MASCULINIDADES
Carta al varón que fui
Los debates instaurados por los feminismos siguen transformando realidades. Como cada 8M, hace algunos años, me pregunto: ¿cómo sumamos nuestra voz los varones (cisgénero y heterosexuales) a esos debates? Poner en crisis los valores que forjaron nuestra masculinidad es el camino. La que sigue es una carta a mi yo de 16 años, un gurí bueno que, sin embargo, aprendió, bien aprendidos, los códigos de una sociedad patriarcal y violenta.
Por Luciano Peralta
¿Qué le diría a mi yo de hace 20 años atrás? Esa fue la pregunta que, después de un intercambio con una compañera de trabajo sobre los valores de los años 90, en los que crecimos, me generó las ganas de escribir estas líneas. Líneas que tienen como único objetivo ser un aporte a las actuales discusiones sobre los roles de género, la sexualidad, las masculinidades y ese enorme abanico de discursos y prácticas que entiendo tan necesarias como revolucionarias.
Tan revolucionarias que nos interpelan a revisar, a los varones cisgénero y heterosexuales, los valores mismos en que forjamos nuestra personalidad. Cuestionar eso que fuimos y que en muchos sentidos seguimos siendo se vuelve indispensable, al menos para quienes deseamos contribuir a la construcción de sociedades menos violentas, menos opresivas; más igualitarias y libres.
Entonces, ¿qué le diría a mi yo de 16 años?
Primero, le diría que no tiene la culpa. Que le tocó crecer en una sociedad con valores muy diferentes a los que hoy están en pugna. Una sociedad que naturalizó los “crímenes pasionales” y la violencia simbólica legitimada y reproducida por la tele y bien aprendida por casi todos.
Le adelantaría que, después de varios años de lucha, los feminismos pondrán en el centro del debate público esas injusticias naturalizadas. Que, al principio, las mayorías no vamos a entender bien de qué se trata, pero, de a poco, gracias al trabajo militante y la pedagogía transformadora, las fichas nos irán cayendo una a una.
Le diría, también, que los colores no tienen género, que las amas de casa trabajan, aunque no se les pague por ello; que las tareas de cuidado se comparten y que cambiar pañales, pese a la mala prensa de los valores de su época, es una de las cosas más hermosas que, afortunadamente, va a poder disfrutar cuando sea grande.
También le diría que no va a ser fácil, pero que será tarea de las llamadas nuevas masculinidades ponerle nombre y encontrarles causas a esas angustias que lo acompañaron en ciertos momentos de su vida, a esos miedos e inseguridades generadas por modelos hegemónicos de varones violentos (que se cagan a trompadas para demostrar que se la bancan), insensibles (que no lloran, porque llorar es de nena) y educados por la pornografía en el sexo irreal y de sometimiento.
Que igualmente no es todo tan grave, le diría; que, con mucho por mejorar aún, en las escuelas del país se da Educación Sexual Integral (ESI), que es una ley aprobada en 2006 por el Congreso de la Nación y viene a darles a los pibes y las pibas de hoy las herramientas que a él no le dieron.
Lo veo -me veo- a la distancia y me dan ganas de decirle que puto no es un insulto, que no lo hace más hombre tener sexo en cantidad, como no las transforma en “putas” a las mujeres que lo hacen. Que con el tiempo va a aprender que de los cuerpos de los demás no se habla y que un cuerpo gordo tiene el mismo derecho a ser respetado que cualquier otro cuerpo.
Lo veo -me veo- ahí paradito en la cancha de Boca y me dan ganas de decirle que en nombre del folclore del fútbol se discrimina, se violenta y se mata. Que no coree más ese cantito de “quiero jugar contra River y matarles el tercero”, porque no es sólo un cantito, como muchos sostienen, aun en el 2023 desde donde escribo. Que en la cancha no vale todo, como le enseñaron y que son los discursos violentos los que decantan en prácticas violentas, en muertos por doquier y en barbaridades que a sus 16 años está lejos de imaginar.
Si me da la chance, le diría a ese buen gurí adolescente que no es no, que a las mujeres se las respeta, aun borrachas; que el “que se jodan por estar así”, aunque sea uno de los valores legitimados de su época, está mal; que eso es un abuso, aunque nadie diga nada, aunque las víctimas de su época no tengan ni los medios ni la contención social para denunciarlos.
Por último, le diría que las cosas van a empezar a cambiar; que las resistencias van a ser muchas y muy fuertes, pero ya no habrá lugar para volver a ser lo que fuimos. Que será parte de la generación que pudo hacer el clic y pudo repensarse, y que nunca es tarde para aportar, aunque sea unas simples líneas, a la construcción de un futuro mejor, menos violento, más igualitario y de mayor libertad.