UNA CRUDA REALIDAD
Asentamientos: un fenómeno que no para de crecer en la ciudad
Al menos seis de diferente escala se encuentran en periferia de la ciudad. El más importante es el ubicado al este de la cancha de Sud América sobre Boulevard Montana y Misiones. Los asentamientos no paran de sumar casillas y la gente vive como puede en medio del barro, criaderos de chanchos, gallinas y pequeños basureros que se acumulan en las esquinas.
Por Fabián Miró
Gualeguaychú se caracterizó hasta hace unos 25 o 30 años por ser una ciudad con alma de pueblo. Una urbe de casas bajas con tres o cuatro edificios que sobresalían en las postales áreas. Y como toda ciudad tenía sus barrios con mayores carencias que otros, tanto en la zona sur como en el norte. Barrios conformados por casas humildes, generalmente habitadas por gente que vivía de changas, que hacía trabajos de albañilería y muchos que trabajaban formalmente bajo relación de dependencia.
Esa realidad fue cambiando, los edificios de altura proliferan en toda una ciudad que ha extendido notoriamente sus fronteras y paralelamente al progreso destacado, la palabra asentamiento comenzó a escucharse con más fuerza. Ya no se trataba del caserío del Barrio La Tablita sobre el Arroyo Gaitán, donde la gente convivía con las ratas y al lado de un basural, luego se levantó uno de la noche a la mañana en Primero de Mayo al Norte, en el ingreso mismo a la cancha de Sud América, después hubo otro en Calle de Tropas y Ayacucho y uno más en la misma Calle de Tropas al Oeste, en una zona baja e inundable en tiempos de lluvia.
Se elaboraron políticas para que esa gente tenga su vivienda. Es así que nació el Barrio Totó Irigoyen, con casas amplias y terrenos para trabajar la tierra, aunque fueron muy pocos, contados con los dedos de la mano los que hicieron huerta. Más cerca en el tiempo se construyó un nuevo barrio en la zona de la cancha de Sud América y se erradicó el asentamiento de La Tablita.
La entrega de viviendas a gente que vivía en condiciones inhumanas despertó el enojo de muchos vecinos que hace años están en planes de vivienda del gobierno y no han obtenido respuestas favorables para recibir una casa que quieren pagar como corresponde.
La única verdad es la realidad y la misma indica que los asentamientos siguen creciendo y que continúa el éxodo de gente de otras provincias a Gualeguaychú, quizá porque se enteraron de que se han entregado viviendas a quienes vivían en casillas, o en búsqueda de mejores horizontes que en sus lugares de origen no tenían.
Hoy Gualeguaychú cuenta con al menos seis asentamientos. El conocido como “El Espinillo” que ahora llega al borde de calle Misiones y Boulevard Montana con nuevas casillas, los dos de Calle de Tropas, el de calle Santiago Díaz al norte y otro, el más pequeño, ubicado en San José al Norte. Como se puede apreciar en las dos puntas de la ciudad encontramos asentamientos.
Días pasados recorrimos el conocido como “El Espinillo”. Comenzó con cinco casillas para luego sumar más y más viviendas precarias, que en invierno son una cámara de frío y en verano un horno industrial.
Los asentamientos son ciudades ocultas, que nadie quiere ver y a los que algunos utilizan para fines políticos cuando llegan las elecciones. La masa de votantes es importante, con familias numerosas a las cuales cada vez se les hace más difícil llevar un plato de comida a la mesa.
La gente vive prácticamente colgada de la luz, no tiene servicios, los sanitarios son muy precarios, con un pozo negro que ellos mismos hacen y calles de tierra que cuando llueve se tornan intransitables.
La crisis económica y social afecta severamente a todos los argentinos, especialmente a los que viven en la pobreza extrema y que presentan muchas necesidades como los que viven en los asentamientos. La inmensa mayoría tiene planes, asignaciones universales, pero no alcanza para llegar al 15 de cada mes.
Familias numerosas que se la rebuscan como pueden. La mayoría cartonean, cirujean con un carro con el cual recorren la ciudad en búsqueda de cartones o lo que sea por lo que perciben sumas muy bajas. Están los que se arman un triciclo, también los que caminan tirando de una bolsa con cartones.
Recorrer un asentamiento es adentrarse en un mundo de pobreza, carencia, necesidades, resignación. Es ver situaciones límites. Chicos descalzos, criaderos de porcinos a los que se los conocen como “chancherías”, corrales de gallinas y patos en el fondo de las casillas que lindan con otras casillas, tornándose el olor a cerdo insoportable.
Chicas muy jóvenes con dos o tres criaturas a su lado, embarazadas esperando a otro hijo que seguramente crecerá en un contexto de pobreza y desesperanza. Adolescentes que atan el caballo el carro para salir a buscar comida para los chanchos, generalmente sobras de los comedores, o lo ya mencionado cartones, cajas, lo que sea para reciclar. También están las personas que no han podido pagar más un alquiler y terminaron en un asentamiento. Algunos, los menos, tienen trabajos relativamente formales, otros laburan de albañiles.
Una de las habitantes de un asentamiento, madre de 4 hijos, señaló a AHORA ElDia que “siempre fue difícil vivir en un asentamiento, pero ahora se torna imposible por el costo de vida. Aguantamos el calor, frío, la lluvia que entra por todos lados, el barro. Pero no poder comprar un litro de leche de la más barata, es algo duele. Cómo le decís a tus chicos que no tenés siquiera para la leche. Mi pareja es albañil y hace lo que puede. Muchas veces no tiene laburo y con la asignación no alcanza”.