DESDE EL HABLA CHANÁ HASTA EL DIALECTO DE LOS ALEMANES DEL VOLGA
Al rescate del acervo cultural lingüístico de Entre Ríos para que las voces del pasado no mueran
Más allá del castellano, el idioma oficial que se enseña en las escuelas, en la provincia de Urquiza perviven formas lingüísticas aportadas por las etnias que la habitaron. ¿Por qué sería importante reconocerlas? Sin dudas, un trabajo que intenta traer el pasado de nuevo al presente para poder preservarlo en el futuro.
Una provincia como Entre Ríos, hecha del aporte de distintos grupos humanos, tiene un patrimonio lingüístico vinculado a su proceso de formación histórica, más allá del idioma oficial que se imparte en el sistema educativo formal.
Se trata de formas lingüísticas provenientes de los pueblos aborígenes que la habitaron y de aquel mosaico de grupos de inmigrantes que se fueron asentando en el territorio.
De un tiempo a esta parte, ha renacido un interés por preservar esta riqueza inmaterial, para lograr que las voces de los antepasados no mueran y con ellas se pierda su cultura.
En tiempos de multiculturalismo y de respeto a la diversidad étnica, ha surgido una nueva sensibilidad lingüística conectada con la necesidad de visibilizar el habla de los nativos y los extranjeros que se allegaron a estas tierras entrerrianas
En este contexto, sobresale el rescate de la lengua chaná realizado por un descendiente directo de esta etnia, Blas Jaime, que ha trabajado en la transcripción de la lengua oral de ese pueblo ágrafo.
Y, por otro lado, la búsqueda del reconocimiento provincial del dialecto hablado por los alemanes del Volga, una variedad lingüística que todavía se habla entre las familias de esta procedencia.
Es interesante observar que tanto los chanás como los “rusos alemanes” fueron grupos humanos que habitaron en lo que es hoy el departamento Gualeguaychú. La cultura de los primeros, rescatada por el profesor Manuel Almeida, creció en las márgenes de nuestros ríos, en tanto que los segundos vitalizaron pueblos rurales, como las aldeas San Antonio, San Juan y Santa Celia.
Se ha dicho con razón que Entre Ríos ha sido históricamente un crisol de diversas comunidades inmigrantes. En este sentido, preservar los idiomas de estos grupos es importante para mantener su patrimonio cultural.
Así, por ejemplo, los diversos dialectos italianos; el yidis y judeoespañol (ladino) que se habló en las colonias judías; los dialectos árabes, entre los cuales sobresale el sirio-libanés; el alemán suizo y el francés suizo. También los idiomas de los inmigrantes belgas, ucranianos, croatas, húngaros, checos, eslovacos y polacos, entre otros.
Este rico patrimonio lingüístico nos lleva a pensar en el lenguaje como sistema de simbolización que conecta a los seres humanos entre sí. Según la teoría antropológica, es la columbra vertebral de toda cultura.
“La palabra es nuestra morada, en ella nacimos y en ella moriremos; ella nos reúne y nos da conciencia de lo que somos y de nuestra historia”, escribió el mexicano Octavio Paz, premio Nobel de Literatura.
Al tiempo que es un sistema único y prodigioso de expresión, el lenguaje porta una concepción del mundo. Y en este sentido condensa la memoria y la identidad de un pueblo.
De aquí se desprende, por tanto, que cuando una lengua se muere, no solo se apagan las voces, sino que desaparece una forma de vivir y de ver las cosas. Cuando esto ocurre, una expresión cultural humana se apaga, se extingue.
El rescate lingüístico chaná
Blas Jaime es un personaje clave en la preservación y revitalización del idioma y la cultura chaná en Argentina, pueblo aborigen que vivió principalmente en las cuencas de los ríos Paraná y Uruguay.
Nacido en Paraná, capital de Entre Ríos, es descendiente directo de esta etnia. Durante gran parte de su vida no fue plenamente consciente de la profundidad de su herencia. Pero fue a través de relatos familiares y su propio interés que comenzó a explorar y redescubrir sus raíces indígenas.
Fue entonces que emprendió la tarea de reconstruir esta lengua que había estado al borde de la extinción. Para lo cual utilizó fragmentos del habla que se habían conservado en la memoria colectiva de su familia y de la comunidad.
Combinó estos fragmentos con investigaciones académicas y lingüísticas, consultando con expertos y revisando registros históricos.
El resultado ha sido prodigioso: Blas Jaime ha logrado preservar el idioma chaná que no tenía una tradición escrita. Se trata de la trascripción de sonidos y palabra de un pueblo ágrafo.
Este sistema de escritura ha sido utilizado para crear diccionarios, gramáticas y otros materiales didácticos que facilitan el aprendizaje y la enseñanza del idioma chaná.
Al respecto, en 2013 apareció el primer diccionario Chaná-Español, editado por la Editorial de Entre Ríos, trabajo que recoge la investigación de Jaime.
El idioma chaná es parte del grupo lingüístico Charrúa-Chaná-Timbú, relacionado con otras lenguas indígenas de la región, todos los cuales suelen contener conocimientos únicos sobre el entorno natural, la medicina tradicional y la historia oral.
La reconstrucción de esta lengua nativa representa un acto de justicia cultural e histórica, toda vez que supone el reconocimiento a la existencia y contribución de los pueblos originarios que han sido marginados a lo largo de los siglos.
El trabajo de Blas Jaime ha ganado reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional.
El dialecto de los alemanes-rusos
“La variedad lingüística hablada por los descendientes de los Alemanes del Volga en Entre Ríos es un tesoro lingüístico que refleja la riqueza y la diversidad de nuestra identidad cultural”.
Así se expresó la diputada Mariel Ávila, autora del proyecto de ley que busca declarar patrimonio inmaterial de Entre Ríos al dialecto de los Alemanes del Volga, y que tratará la legislatura entrerriana.
La redacción del proyecto se gestó a partir del aporte de la amplia comunidad de los descendientes de este grupo humano que vino a fecundar la tierra entrerriana desde la lejana Europa.
Estos alemanes vivieron desde fines del siglo XVIII en las cercanías del río Volga en la región europea de Rusia, donde conservaron su cultura, sus tradiciones e iglesias, todas cristianas.
Pero a mediados del siglo XIX la situación de esta etnia alemana se modificó en el país de los zares. Se vieron forzados a migrar otra vez a partir de una política agresiva de “rusificación” instaurada por el zar Alejandro II.
Argentina, que por entonces tenía una política liberal dirigida a atraer inmigrantes europeos, abrió sus puertas a este grupo humano, cuyos primeros contingentes arribaron al puerto de Buenos Aires en 1878.
Algunos de ellos se afincaron en la provincia de Entre Ríos, donde nacieron las primeras aldeas que actualmente conservan sus originales características.
Determinados grupos se asentaron en el departamento Gualeguaychú, fundando las aldeas San Antonio, Santa Celia y San Juan.
Las comunidades de alemanes del Volga hablaban un dialecto, es decir una variedad lingüística de Hesse y Renania-Palatinado (regiones de Alemania), con influencias del idioma ruso y, posteriormente, del español argentino.
Según el investigador e historiador René Krüger, los dialectos han sido mirados de reojo y con cierto menosprecio por los representantes del idioma estándar, en este caso el alemán, como si fuera una variante “inferior” y “no del todo seria”.
“Pero en los últimos tiempos hubo un vuelco en los estudios lingüísticos, y hoy se aprecian y se valoran muchísimo todos los dialectos a la par de los idiomas estándares, pues cada dialecto es una expresión auténtica de la cultura y la identidad de quienes lo hablan. Así también le ha llegado el tiempo de la plena valoración al dialecto alemán del Volga hablado en la Argentina”, asegura Krüger.
Los alemanes del Volga y sus descendientes en Entre Ríos han hecho esfuerzos para preservar su idioma y tradiciones culturales, a través de escuelas, iglesias, y asociaciones culturales. Su dialecto es un testimonio de la resiliencia y adaptación de estas comunidades inmigrantes en su nueva tierra.
Aunque el castellano sea el idioma predominante en Entre Ríos, la preservación de las distintas lenguas que han hablado sus habitantes -tanto nativas como provenientes de otras latitudes- tiene un valor cultural significativo tanto para la comunidad específica como para la sociedad en su conjunto.
Esto fomenta la diversidad, enriquece la cultura provincial y fortalece la identidad y la cohesión comunitaria.