JUEGOS, VÍNCULOS Y RESPONSABILIDADES
Armas para niños: ¿Cuáles son las implicancias de este tipo de juguetes y las violencias naturalizadas?
Pilar Rébora y María Elisa Benetti son licenciadas en psicología y se refirieron a las funciones que tiene el juego en las infancias, la responsabilidad de las personas adultas y la necesidad de poner en jaque a las violencias tan presentes en nuestra sociedad. “El problema no está en que los niños quieran jugar con armas, sino en que los adultos no tenemos alternativas para ofrecerles”, coincidieron.
Luciano Peralta
¿Qué varón no tuvo una pistola de juguete alguna vez? ¿Quién no jugó con soldaditos o tanques de guerra? ¿Quién no cayó muerto en esa guerra por unos segundos? ¿Se trata de sólo un juego de niños o esto trae mayores consecuencias? ¿Este tipo de juguetes crea personas violentas? ¿Por qué un arma, que sirve para matar en la vida real, está tan asociada a la inocencia? Estos son sólo algunos de los interrogantes que seguramente han dado vuelta por las cabezas de madres, padres o cualquier persona a cargo de niños o niñas. Sobre todo, cuando en las jugueterías todavía existen sectores enteros dedicados a los juguetes bélicos.
Si bien existen experiencias respecto a la legislación de este tema, como las de Córdoba (2004) y Santa Fe (2006), donde se prohibió (sin demasiado éxito) la comercialización de este tipo de juguetes, esta nota no pretende avanzar en este sentido. Sí, conocer cuáles pueden ser las implicancias de naturalizar desde tan chicos una pistola, un revolver o una ametralladora.
“El arma es sólo un objeto, lo que importa es cómo el niño juega y qué está haciendo mientras está jugando; qué está manifestado o intentando elaborar de alguna manera. El tema en sí no es el objeto sino cómo emplea el niño ese objeto”, dice la licenciada en psicología Pilar Rébora. Y aclara que “el juego es fundamental para el desarrollo de las infancias”, ya que “a través del mismo conocen los objetos, las funciones, los roles; aprenden, también, a elaborar y a atravesar un montón de situaciones que pueden ser vividas como angustiantes”.
Para que algo sea considerado un juego tiene que tener dos particularidades: “por un lado, eso que pasa ahí es un ‘como sí’, no es la realidad y, por otro, el juego no trae consecuencias reales. Por ejemplo, si un gurí está jugando a la pelea, si se pasa de la raya y golpea de verdad ese es el límite del juego”, explica.
En este sentido, María Elisa Benetti, especialista en psicoanálisis con niños y adolescentes, distingue entre, “lo que le ofrecemos a los niños como adultos, ya sean los padres, la familia, la escuela, los clubes o el mercado” y “la subjetividad de los niños”. “Hay ciertas etapas en las que ese objeto concreto, sea una ametralladora, un tanque de guerra, un palo o una barita mágica, les posibilita descargar las pulsiones de agresividad, las pulsiones de dominio, todo lo que tiene que ver con la valentía o los ideales de potencia o de destreza”.
“En el juego aparecen tanto cuestiones placenteras como cuestiones hostiles. La hostilidad, la agresividad, constitucionalmente la tenemos todos y, en este sentido, el juego es una vía para expresarla. Sucede, por ejemplo, con los juegos virtuales, cuando un niño pasa tiempo frente a la pantalla, estático y casi sin hablar, recibiendo un montón de estímulos. Que de ahí pase a un juego concreto, en el que se pueda encontrar con sus amigos o amigas a reproducir esa guerra es algo necesario”, remarca Benetti. Aunque, con tono pedagógico, aclara que “no es lo mismo que el niño o la niña jueguen sólo a eso, a que tengan otras ofertas y que disfruten de otro tipo de juegos más cadenciosos, como andar en bici, correr o trepar, donde no esté incluida la cuestión del enfrentamiento o la lucha”.
“La agresividad es parte innata de los seres humanos, y es parte de la función en la infancia y en todos los momentos de nuestra vida poder elaborar esa agresividad y llevarla por canales resolutivos satisfactorios”, remarca Rébora, en consonancia con su colega.
“Si alguien me pregunta si comprar o no un arma de juguete para su hijo, yo le diría que si tiene la duda no lo haga. Primero, porque la puede hacer con un cartón o cualquier elemento, no es necesaria el arma con la mira telescópica. Y, antes de avanzar con cualquier cosa, me parece importante que el adulto pueda jugar y compartir tiempo con su hijo, entender a qué juega, qué se está jugando ahí, para pensar luego si es necesaria el arma. Muchas veces al nene que quiere un arma no se le pregunta por qué y para qué, sólo se la compran”, agrega.
La violencia más naturalizada
Suele ser incómodo repensar prácticas tan naturalizadas, como el lenguaje, las maneras de aprender o los juegos. Es que forman parte de nuestro sentido común construido desde el momento mismo del nacimiento, y es por ello que se generan tantas resistencias. Será por eso que, muchas veces, cuesta ver un elemento violento en una simple e inofensiva pistolita de juguete.
“No hay investigaciones que den cuenta que un niño que usa armas sea más agresivo en su infancia o adultez. Pero sí me parece necesario desnaturalizar la violencia, y hablo de todo tipo de violencias, la psicológica, las violencias sociales, porque lo que vemos actualmente es la fragilización de los vínculos, en donde todo se torna agresivo hacia el otro. Es necesario empezar a introducir una crianza respetuosa desde un sentido ético”, propone Rébora.
“Eso que el niño hace con un juguete no sólo está atravesado por las características propias del juguete, sino, sobre todo, por el momento evolutivo de ese niño, sus circunstancias familiares, la cultura y la sociedad que va aportando lugares identitarios. Y es ahí donde empezamos a hablar de otra cosa: ¿qué lugares ofrece la sociedad como lugares de identificación posible para un niño? ¿Por qué en las jugueterías todo está dividido en rosado y en azul, y las armas están en el sector de nenes?”, se pregunta la gualeguaychuense. E, inmediatamente, responde: “Los rasgos de la masculinidad están asociados a la agresividad”.
“El problema no está en que los niños quieran jugar con armas, sino en que los adultos no tenemos alternativas para ofrecerles y naturalizamos la violencia”, cuestiona, por su parte, Benetti. Y sigue: “Hay otras cuestiones que proponen los adultos en los juegos virtuales, como el juego que consiste en atropellar ancianas. Ahí es necesario estar atentos, como adultos, para acompañar, para decirle que no está bueno, que hay otros juegos”.
“Tenemos que cuidar las infancias, tenemos que cuidar la ilusión. Permitir que los niños y las niñas jueguen en ese mundo que tiene características ideales. Entonces, si jugar al soldado o al policía y al ladrón es algo de lo ideal tiene una función. Es parte de la ficción. Ahora, cando esta distancia se pierde -como en el caso del juego de atropellar ancianas- estamos más complicados”, advierte.
Por último, sobre el rol de las personas adultas, Rébora sostiene que “por ahí elegís no comprarle un arma de juguete, pero el nene la va a hacer con la mano, con un palo, con cartón o lo que sea. Si no la tiene en la casa, seguramente va a tener acceso a esa arma a través de los compañeros o amigos. Y acá me parece importante que ese acercamiento pueda ser acompañado por un adulto, que pueda ir introduciendo los límites”.
“Lo más importante es poder pensar y reforzar el vínculo entre referentes familiares y los niños y niñas, poder compartir espacios de juego. Somos nosotros, los adultos, quienes portamos modelos identificatorios para los niños, por eso es tan importante educar desde la empatía, desde la ternura y el respeto. Debemos tratar de crear vínculos desde la solidaridad, si lo que queremos es construir personas libres de violencias”.