Apocalypse Now
Los pronósticos sombríos que realizan los expertos evocan, decididamente, la eminencia del fin del mundo, o al menos del mundo económico hasta aquí conocido.
Flota, efectivamente, una atmósfera de fin de época, de derrumbe global, de desplome histórico, cuyo altísimo costo humano semeja las pérdidas propias de un holocausto económico.
“Estiman que 51 millones de personas perderán el empleo este año”. La terrorífica noticia recorrió el mundo, dejando una sensación universal de que lo peor está por venir.
Son los cálculos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre el aumento espectacular de desempleados que se avecina. De esta manera, según el organismo, la cifra global de desocupados llegará a 230 millones.
Por otra parte, el número de trabajadores pobres –que no ganan lo suficiente para mantenerse a sí mismos y a sus familias por encima del umbral de la pobreza de 2 dólares al día- podría alcanzar 1.400 millones, “casi el 45% de la población activa mundial con empleo”, según la OIT.
“El mensaje de la OIT es realista, no alarmista. Nos enfrentamos a una crisis del empleo de alcance mundial. Muchos gobiernos son conscientes de la situación y están tomando medidas, pero es necesario emprender acciones más enérgicas y coordinadas para evitar una recesión social mundial”, advirtió el director general del organismo, Juan Somavia.
Mientras tanto, los representantes del establishment económico mundial, reunidos en el célebre Foro de Davos, ensayan por estas horas explicaciones sobre el colapso de la economía.
Los líderes del capitalismo global se preguntarán qué pasó, dónde quedó la prosperidad de las últimas décadas, qué fue lo que falló para que la malaria económica, que solía afectar hasta aquí a los países periféricos, impactara de lleno ahora en el corazón de las sociedades opulentas.
“Todos somos responsables, tendríamos que haber visto los avisos, las señales de alarma (...) y no negar una realidad que no era agradable escuchar”, fue el mea culpa que hizo el presidente del Foro de Davos, Klaus Shwab, en su discurso inaugural.
El pesimismo y los vaticinios de un futuro aún más negro dominan el ambiente de los hombres de negocios. Para esta gente un ciclo de la economía global (más seguro y prospero) se ha agotado, y sucede otro cuyo signo se desconoce, aunque se descuenta que será más hostil y duro.
Si hasta los propios financistas globales, sindicados como los principales responsables de la debacle, se animan ha hacer diagnósticos de la situación, no sin cierto cinismo.
“El año pasado pasamos por un hecho remarcable en la historia: una estructura, el sistema financiero global, colapsó, algo shockeante. De hecho los consumidores están en estado de shock”, señaló George Soros, el financista húngaro-norteamericano, célebre por sus maniobras especulativas contra las monedas de los países.
Soros cree que esto es peor que lo que ocurrió en los años ‘30, sobre todo por la magnitud del pasivo financiero que tiene Estados Unidos, que supera largamente el que tenía en 1920.
Además, pronostica un futuro negro para los países emergentes (como la Argentina), al señalar que “van a tener dificultades” porque tienen deudas que pagar, sus exportaciones sufrieron fuertes caídas y ha estallado la “burbuja de los commodities”.
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