EDITORIAL
América Latina entró en una fase de exasperación
En Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Chile y Bolivia se verifica una irrupción de la cólera social que va más allá de las categorizaciones convencionales y de los intentos ideológicos por encasillar el fenómeno.
El uso político que se está haciendo del malestar latinoamericano era esperable. Los izquierdistas, por ejemplo, dicen que en Chile y Ecuador es el pueblo el que se rebela contra el neoliberalismo. Y razonan que en Bolivia se verificó un golpe de Estado, como los que se pretendieron realizar tiempo atrás en Nicaragua y Venezuela, donde según esta lectura los gobiernos de esos países lograron sofocar la acción desestabilizadora de las burguesías locales que contaban con el apoyo del imperialismo norteamericano. Por el lado de la derecha, en tanto, se habla de que en Venezuela y Nicaragua rigen dictaduras izquierdistas, en tanto que intentonas comunistas pretenden derrumbar los gobiernos democráticos de Ecuador y Chile, desatando una violencia que reedita la lucha armada de los ‘70. A todo esto, meses atrás un grupo de ex guerrilleros de las FARC y del ELN que se habían desmovilizado en Colombia, anunciaron que volvían a tomar las armas, conmocionado así a la opinión pública colombiana. Los recientes sucesos bolivianos se prestan a la controversia. La renuncia a la presidencia del líder izquierdista Evo Morales, después de más de 13 años en el poder, ha azuzado la dialéctica interpretativa. La cólera política ha regresado a la región con una fuerza inusitada y obliga a repensar la gobernabilidad de sociedades que empiezan a coquetear peligrosamente con la violencia. La cólera política ha regresado a la región con una fuerza inusitada y obliga a repensar la gobernabilidad de sociedades que empiezan a coquetear peligrosamente con la violencia. El propio Morales, en un mensaje televisado, denunció ser víctima de un golpe cívico-militar, en tanto que analistas como el argentino Jorge Castro dicen que en Bolivia hubo un “proceso de insurrección generalizado que desató una intensa desintegración del Estado”. ¿Qué diferencia hay entre un golpe de Estado y una insurrección cívica? Los manuales de política sugieren que hay golpe cuando se interrumpe el orden constitucional. Es una situación en la cual se rompe con la Constitución, se sale de la ley y, a través de medidas militares y policiales, se asume por la fuerza el control total de la organización estatal. El término insurrección, en tanto proviene del vocablo latino “insurrectio” y hace mención a una sublevación o una revuelta. Se trata de una acción desarrollada por una comunidad, una colectividad, un grupo, que decide rebelarse contra las autoridades o contra el orden establecido. Como sea, habrá que convenir que más allá del color político de los gobiernos, la sociedad latinoamericana entró de un tiempo a esta parte en un ciclo de exasperación difícil de discernir. El malestar se traduce en fenómenos heterogéneos según las características de cada país y sugiere que por todas partes crece el partido de los descontentos. Es la reaparición en América Latina de las fuerzas timóticas de las que habla el filósofo alemán Peter Sloterdijk, quien sostiene que la lucha y la guerra no cesan nunca, porque provienen de esas pasiones ancestrales que son la ira y el resentimiento. En política, dice, la cuestión es cómo organizar la energía timótica, que, atada, da energía a una sociedad, y desencadenada, en cambio, disuelve a la sociedad en la anarquía del poder, peligro que está siempre al acecho. Lo cierto es que hay irritados por todas partes y por muy diversos motivos, frecuentemente contradictorios, en la derecha o en la izquierda. Y nadie sabe cómo gestionar estos malestares. La cólera política ha regresado a América Latina con una fuerza inusitada y obliga a repensar la gobernabilidad de sociedades que empiezan a coquetear con la violencia.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios