UN ANÁLISIS DEL ATENTADO A LA VICEPRESIDENTA
Argentina, el país en el que ni se oye ni se ve al que piensa distinto
Nos acostumbramos a convivir con niveles de violencia insoportables para cualquier sociedad. Lo que pasó con la Vicepresidenta de la Nación deberá ser aclarado, en profundidad. Tenemos que saber si fue un loquito suelto, una conspiración que lo excede de la fue el ejecutor o una parodia montada con qué sabe qué objetivo. Nos merecemos, al menos en esto, saber la verdad.
Por Jorge Barroetaveña
El aire viciado que vive la Argentina desde hace años le ha vuelto la vida insoportable a buena parte de la sociedad. La carga de violencia verbal, estimulada por el anonimato de las redes sociales, es un caldo de cultivo para comportamientos peligrosos. Hace pocas semanas, el debate sobre la publicidad de los escraches a dirigentes políticos, fue la punta del iceberg de lo que vendría. La crisis pavorosa que vive la Argentina, con reminiscencias del 2001, llegó hasta las barbas de la dirigencia política. Esa es la diferencia hoy. La violencia, en distintos niveles, es noticia habitual en cualquier calle de la Argentina. La sociedad la padece desde hace décadas, con niveles crecientes, sin que el sistema le pueda dar una respuesta.
La dirigencia política no se ha quedado al margen. Los discursos encendidos, descalificadores, impregnados de gestos antidemocráticos, se convirtieron en moneda común. Argentina es el país que no escucha, no ve ni oye al que piensa distinto. No sólo se lo ignora, sino que se lo descalifica de mil maneras. Por derecha y por izquierda. Por arriba y por abajo. La Argentina se ha dado el lujo de no poder juntar nunca a todos los presidentes desde el retorno a la democracia. Miserias humanas han impedido un gesto cargado de simbolismos. Ni siquiera eso, nuestros dirigentes, han podido concretar.
El año que viene la democracia cumplirá 40 años. Desde el eterno con la democracia “se come, se cura y se educa”, hasta nuestros días: ¿cuánto avanzamos? ¿Tenemos una mejor calidad democrática? ¿La gente vive mejor de lo que vivía hace 40 años? ¿Ha estado nuestra dirigencia política a la altura de las circunstancias? ¿Creemos más o menos en la política?
Me temo que la respuesta a cualquiera de estos interrogantes sea negativa. Tampoco hay una relación directa con la violencia política, aunque nuestra historia está signada por ella. Ni siquiera los medios y los periodistas quedamos al margen de este debate. La grieta, ese negocio redituable para varios, se ha devorado todo en estos años y ni vestigio de racionalidad quedó.
El acto central que ayer se hizo en Plaza de Mayo no aportó nada nuevo. Si se habla de convivencia no se puede señalar con el dedo acusatorio. Si se habla de convivencia, no se pueden utilizar términos descalificadores para el que piensa distinto. Si se habla de convivencia, no se puede acusar a los que ponen el micrófono para que la gente hable. Es el discurso clásico que ha tenido el kirchnerismo desde que llegó al poder que lo terminó aislando de un amplio sector de la sociedad, tanto que tuvo que recurrir a aliados para volver al poder.
La reacción del Presidente de la Nación también fue cuestionable. En un país ciertamente normal, el hecho que casi termina con la vida de la Vicepresidenta, el Ministro de Seguridad y los responsables policiales hubieran sido eyectados del gobierno. La actitud poco profesional de la custodia que, ocurrido el incidente, no aisló ni se llevó a Cristina también fue insólita. Al cabo fueron los propios militantes los que detuvieron al agresor. ¿Y si había más agresores?
Pero el yerro más grosero del máximo responsable del país fue la ausencia de convocatoria a todos los sectores políticos. ¿Quién se hubiera negado a una invitación a Casa de Gobierno para repudiar desde la política el intento de homicidio de la Vicepresidenta? ¿No hubiera sido la mejor ocasión para reconciliar a la sociedad e intentar empezar a cerrar la grieta? Fernández optó sin embargo, por decretar un feriado nacional y sacarse culpas de encima. Son los otros, nosotros no tenemos nada que ver. Y levantar el dedo para señalar.
Si la magnitud de lo que pasó no llama al orden a la dirigencia en general, ¿qué nos espera? No extraña que muchos sean escépticos. Es tan paupérrimo el comportamiento de los principales referentes del país, que poco se puede aguardar de ellos. Y son los responsables últimos y primeros de lo que suceda a partir de ahora. Tienen la responsabilidad de conducir, a un país roto, hacia cierta normalidad que nos permita recuperar lo que perdimos.
El todos significa eso, todos. Una vez, hace tiempo, un señor llamado Nelson Mandela, fue capaz de reconciliar un pueblo. Pero lo hizo con su ejemplo. Dando testimonio y haciendo lo que decía que había que hacer. Argentina sufre un penoso divorcio entre dicho y hecho. Si el atormentado que le apuntó a Cristina, concretaba lo que buscó, sólo Dios sabe dónde estaríamos ahora. Tenemos otra oportunidad. ¿Será la última?