TALENTO DE GUALEGUAYCHÚ
A 120 años de la muerte de Fray Mocho: Retrato de un amiguero atorrante que supo crear un estilo literario
Fue una de las grandes luminarias que engendró Gualeguaychú. Nació con el nombre de José Seferino Álvarez, pero es más conocido como Fray Mocho. A favor de todas las confusiones, jamás fue fraile ni algo parecido, sino que lo describen como una persona llena de amigos, con un espíritu gracioso y bromista y con un talento único para la escritura. Un repaso de su vida y del día de su muerte, cuando dejó este mundo con casi 45 años.
Por Amílcar Nani
120 años es mucho tiempo. Si una generación se considera que es un período de tiempo de entre 20 y 30 años, podemos decir que por lo menos pasaron cuatro desde aquel 23 de agosto de 1903, el día que murió Fray Mocho. Y que importante tiene que haber sido el paso de una persona por este mundo que, a más de un siglo de su partida, su legado, historia y recuerdo sigan vivos y vigentes.
Nació en Gualeguaychú el 26 de agosto de 1858, hijo de los uruguayos Dorina Escalada Baldez (hermana de Marcelino Escalada Baldez y nieta de Celedonio Escalada) y de Desiderio Álvarez Gadea. Estudió en el prestigioso Colegio Nacional de Concepción del Uruguay, ciudad donde se inició como periodista. Hizo un primer viaje a la ciudad de Buenos Aires en 1876 y luego se mudó allí en 1879, cuando tenía 21 años. Era conocido por sus amigos como "Mocho”, y más tarde se agregó al seudónimo el título de “Fray”
“Dicen que lo de Mocho se lo acuñan su niñez porque tenía rulos y era un cabello difícil de peinar. Se le hacía una raya al medio y los bucles le quedaban a un costado. Entonces le empezaron a decir ‘Toro Mocho’. Y lo de Fray, de fraile, hay un cuento donde se relata la historia de una tía que soñaba con tener un sobrino fraile, pero el suyo era un vago. De hecho, Fray Mocho no era un tipo eclesiástico. Pero ese no fue el único seudónimo que tuvo, y cada uno tenía una pluma distinta”, explicó la diseñadora del Museo Casa Natal de Fray Mocho Natalia Derudi, quien actualmente tiene su oficina en los mismos aposentos que vieron nacer y crecer al literato de Gualeguaychú. En otras palabras, Derudi convive a diario con la figura de Fray Mocho.
“Yo lo descubrí cuando me pidieron que armara este museo. Y como gualeguaychuense creo que es muy importante que exista un lugar como este –por la Casa de Fray Mocho– porque no dimensionaba el tamaño de su figura. Lo conocemos por la leyenda de la fundación de Gualeguaychú, pero eso es un pequeño episodio de su vida, porque desde la literatura, como escritor, dejó una obra inmaculada. Investigadores del Conicet lo describen como alguien con un estilo propio, el estilo ‘matrero’, y hay todo un desarrollo de porqué su pluma es sumamente especial. Su estilo marcó un rumbo en la literatura. Fue sumamente identitario y sabía meterse en el bajo fondo social para pintar un retrato de toda una gama de personajes marginales”, agregó la museóloga.
Su legado en Caras y Caretas
El 8 de octubre de 1898 apareció el primer número de la revista Caras y Caretas, y su fundador fue Fray Mocho. En realidad, esta publicación es oriunda de Uruguay, pero tal fue su éxito que se creó una versión argentina.
De esta manera, se inauguró en el país una línea editorial inédita hasta ese momento, una que nació para satirizar y ridiculizar a los políticos d4ele momento. Siempre buscó la excelencia formal y de contenido, y su impronta se marcaba en su tipográfica, la impresión para grabados y viñetas, la diagramación de sus páginas, y la lucidez de sus textos. Además, Caras y Caretas fue pionera en tratar a los autores como profesionales, porque fue la primera en pagar por las colaboraciones que recibía. Y todo esto fue orquestado, pensado, ideado y llevado adelante por Fray Mocho.
Fray Mocho, por quienes lo conocieron
Sagaz, irónico, amante de las tertulias y las charlas prolongadas, chistoso y sumamente inteligente e ingenioso. Así lo describieron los que más lo conocieron.
“Saturadas de ese espíritu observador y sagaz que sabía deslizar la fina ironía poniendo la frase en la llaga, satirizando vanidades o ridiculeces de la tierra, aplastando alguna mentida reputación con un chiste que clavaba como una flecha en medio del blanco, está su obra dispersa en seis años de ruda labor en las páginas de Caras y Caretas, a la que había consagrado todas las energías de su inteligencia poderosa, la sal de su ingenio peregrino que burbujeaba en los puntos de la pluma, hasta imponer la revista al público que la buscaba como una necesidad imprescindible”, dijo sobre el su amigo y colega literario Martiniano Leguizamón.
Las historias de Fray Mocho eran las de los tipos callejeros, el mayoral, el vigilante, la planchadora, el carrero, el cuarteador, el compadrito, el habitante suburbano o el viejo gaucho.
“A todos ellos los dibujó con tanto amor, y sus historias quedarán como un documento característico de una época que los pintores y escritores del futuro recurrirán para saturarse en esa vida de verdad, buscando el perfil de las razas que se pierden, el rasgo característico de las costumbres que se extinguen o pervierten, pero que resucitarán en las páginas de este escritor”, manifestó Leguizamón casi de manera profética.
La hora más oscura
Fray Mocho falleció en los albores del siglo XX. Una enfermedad pulmonar que le venía trayendo problemas desde hacía años fue la causa del deceso. Y su padecimiento no fue fácil. Cuentan los que lo conocieron que los inviernos eran sus peores enemigos
“Y aquel ser que parecía tan feliz, tan alegre como las burlonas calandrias del amado terruño al que volvíamos siempre con el pensamiento en nuestras animadas charlas, sufría. Habla dolores físicos que labraban su organismo enfermizo, que lo hacían palidecer de repente interrumpiendo el relato con un acceso de tos, pero enseguida renacía la alegría para terminar la picante historia con una de esas agudas observaciones en que volcaba su ingenio a manos llenas”, describió los días de padecimiento de Fray Mocho su amigo Miguel Cané, también conocido por ser el autor de Juvenilia.
Sin embargo, aquel invierno de 1923 no le había sido muy molesto. Pero pocos días antes de su último suspiro, todo cambió. Su salud se desmejoró de manera estrepitosa, y en sólo cinco días su cuerpo dijo basta.
Poco antes de su muerte, le expresó a su mujer: “Yo soy duro como el ñandubay de nuestra tierra. No me entra el hacha así nomás. Muero peleando. Mirá, m'hija, hay que jugarle risa a la vida”. Le faltaban tres días para cumplir los cuarenta y cinco años cuando falleció en Buenos Aires, el 23 de agosto de 1903.
Su entierro en el Cementerio de la Recoleta fue multitudinario, y ningún intelectual de la época quiso estar ausente a la hora de presentarle sus respetos. Cinco días después de su muerte, Caras y Caretas le dedicó el número 256, donde las más prestigiosas plumas le dedicaron una semblanza.
En 1953, a 50 años de su fallecimiento, su hermana donó sus restos al Municipio de Gualeguaychú, y actualmente reposa en el cementerio de nuestra ciudad.
Su legado está más vivo que nunca a más de un siglo de su partida, y la puesta en valor de la Museo Casa de Fray Mocho ayudará a que las futuras generaciones sigan conociendo a este gualeguaychuense que muchos pueden confundirse que era un fraile de vocación religiosa, cuando en realidad era un atorrante, amiguero y excepcional escritor.
Museo Casa Natal de Fray Mocho
Ubicado en Fray Mocho 135, el lugar rescata la figura del escritor de Gualeguaychú. Cuenta con una “Sala Histórica Evocativa”, donde se resalta la vida y obra de Fray Mocho; y una “Sala de Exposiciones Temporarias” que se adapta a un programa propuestas complementarias y de intercambios con otras instituciones; y una “Sala de Usos Múltiples” para el dictado de charlas, cursos, propuestas didácticas y de difusión
También funciona una Biblioteca especializada y el Archivo Histórico, ambos abiertos a la comunidad.
El museo puede recorrerse sin dificultades en silla de ruedas y es completamente accesible.
Cuenta además con recursos tecnológicos que permiten la proyección de videos subtitulados y Códigos QR, audio cuentos, no solo para personas con ceguera o disminución visual, sino como recurso pedagógico para niños.
El museo puede visitarse de miércoles a domingos de 9 a 12 y de miércoles a sábado de 16 a 19 horas. La entrada es libre y gratuita.