SE VIENE LA FERIA EN GUALEGUAYCHÚ
¡A los libros, a los libros!
En pocos días, Gualeguaychú volverá a disfrutar de un evento cuyo verdadero significado e importancia muchas veces queda soslayado por inciertas urgencias.
Por Luis Castillo*
Una feria del libro es, ante todo y fundamentalmente, una fiesta. Un lugar físico en donde se dan cita quienes se dedican a producir material de lectura y quienes consumen los mismos, quienes crean y quienes disfrutan de esas creaciones. Un particular sitio en donde coexisten profesionales ―tanto de la escritura como de la lectura― como amateurs de ambos campos. He escrito profesionales de la escritura, eso está claro, pero también profesionales de la lectura. ¿Qué sería eso? O ¿Quiénes serían esos? Un profesional se define como alguien que ejerce una profesión, así de sencillo, pero ¿existe la profesión de lector? Etimológicamente profesión viene de profesar, que puede definirse según los diccionarios como: Tener [una persona] una determinada inclinación o un sentimiento intenso hacia algo o alguien. ¿Alguien puede negar que esa descripción cabe a cualquiera que con todos o cualquiera de sus sentidos se acerca a un libro? Tanto un libro físico como a sus versiones digitales, eso solo importa en cuanto a qué sentidos estimule, el resto, el placer de la palabra escrita ejercitando nuestra imaginación, nuestros recuerdos, fantasías, temores, vértigos y cientos de emociones que solo terminarían siendo una aburrida enumeración y que, sin embargo, se suceden en cada apertura ―o encendido― de un texto escrito.
Es interesante recordar el nacimiento de las Ferias del libro; cuestión que se remonta al siglo XVI y que consistían en pequeñas reuniones en donde autores y lectores se daban cita y en los cuales, no está más destacar, existía un estricto derecho de admisión. No era un evento para cualquier hijo de vecina. Lo cual no escandalizaba a nadie si consideramos que quienes sabían leer y, además, tener acceso a la compra de libros no eran mayoría en ningún lugar del planeta. La verdadera democratización de los libros tuvo que esperar hasta entrado el siglo XX. No hay que ser ingenuo y pensar que no existieron ―y existen― velados o manifiestos fines comerciales detrás de este tipo de eventos lo cual, desde mi visión, naturalmente, no los invalida en absoluto aunque haya quienes se rasguen las vestiduras proclamando que no se trata de hechos culturales sino comerciales. La verdad, no me interesa polemizar con quienes piensen de ese modo como tampoco me parece adecuado que el arte no se valorice ―económicamente hablando― y que, más allá de los beneficios sociales y culturales, no considero que este mal ni mucho menos que cualquiera pueda comerciar con sus obras.
La Feria del libro de Gualeguaychú nació y viene creciendo de la mano de personas que aman tanto los libros como creen en la necesidad de luchar por su llegada a todas las manos, los ojos, las narices y las emociones; Susana Lizzi, Florencia Pérez, Marcos Henchoz y tantos otros silenciosos artífices de hacer posible soñar y creer en soñar. Personas que saben que la libertad viene de la mano del conocimiento, del descubrimiento, de la luz ―el enemigo más temido de la ignorancia― que se genera tras el hallazgo de nuevos símbolos hecho lenguaje. Hecho ideas.
La feria del libro es más que una feria en donde se exhiben, se compran y se venden objetos, verlo de ese modo es un reduccionismo infame que acaso solo busque equiparar el placer de la lectura al del consumismo banal de objetos inertes. No, de ningún modo, ver los rostros de los niños y las niñas extasiarse frente a un dibujo, estremecerse al escuchar un relato, crear jugando una frase, un poema, un laberinto de palabras, escuchar la voz de los creadores mostrando impúdicamente su alma revelando los secretos escondidos detrás de las páginas de sus obras, vibrar con la música, con el bullicio exultante de quienes no precisan de un catalejo para descubrir nuevos mundos, y además, gratis. Porque, afortunadamente y aunque haya sido necesario esperar varios siglos, este evento es para todos. Al menos acá, en esta ciudad del nombre largo, es para todos. Porque sí, porque esa es la decisión de quienes están detrás de esta invitación a sumergirse en la aventura del descubrimiento que es leer, tocar, escuchar, oler, vibrar, en este fantástico mundo del arte.
El slogan que guía esta muestra es “Leer es poder” con toda la intensidad semiótica que conlleva ese juego de palabras. ¿Hace falta decir más?
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”