte del dogma evangélico y qué parte corresponde con la historia. Desde el Siglo I se buscan respuestas a los motivos que desencadenaron la muerte de quien, para el Cristianismo, es el hijo de Dios y debió someterse al calvario a fin de cumplir con su misión: salvar a la Humanidad.
Renombrados especialistas coinciden en que Jesús debió soportar un tremendo dolor: “Él sufrió una de las formas más duras y dolorosas de pena capital jamás imaginada por el hombre”, dice una investigación del teólogo Paul S. Taylor que publica el portal Christian Answers.
Y agrega: “Incluso antes de que la crucifixión empezara, Jesús mostraba claros síntomas físicos relacionados con un intenso sufrimiento. La noche previa a la ejecución sus discípulos dijeron haberlo visto en agonía sobre el Monte de los Olivos. No sólo no durmió en toda la noche, sino que además parece haber estado sudando abundantemente. Tan grande era el sufrimiento, que había pequeños vasos sanguíneos que se rompían en sus glándulas sudoríparas y emitían gotas rojas tan grandes que caían al suelo (Lucas 22:44). Este síntoma de intenso sufrimiento se llama hematohidrosis o sudor de sangre”.
Según ese estudio, Cristo “estaba físicamente agotado y en peligro de sufrir un colapso”.
Después de la flagelación, siguió la extensa caminata conocida por el cristianismo como Vía Crucis (de unos 8 kilómetros, coinciden los investigadores) donde habría llevado hasta el lugar de ejecución un madero de unos 22 kilos sobre su espalda; la estaca vertical solía guardarse en el lugar de las crucifixiones, en el Monte Gólgota, fuera de la ciudad. En total, la cruz pesaba entre 80 y 90 kilos.
Siguió la crucifixión. “Era la pena de muerte utilizada por los romanos desde el 217 a.C. para los esclavos y todos aquellos que no eran ciudadanos del Imperio”, según el politólogo, historiador especializado en Medio Oriente y escritor italiano Gerardo Ferrara, miembro de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.
Se trataba de “una tortura tan cruel y humillante que no estaba reservada para un ciudadano romano. Era precedida por el flagelo, infligido con diversos instrumentos, según la procedencia y el origen social de los condenados”, definió.
Si en estos tiempos —o si en aquellos hubiera sido posible— el cuerpo sin vida del llamado Mesías pudiera ser examinado en una necropsia hubieran concluido en que la causa de la muerte fueron múltiples.
Tres de los momentos clave de la devoción cristiana y los de mayor sufrimiento de Cristo
-La flagelación
El doctor Rubén Darío Camargo, especialista en cuidados intensivos, analizó en una conferencia realizada en Barranquilla (Colombia) en 2003 este tipo de castigo que usaban los romanos que definió como “un preliminar legal a toda ejecución. A la víctima le desnudaban la parte superior del cuerpo, lo sujetaban a un pilar poco elevado y con la espalda encorvada, de modo que al descargar sobre ésta los golpes no perdiesen fuerzas. Golpeaban, sin compasión ni misericordia alguna”.
El instrumento utilizado era un azote corto (flagrum o flagellum) con varias cuerdas o correas de cuero, a las cuales ataban pequeñas bolas de hierro o trocitos de huesos de oveja, que causaban profundas contusiones y hematomas. Los huesos de oveja –que las cuerdas de cuero tenían en las puntas– desgarraban la piel y el tejido celular subcutáneo.
Al continuar los azotes, las laceraciones llegaban al punto de cortar hasta los músculos, desgarrando la carne. Esto producía una pérdida importante de líquidos (sangre y plasma). Cabe recordar que previamente la hematohidrosis (sudoración de sangre) le había dejado la piel muy sensible.
-La corona de espinas
Tras la flagelación, los soldados romanos solían burlarse de sus víctimas y como en Palestina abundaban los arbustos espinosos, utilizaron el Zizyphus o Azufaifo (llamado luego Spina Christi), de espinas agudas, largas y corvas, para armarle una corona que, irónicamente por proclamarse “Rey de los judíos”, le clavaron sobre la frente. Eso pudo irritar gravemente los nervios más importantes de la cabeza, causando un dolor cada vez más intenso y agudo con el paso de las horas.
Según las Escrituras, no recibió ningún alimento durante muchas horas, lo que se habría agravado por la pérdida de líquidos tras las abundantes hemorragias. Eso hace suponer que a esa altura ya estaría gravemente deshidratado y al borde de un colapso o shock.
“Allí lo desnudaron, lo hicieron sentar sobre cualquier banco de piedra, le echaron en las espaldas una capa corta color grana y le encasquetaron la corona de espinas con fuerza sobre la cabeza, le pusieron una caña por cetro en la mano derecha y empezó la farsa… ¡Salve, rey de los judíos! Y le golpeaban la cabeza con una caña y lo escupían, y puestos de rodillas le hacían reverencias”, describe la Biblia (Mr.15:15; Mt.27:26-30; Jn 19:1-3).
-La crucifixión
El dolor y el daño que causó fueron sumamente intensos, “al punto en que se anhelaría constantemente la muerte”. Según el doctor Frederick Zugibe (1928-2013), médico forense estadounidense que fue patólogo jefe del Instituto Médico Legal, “la perforación del nervio medio de las manos por un clavo puede causar un dolor tan increíble que ni la morfina sería de ayuda”, sostuvo y consideró que los clavos tenían 12,5 centímetros de largo y que Jesús había sido clavado en las manos, pero no en el centro de la palma, sino “justo debajo del pulgar”.
Otros investigadores sostienen que fue perforado por las muñecas ya que por la complexión ósea, las manos “se rasgarían” con el peso del cuerpo y éste no podría quedar colgado.
Respecto a los clavos en los pies, hay quienes concluyen que no estaban encimados sino juntos como otra manera de perpetuar la tortura. “Por ser un dolor intenso, ardiente, horrible como relámpagos atravesando el brazo hacia la médula espinal. La ruptura del nervio plantar del pie con un clavo tendría un efecto asimismo horrible”, describió Zugibe sobre la postura del cuerpo que, consideró, podía alargar por varios días la agonía y que fue pensada “para hacer extremamente difícil la respiración”.
Luego de unas tres horas, habría muerto. Para comprobarlo, cuenta la Biblia, un soldado romano le atravesó el costado izquierdo y “la lanza liberó un chorro repentino de sangre y agua” (Juan 19: 34). Esto, para el médico James Thompson “no solo prueba que Jesús ya estaba muerto cuando fue traspasado, sino que también es una evidencia del rompimiento cardíaco”.
Cuáles serían los resultados de la necropsia
“Jesucristo murió por asfixia, insuficiencia cardíaca aguda y finalmente un infarto de miocardio pero, si hubiera necesidad de realizar un informe final de las causas clínicas de su fallecimiento, serían al menos diez”, dijo el doctor Jorge Fuentes Aguirre, en la conferencia Las Causas Clínicas de la Pasión y Muerte de Jesucristo, realizada en la Parroquia del Perpetuo Socorro, en México.
La secuencia sería: síndrome de estrés agudo, hipertensión arterial de origen psicosomático, anemia aguda por pérdida sanguínea, insuficiencia cardíaca congestiva, insuficiencia respiratoria aguda, síndrome pleural con derrame, shock por hipotensión, infarto de miocardio, ruptura de ventrículo y muerte.
El médico Edward Albury, decano universitario en Oxford, y sobrino del legendario historiador inglés Arnold Toynbee, opinó que Jesús sufrió una grave hemorragia que generó en su organismo desmayos y colapsos fugaces, pero constantes, a causa de la baja presión sanguínea, que le sobrevino desde que lo estaban azotando en el palacio de Pilato, llamado pretorio. Esos desmayos fueron los que lo hicieron caer al suelo varias veces, cuando iba camino del Calvario. Los riñones dejaron de funcionarle, lo cual le impidió conservar el poco líquido que le quedaba en el cuerpo. Y que debió sufrir una terrible arritmia cardíaca, con el corazón desbocado, tratando de bombear afanosamente una sangre que ya no tenía.
Para Zugibe, “Cristo murió de un colapso debido a la pérdida de sangre y líquido, más un choque traumático por sus heridas. Además de una sacudida cardiogénica que hizo que su corazón sucumbiera”.
“¿Cómo pudo resistir ese hombre semejante dolor durante tanto tiempo?”, se preguntó el fisiólogo Zacarías Frank, uno de los médicos e investigadores más destacados del siglo XX, y judío practicante.
“El dolor de Jesús era tan agobiante que en esa época no existía una palabra para describirlo, ni siquiera en la ciencia médica. Tuvieron que pasar diecinueve siglos antes de que inventaran el término apropiado para referirse a un dolor que no se puede soportar: ‘dolor excruciante’, que significa ‘dolor que se siente en la cruz’. La Academia Inglesa de Medicina lo describe como ‘dolor atroz, insoportable y agonizante’”, escribió el investigador colombiano y agnóstico Juan Gossaín. (Infobae)