Botnia se hizo sentir y el escenario cambia
Desde el lunes la lucha de Gualeguaychú contra la pastera entró en otra dinámica. Esta es la sensación que dejan las últimas horas: la comunidad ha quedado fortalecida en su reclamo y hay un reto por delante.
En las últimas semanas Gualeguaychú, increíblemente, fue incriminada por los gobernantes argentinos y parte del establishment periodístico. De víctima, en la época en que se la adulaba con aquello de la causa nacional, devino en victimario.
La acusación: delirio ecológico. La preocupación central era levantar los cortes de ruta –un lado débil de la Asamblea Ambiental- aunque llevándose puesta la causa ambiental.
Porque la estrategia, de último, incluía la idea de instalar con fuerza que Botnia es impoluta y los gualeguaychuenses unos rebeldes sin causa, que padecían a esta altura algún desorden mental.
El gobernador de la provincia, Sergio Urribarri, pareció la cabeza visible de esta ofensiva que incluyó la voz de las principales espadas kirchneristas -desde Scioli pasando por Massa- y hasta un organismo técnico oficial como el INTI.
El círculo se cerraba para dejar aislada a Gualeguaychú, dejarla inerme ante Botnia y el gobierno Uruguayo. La operación descrédito ante la opinión pública nacional tenía un efecto desmoralizador en la propia casa.
Enfrentada a contradicciones propias –enredada en una discusión enervante y que divide por los cortes-, la sociedad local acusó el golpe de esa propaganda insidiosa. Porque muchos desde este lado empezaron a dudar.
Pero no hay crimen perfecto. Ocurrió, finalmente, lo inesperado. Botnia, que podrá ocultar que envenena el lecho del río Uruguay, no pudo sin embargo disimular el olor que despide.
Y el hedor fue tan nauseabundo como masivo. La certeza de la contaminación llegó por las narices a un pueblo que hasta acá debió manejarse con abstracciones para fundamentar su reclamo.
Para los nativos, a partir de ahora, la pastera contamina sin duda. Un aserto doble: racional y sensorial. Pero lo experiencial tiene una contundencia inapelable.
Es el triunfo de los sentidos (sobre todo del olfato) en la lucha contra la pastera. ¿Cómo se hace para desbancar, para poner en duda, la materialidad de este fenómeno? ¿Desde dónde se puede poner en duda este sentir?
“¿Pero entonces festejan porque Botnia contamina?”, podrán decir los capciosos, siguiendo aquello de Urribarri respecto de que aquí, ante la falta de evidencia, puede más el deseo de ser contaminados.
Esta calumnia a Gualeguaychú no se debe pasar por alto ni olvidarse: entraña en el fondo un profundo desprecio hacia la inteligencia y la buena fe de esta comunidad.
¿Qué efecto tendrá lo sucedido? Probablemente no haya que esperar mucho de los medios nacionales, que no querrán desdecirse, porque sus intereses son otros.
Pero algo ocurrió, sin lugar a dudas, en Gualeguaychú. El fenómeno generó un efecto cohesivo en la sociedad local. Lo que parecía dividido se unió de golpe. Hay un saldo cualitativo de la autoconciencia local sobre el problema.
Los malos olores de Botnia son apenas un síntoma de un proceso de degradación de la cuenca del Río Uruguay, que empezó con el funcionamiento de Botnia.
El reto es enfrentar esto, sabiendo que en el frente interno hay una oportunidad para potenciar la unión tras un objetivo común.
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