SUS 5 AÑOS EN UN DESIERTO Y LA INCREÍBLE OPORTUNIDAD QUE PERDIÓ EN HOLLYWOOD
El Tirri reveló porqué tuvo problemas con el alcohol y cómo es vivir con los Tinelli
Sus cinco años de ausencia en el desierto californiano. La vida en casa de los Tinelli. Las “malas decisiones de la bebida” que cambiaron su futuro. La pérdida de un protagónico en Hollywood. Una boda “sin recuerdos” rodeado de enanos vestidos de Elvis. La vez que dejó a Madonna plantada en una cita. La relación con sus dos hijas americanas y una brasileña. Y el poder “del tercer ojo” de Mimi que lo salvó de morir. Memorias de Luciano Giugno, un tipo que a los 55 descubrió cómo ser feliz.
Dice que frente al espejo suele preguntarse: “¿Esto es real?”. Se refiere a su felicidad, a la que no definirá como don ni habilidad. Sino (y paradójicamente) como “el saldo o el efecto” de su tránsito por los riscos en los que lo acorraló el alcohol, de una experiencia “que me puso de cara a la muerte” y del nomadismo que ha forjado su “alma gitana”. Factores claves en la historia de Luciano Giugno (55). Una historia que hará de “el primo gracioso de Tinelli”, un apodo tan raquítico como mezquino. En este encuentro, e inéditamente dispuesto a revelar otro perfil, el Tirri (“sobreviviente” y “bien aprendido”) dará cuenta de que por qué está convencido de que “ser feliz es entender que la única pertenencia concreta que tenemos es esto, en este lugar y ahora”.
“Fue de un día para otro, como todo en mi vida”, relata. Bastaron dos palabras de Marcelo para bajarlo de su nueva bodyboard. “Te necesito”, le dijo. “¿No tendré que bailar, no?”, preguntó él desde Newport Beach (California, Estados Unidos). Porque, en 2014, su última propuesta lo había llevado directo hacia la pista de ShowMatch, “...y digamos que no me había ido muy bien”, bromea. Así volvió. A la televisión, en el gran panel de los 100 jurados expertos de Canta Conmigo Ahora (ElTrece, versión nacional del exitoso All togheter now de la BBC), y a casa de su primo, donde hoy nos recibe y asegura estar viviendo “todo un reality”. Pero antes de saber por qué, hablaremos de los últimos cinco años que pasó lejos del país y “más cerca que nunca” de sus pasiones.
En 1991, después de una gira americana con Los Fabulosos Cadillacs (y seis años como su cofundador, percusionista y compositor), Luciano decidió quedarse en Los Ángeles. Desde entonces ha tendido una gran red de relaciones y “principalmente amistades”, como la de Ronnie King (58). Se trata del artista musical y productor de The Offspring, entre otras tantas bandas del punk, rock y hip hop californianos. “Y como hablo varios idiomas (inglés, portugués e italiano) y siempre fui bueno para las relaciones públicas, me convocó para darle continuidad al mega estudio que montó en Coachella”, cuenta. “Arranqué atrayendo clientes y no solo quedé a cargo de la compañía sino que además terminé produciendo la canción de la nueva temporada de la serie Narcos, para Netflix”. Luciano habla de “Los Ángeles de noche”, el tema que compuso hace 22 años en raptos de “linda locura” sin imaginar ese destino.
Asegura tener “un Dios personal” que lo “acomoda” en el camino. En definitiva, y además de los proyectos, la pandemia puso coto a su frenetismo haciéndole un gran favor. “En resumidas cuentas: pegué buenas ondas, crecí profesionalmente y hasta conseguí mi Green Card, un gran pendiente en mi vida”, señala sobre el trámite que jamás había podido concretar. “Porque exigen al menos dos años de residencia... ¡Demasiado para un nómade como yo!”, remata. Otro cheklist fue la reconexión familiar. En Newport Beach (Condado de Orange) reside con sus padres, Jorge Giugno (79) y Dora Domeño (79), y sus hermanos, Federico (50), reconocido chef local, y Natalia (48), dedicada hoy a la importación de vinos argentinos. Desde 2017, los días transcurrieron entre música y surf, del desierto de Coachella Valley a las olas de Muelle 34. “Con mañanas desde las 6:30 y noches desde las 9″, describe. Una rutina que debió desarmar al llegar a casa de los Tinelli.
Claro que los desvelos tienen otro sabor en la mesa de su primo. “Aquí siempre hay jolgorio. Después de cada cena podemos llegar a quedarnos hasta las 3 de la mañana llorando de risa”, cuenta. “Marcelo, desde una punta, me hace preguntas y yo, desde la otra, le respondo con historias desopilantes. Y los chicos (Francisco, Candelaria y Juana) se vuelven locos ¡No paramos más!”. Se jacta de cierta “capacidad de adaptación, sobre todo donde hay amor”, explica. “Y aquí hay mucho amor. Tanto que a veces perdemos la noción de qué somos: ¿primos, tíos, amigos...? Voy a decir algo loco”, advierte. “A veces, charlando con Marce, se me escapa un ´pá´ (de papá), porque siempre lo sentí muy cercano, muy cuidador conmigo, muy protector a lo largo de la vida”, revela. “Todo fluye con magia. Desayunamos juntos, y después de un par de mates, por ahí me dice: ´Salgo en 20, ¿venís conmigo?´. Nos vamos al estudio (Polka, en Don Torcuato), trabajamos, volvemos, charlamos. Jamás tenemos un ´si´ o un ´no´. Va a costarme mucho irme de acá”, desliza.
Respecto de si su presencia en Le Parc resulta cierto bálsamo para Marcelo (recién separado de Guillermina Valdés, 45), Luciano es concreto. “En casa no se habla del tema. Pero esta compañía que nos hacemos es algo que los dos necesitábamos. Logramos una gran simbiosis”, dice. “No soy un clown, por supuesto, pero es un buen momento para estar acá. Él atravesó un camino sumamente difícil pero ya lo superó. Lo veo muy bien, muy enfocado en lo que hace y, principalmente, muy contento”.
No habían vuelto a vivir juntos desde los tiempos de Bolívar o las largas temporadas de verano en Mar del Plata, donde los Giugno tenían casa con un cuarto destinado a los Tinelli (Marcelo y sus padres, Dino y María Esther, hermana de Dora). “Yo sentía locura por él”, señala. Y fue ahí mismo, durante el febrero del 74, “que se dio un hecho que –según dice– nos hermanó para siempre”. O al menos así lo recuerda. “Había un pibe que me cagaba a palos todo el tiempo. Una especie de rey del barrio. Y yo ya venía avisándole a todos: ´Van a ver cuando llegue mi primo el grandote´. Así fue. Una tarde, jugando al fútbol, este chico, que me había tomado de punto durante todo el partido, discutió sobre no sé qué cosa y Marcelo (de 14 años) lo bajó de un golpe... ¡Lo cuento sin fomentar la violencia, claro!”, subraya con gracia. “Fue un antes y un después. Desde entonces no dejé de verlo como a un héroe. Yo sé que en ese momento, y para siempre, lo adopté como el hermano mayor que nunca había tenido”.
Le gusta hablar de ´el Flaco´. Trae el recuerdo de “una piecita muy chiquita sobre la calle Pueyrredón” donde lo veía escuchando radio (La Oral Deportiva). “Me impresionaban sus manías. Marce vivía anotando en su libretita las formaciones de todos los equipos, los de Primera A y los del Ascenso. Y armaba como una especie de retícula sobre la que hacía carreras de Fórmula 1, deslizando autitos con el dedo”, relata. “Yo pensaba: ´¿Qué es esto? ¿Qué le pasa?’. Ya se había convertido en Campeón de Yo-yo Russell y pasaba el día estudiando. Era un tipo muy dedicado que me enseñó el valor de la cabeza y la constancia. Estoy convencido de que parte de su éxito se lo debe a que mientras los demás volvían de bailar, él salía de su casa camino a la radio con el cuadernito bajo del brazo”, cuenta. Tirri era muy chico, pero no tanto como para escapar al dolor que significó, para todos, la muerte de Dino Hugo y la internación de Chiquita. “Había que bancarse crecer sin padres, sin ese pilar que necesitamos a la edad en la que más se tambalea”, dice. “Yo admiraba la fortaleza de Marcelo, su resistencia a dejar de ser feliz a pesar de todo. Pero con los años entendí que había sido un proceso muy de adentro. Recién de grande logró ir soltando emociones y no hace mucho que pude conocer lo que él sentía por ellos y por todo eso que había atravesado en silencio”.
El 13 de enero del 67, de paso por Buenos Aires, Dora aplaudía un vodevil de la avenida Corrientes cuando una sorpresiva detonación en la sala cambaría el gentilicio de su hijo. “Estaba embarazada de mí y el estruendo la asustó tanto que nací”, relata Luciano. “Qué loco es haber llegado al mundo por una explosión, ¿no?”, pregunta. No. Después de todo es el Tirri y excentricidad siempre le ha sobrado. “A los 12 andaba por Villa Urquiza sobre un skate California Sun rojo, usando un par de All Stars de distinto color y con un grabador montado al hombro. Nunca me gustó lo convencional”, señala. Tanto es así que en cinco años de escuela secundaria recorrió (desde el San Eduardo al Marín) 17 colegios. Después de la muerte de su dálmata Rex, lo que más dolió fueron los domingos. “Me angustiaba tener que ir a la escuela, porque nada me costaba tanto como la responsabilidad”, dice. “Fue así que empecé a pensar en alternativas, en qué podía hacer para no ir tanto a clases”. La música, sin dudas. Y le valió. Las faltas por las giras con Los Fabulosos Cadillacs lo iban liberando de instituto en instituto. “Todavía debo Taquigrafía, Historia, Geografía y alguna otra más...”, cuenta. Y aunque “en un momento fui convocado por Horacio Rodríguez Larreta (56) y María Eugenia Vidal (48) para ser imagen o vocero de una campaña para terminar el secundario vía online”, aún no logró alzar su título.
Con más o menos faltas, disciplina o aspiraciones, su infancia ha sido “espectacular”. Y si así la define es “porque en casa no se respiraba más que amor”, asegura. “Mirá si no habrá sido así que papá y mamá siguen juntos después de 62 años. Ella, siempre velando porque todo alrededor estuviese perfecto. Él, un nómade laburante como yo, que en esos intentos de no caer de la clase media, creó la firma de ropa Nino Giugno. Tuvo tres locales (en Recoleta, Martínez y Mar del Plata) y hasta una línea propia de fragancias”, relata dando paso a otra de sus anécdotas. “Me acuerdo que al principio, antes de cada show de los Cadillacs, yo me iba de noche a alguno de los locales y le sacaba siete sacos iguales. Los usábamos y los devolvíamos a la mañana siguiente. Claro, sin chequear”, dice con gracia. “¡Después los clientes le reclamaban a mi viejo por qué había púas en los bolsillos!”.
Fue Luciano Jr. desde 1985 a 1991, aunque diga que “seguiré siéndolo cada vez que me junte a tocar con los Cadillacs”. Lucky Luciano fue el apodo que adoptó en el 97, seis años después de haber iniciado su carrera solista, negado a los sonidos salseros incorporado por la banda e “irremediablemente” enloquecido por el rap y el hip-hop. “Fue el mismísimo Ice-T quien me bautizó así”, revela. Ice-T o Tracy Lauren Marrow (64) es un actor, músico y rapero americano que con los años se consagró como parte de la La ley y el orden, entre otros hits televisivos. “Con él grabé Casino Life (disco que precedió a Rompamos con todo y a Lo que mueve el mundo), que se editó en Brasil y hasta en Japón. Un día me dijo: ´Vos tenés la mística de un mafioso, voy a llamarte Lucky Luciano´”. Finalmente, y para siempre, en 2013 nació el Tirri. “Por entonces tenía un amigo llamado Tyron al que le había prometido ir a jugar fútbol y no dejaba de llamarme. Claro, yo salía, chupaba y no podía levantarme a la mañana. Cuestión, tenía el contestador lleno de sus mensajes: ´Hola Luciano, soy Tyron´. Una vez, Marcelo, de visita en Los Angeles, lo escuchó y me dijo: ´¿Quién es este moplo?´. A partir de ahí, como mezcla entre ´Tirón´ y ´el terrible´, Marce me puso Tirri. ¡Odiaba ese apodo!”, revela. “Pero fue con el que me obligó a participar de Bailando y con el que me abrazó la gente”.
Deja rodar su anecdotario random y todo se hace fiesta. Recuerda cuando el chiste de dejar a los Cadillacs le costó algunos meses de “vivir como podía” en las tierras del Norte. “Aquí nadie sabía que yo estacionaba autos en Beverly Hills. Tenía buenas propinas y como trabajaba para el Sparrow (de los restaurantes angelinos más exclusivos) usaba smoking”, cuenta. “Fue así que cuando mis excompañeros fueron a visitarme y me vieron impecable, en un coche tremendo, se creyeron que había montado mi propia empresa, como les había vendido... ¡Ventajas de no tener redes!”, bromea. Fue el mismo “verso que le metí a Marcelo para convencerlo de instalarse conmigo en California y llevar artistas: `¡Soy amigo de Guillermo Guido, Marce!´, le decía yo. ‘¡Vamos a romperla!’. Pero él insistía: ´No, pará, me ofrecieron hacer un programa (VideoMatch) en Telefe y quiero probar´. ´¡¿En un canal que se llama Telefe?!´, lo gastaba. `Estás loco... ¡¿No te das cuenta de que nada funcionaría con ese nombre?!´. Si, bueno, admito que como visionario era fatal”, señala.
Sería inexcusable obviar de este texto la vez que plantó a la Reina del Pop aún cuando no viniese muy al caso. “En el 93, a través de Marcelo y de Daniel Grinbank (68), conseguí ser el único telonero de Madonna (63) en su Girlie Show, en River”, cuenta. “Yo tenía 30 años menos... ¡Olvidate! Había una onda, nos reíamos mucho entre los dos. Mi verso, el inglés, gente en común, mi experiencia por allá... todo sumaba. Podía haber logrado una conexión mayor, digamos. ¡Imaginate lo que hubiésemos sido de la mano en una tapa de revista! Una locura...”. Y llegó el “pero...” en este relato. “Ella me invitó personalmente a su fiesta exclusiva en Pachá después del show. ¿Y qué hice? Me fui con sus dos bailarinas japonesas a Frere (la disco de Las Cañitas). Me agarré un pedo negro y, sin celulares, mi manager no me ubicó hasta el día siguiente. ´¡¿Pero vos estás loco?!´, me gritaba. Así fue la historia del romance que pude haber tenido con Madonna... ¿Podés creer? Otra de las malas decisiones a las que me empujó el chupi”, subraya dando pie a un gran episodio en su vida.
Nunca se drogó. “Ni porro, ni pastillas, ni merca... ¡Nada!”, dice. “Me da terror siquiera probar algo porque soy demasiado cagón. Y eso es lo único que le agradezco a mi hipocondría severa”. Pero, no obstante, reconoce: “Abusé del alcohol, en definitiva, la droga legal. Chupaba demasiado hasta que pude darme cuenta de que si no frenaba la situación, chau... Y supe pegar el volantazo a tiempo. Ahí, justo. Muy justo”. Entonces narra el hecho de inflexión. “Fue en 2012. Había llevado a Charly García (70) y a Fito Páez (59) a cantar a Bogotá, Colombia. Un gran suceso. Todo sold out. Reventado. Una locura... Y no me acuerdo de nada”, comienza. “La última imagen que tengo es la de estar pasando por El museo del Vodka y llevar dos botellas hasta el hotel. Eso fue un día viernes. Me desperté el domingo, desnudo, con notas musicales pintadas en mis uñas y el sonido de las constantes llamadas de Mimi a través del Skype. No entendía qué había pasado”, cuenta. “Nunca vi el show. Ni siquiera me enteré de que Charly se había sido asistido de urgencia por un pico de presión”.
No supo quién era. “Fue un golpe psicológico, sentí que el sistema nervioso, el alma o lo que haya sido, se desprendía de mi cuerpo. Pero físicamente estaba bien, es por eso que cuando supliqué que me internasen, todos me decían: ´¡Pero si estás bárbaro!´”, recuerda. “Solo rogaba llegar vivo a Buenos Aires. Y al llegar al aeropuerto de Bogotá vi una capilla divina, entré, me arrodillé y dije: ‘Jesús, te prometo que si paso de esta no tomo más’”. Buscó ayuda de una terapeuta especialista en adicciones y “situaciones tóxicas”, explica. “Al terminar la primera sesión ella me dio la mano diciendo: ´Suerte, ha sido un gusto, ya no vas a verme. Lo que te pasó a vos es un caso entre 100. Lograste hacer un click a nivel físico. Lograste el rechazo. No vas a tomar más´. Y así fue. El próximo 23 de octubre voy a cumplir 10 años sin tomar una sola gota de alcohol. Puedo recibir gente y hasta preparar tragos. Yo no lo extraño ni me importa, pero lo respeto y estoy consciente de que la lucha que desaté aquella vez es día a día”, asegura.
Alcohol y “grandes males decisiones” han maridado bien a lo largo de su historia. Trae a cuento aquella noche de inicios de milenio (anterior a tantas otras) en la que echó a perder su suerte, “la de toda mi vida”. Resulta que Jay Bernstein, el icónico productor “del auténtico Hollywood, no el de las Kardashian” (como le gusta decir), creador de Los Ángeles de Charlie y mánager de Frank Sinatra, por citar solo dos hitos profesionales, conoció a Luciano durante un recital de Jon Secada. “¿Cantás?”, le preguntó. “Con tal de abrirme oportunidades yo le dije: ´Sí, claro. Canto´. Se había quedado impresionado con mi jopo y me reveló que, en sociedad con la Paramount, estaba produciendo una parodia sobre un Elvis (Presley) latino. Y que yo le daba bien con el perfil”, relara. “Con el tiempo se dio cuenta de que lo mío es el rap. Pero no le importó demasiado. Tenía presupuesto y confianza de sobra. Preparó un contrato y una fiesta especial en su propia mansión para la firma oficial”, relata. “Entonces llegaron las playmates (chicas Playboy), entre ellas, una tal Brooke. Me volvió loco. Me puse a tomar con ella y nos escapamos, sin aviso, de mi propia celebración”.
Dos días después, Luciano se animó a llamar a las puerta de Bernstein. “Le pedí perdón”, recuerda. “Y él me dijo: ´Ven, vos no estás listo todavía´. Me abrazó y lloramos juntos”. Perdió un contrato y ganó un amigo. “Me pidió que me quedara con él. Tenía el dinero y la posibilidad de conseguir lo que quisiera en Hollywood, pero estaba muy solo. No voy a olvidarme jamás. Una Navidad le llevé una caja de alfajores, y al abrir la puerta se emocionó. Me dijo: ´Es la primera vez que alguien me toca el timbre para darme algo y no pedirme nada´. Ese día me sentí más rico que él”. Fueron entrañables. Junto a Bernstein, Luciano fumó habanos en lo de George Hamilton. Visitó a Tony Curtis. Charló con Dustin Hoffman. Comió un “bife argentino” con Anthony Quinn. Y se hizo “amigo de jodas” de Jean-Claude Van Damme. “Después de cuatro matrimonios (uno celebrado bajo el agua usando body glove), Jay murió solo. Estaba preparándose para una cita a la que nunca llegó y lo encontraron horas después. Cuando la salvadoreña que lo asistía (hoy una de las mayores herederas), me llamó para decirme: ´Se nos fue´, sentí un puñal”, describe quebrado. “Era un tipo que cargaba una profunda soledad, pero pude darle alegría, ánimo, seguridad. En los últimos tiempos tenía un peluquín, pero yo lo animaba: ´Vamos Jay, estás facherísimo´. ´¿Te parece?´, me decía... (se quiebra). Tanto lo extraño que ya no puedo pasar por Hollywood sin llorar”.
Luciano tiene tres hijas. La mayor es Katerina (30), nacida (en Los Ángeles) de su matrimonio con Mariana Tévez, “la primera mujer de la que estuve realmente muy enamorado”, describe. Tirri tocaba con los Cadillacs cuando la conoció. “En una reunión, Leo Dan (80) nos dijo: ´Les presento a mi hija´. Y ella apareció. Yo pensé: ´¡Wow!´. Le puse el ojo y 12 meses después nos estábamos casando”, recuerda. Aunque, advierte, con los años corrió con mejor suerte el vínculo con su suegro. “Visito muy seguido a Leo. Pocos, los que se quedaron con el ´no estoy ni comprometido, ni casado, ni nada´, no tienen idea lo groso que es. Tiene más de 7000 canciones en su repertorio y con él graban todos los artistas del mercado latino en Estados Unidos. Me enseñó mucho de la música más allá de ser un gran profeta del amor”, dice. En definitiva, Katerina es nutricionista, lleva una gran labor con niños del espectro autista, vive en Miami (Florida, Estados Unidos) y hoy trabaja con su papá en un proyecto ligado a la gastronomía saludable.
Francheska (27) es la segunda, reside en Iowa (Estados Unidos) y es empleada en una compañía de bebidas energizantes. Ella nació luego de una “pasión arrolladora, más tipo piel”, como fue con la tercera. La historia con su madre ha sido “tragicómica”, define Luciano. “La conocí tomando tragos en Laguna Beach (California) y la llevé en mi auto hasta Las Vegas (Nevada). Todo transcurrió con cierta normalidad hasta que una mañana desperté en el piso, sobre un acta de matrimonio en la que podía leer mi nombre. Y unos metros más lejos, ella. Lo primero que hice fue llamar a papá: ´¡Viejo, creo que me casé!´. `¡Tenés que dejar el alcohol ya mismo!´, me gritó él del otro lado del teléfono”, relata. “Luego empecé a recordar una fiesta en una de esas típicas capillas en la que nos rodeaban varios enanos vestidos de Elvis”. El matrimonio, legal o no, duró seis meses, “y me enteré de que estaba embarazada al separarnos”, dispara.
Lunna (19) es la menor y vive en Sao Paulo, Brasil. “Tal vez sea a la que más extrañe, porque ha sido la que más me ha costado a raíz de los tantos conflictos que mantengo con su madre”, revela sobre un largo camino de litigios legales. Aunque no se quita culpas. “A veces creo que debí haber estado más presente en la vida de todas ellas, pero es realmente complicado tener tres hijas en distintos polos”, dice. “El destino fue abriéndome rutas, y por la vida que he llevado y los lugares que he transitado, no habría podido acarrear una valija y una hija. Suena fácil, pero también, y naturalmente, contaba la aprobación de sus madres: `Que esto sí, que aquello no´”. Es entonces que analizamos si ha sido un buen padre. “...Trato de serlo”, desliza. “Sin dudas no fui y no soy ni parecido al mío. Quise ser él, pero no lo logré. Tal vez no sea tarde. Nunca es demasiado tarde...”, reflexiona. “Parte de los problemas por los que tomaba tanto fue no poder asumir que no fui el padre que vi en mi casa. Suena muy duro, ¿no? Pero es verdad”.
Hablamos de amor y del misterio que suscitan los ya 12 años de vida cruzada con Mariela Mimi Alvarado (37). Y antes de explicar por qué la distancia es solo “una anécdota” frente al peso que le significa este vínculo en el macro de su historia, Luciano inicia el relato “desde donde se debe”: la caja de un supermercado. “Cierta vez entré a un negocio en New York y me enamoré del acento de una cajera que era de Santo Domingo. Pero fue tan fuerte lo que me pasó que iba a comprar varias veces por día solo para escucharla. Entonces le dije a mamá: ´Me voy a la Argentina a buscar una dominicana´. Y ella me respondió: ´¿No sería mejor ir a República Dominicana para eso?´”, cuenta con gracia. Capricho del destino o designio de una guía espiritual, da igual. Esa madrugada de 2010, él sabía que debía estar en Kika (disco de Palermo) para conocerla. Y alguien se la presentó.
Alvarado, periodista, “hija adorada en una familia con cierto prestigio social en Santo Domingo” y parte de una importante ola migratoria, solo conocía “Matador”. Pero aún así aceptó la invitación a un recital reencuentro de los Cadillacs y, claro, a un meet & greet algo más íntimo de lo habitual. “La llevé al departamento que Marcelo tenía en Los Galgos (Callao al 1200), pero que, por supuesto, le dije que era mío”, suelta con gracia. “Pasamos juntos el fin de semana. Me encantó. Pero con el correr del tiempo empecé a tener miedo de hacerle daño. No sé, la veía muy joven y yo tan ´desastre´. Salía, chupaba, era realmente muy malo. No es casual que, al principio y mediáticamente, se la haya conocido como ´una celosa´. Nada había sido gratis. Aún así, decidió apostar fuerte y eso me conmovió”, revela. “Cada vez que yo le decía: ´No soy para vos, no quiero arruinar tu vida´. Ella me respondía: ´Estoy segura de que vas a cambiar, que vas a dejar de tomar y que finalmente serás el tipo que sé que eres´”, relata.
Por entonces, Luciano, que vivía en Los Ángeles, giraba por ahí con LifeLine, “una banda del estilo de Blink-182″, según define. A la sazón, el viejo y recordado msn fue convirtiéndose en la alternativa de contacto más cercana entre los dos. “Una noche, chateando con ella, se me trabó el teclado. Quise poner ´Mi amor, ¿estás?´ y salió ´Mi mi mi amor...´. Esa falla la bautizó como Mimi para siempre. ¡Una locura!”, rememora. Mimi fue “uno de los pilares”, como rotula, “en la salvación o reorganización de mi vida”. El otro fue Marcelo, “cuando (en 2012) me llamó para preguntarme ´¿Qué pensás hacer este año?´. “A lo que le contesté: ´Tengo ganas de abrir un bar flúo, lleno de luces´. Y entonces fue contundente: ´No, olvidate... Vas a hacerte cargo del casting de Soñando por cantar (ElTrece)´”, cita. Así nacía la relación laboral que hasta hoy mantienen. Pero ahora nos ocupa la otra. Esa que para muchos prejuiciosos sobrevive gracias a la distancia.
“Sí, la distancia podría ser una clave en mi vínculo con Mimi”, indica Luciano. Desde hace meses, y en su tierra, ella se ocupa del lanzamiento de su propia línea cosmética y ultima detalles de la apertura de Tango mío, el restaurante familiar que abrirá sus puertas en Santo Domingo. “Pero el real y gran secreto de nuestro amor es eso que vivimos juntos cuando creí que me moría”. Se refiere al episodio de salud que comenzó sobre la pista de Bailando 2014. “Después de semanas con fiebre, mucho Ibuprofeno y cero intención de parar de trabajar, acepté hacerme chequear”, relata. “Y a punto de sentarme en la mesa de Mirtha Legrand (95), me llevaron a urgencias y quedé internado en la Trinidad durante los próximos cuatro meses”. El cuadro: “Una neumonía complicada con plaquetas y glóbulos blancos por el piso. Había perdido mucho peso y tenía agua en mis pulmones”. Los pronósticos eran desfavorables. José, su médico (“y hoy mi gran amigo”), no encontraba gesto para darle el parte. “Te juro que lo vi. Vi al de la espada parado frente a mí. En ciertos momentos en los que me sentía ya muy entregado, intentaba repetirme: ´No voy a morir, no voy a morir´”, cuenta.
Estaba en “la cresta”. Su “mejor momento”. Fechas vendidas en Perú y en Bolivia. Presencias que prometían fortunas. Dos autos de alta gama sin estrenar en la cochera. “Y entonces me acordé de Jay y su lección de qué es ser rico en esta vida”, relata. “La rabia que sentía superaba el dolor. `¡No quiero morirme! ¡No ahora!´, decía. Y Mimi sostuvo mi mano todo ese tiempo. Entonces, ¿a quién puede importarle cuántos días del año pasamos separados? ¿A quién puede importarle si creemos o no en la fidelidad? Lo que hay entre ella y yo va mucho más allá de esas miniaturas. Si supimos saltar la barrera de la muerte juntos... ¿de qué me hablan?”, señala. Y es aquí donde se adentra al misticismo. “Muy pocos saben que ella hizo el Tao (”camino de la naturaleza” o “camino de los cielos”), una concepción del budismo de avanzada. Y tiene el tercer ojo abierto desde muy chica. No quisiera hablar sin conocimiento técnico, pero en situaciones límites, cuenta con la oportunidad de activar cierta clave secreta... Y te salvás”, describe.
“Una mujer con una energía realmente muy fuerte y a veces me impresiona. Así es Mimi. Por ahí me llama y me dice: ´Oye loco, ¿tú estás haciendo tal cosa?´. Y yo miro hacia todos lados para encontrar las cámaras. Es impresionante”, revela. “Ella siempre supo que yo no moriría. Desde que la conocí, y a pesar de todo, nunca dejó de ver algo lindo en mí. Sabía que en el fondo yo sufría por no haber logrado la familia que siempre quise, al menos algo parecido a lo que había conocido de chico. Porque lo único que yo pretendía era la escena de la casa, la camioneta, los dos perros y los cuatro pibes felices”, dispara. Tres ya tiene, ¿hay chances del cuarto? “Yo fracasé. Y sería sumamente injusto no ver a Mimi de blanco y con un hijo en brazos si así lo deseara. Para ella lo más fácil hubiese sido decir ´Chau´, y no hizo más que darme amor y soporte del modo más desinteresado que pueda existir. Ella tiene todo el derecho de iniciar ese camino y si me pidiese que la siguiera en esa, yo la banco. Claro que lo haría”.
Vivió en Yokohama. Se sintió Godzilla en su paso por Tokio. Encontró hogar en Las Mercedes, Bogotá. Pasó 10 años en Brasil, donde fue “el Gringo” en Curitiba y en Sao Paulo, “el primer argentino en tocar el zurdo en la Escola do samba X-9 Paulistana”. Y asegura que si hoy lo tirasen en Bangkok, “me tomaría segundos absorber el ADN Thai”. Porque dice tener la habilidad de hacer de esa baldosa que ocupe (donde fuese) su lugar en este mundo. Porque de eso se trata la felicidad: “De entender que somos esto, en este espacio, ahora mismo. Y experimentar eso que estemos haciendo, lavándonos los dientes o esta entrevista, al máximo. Como si fuesen glorias”. Así es que se propone vivir, sin cuestionar al destino ni revisar el pasado, “porque la vida no ha hecho más que enseñarme el valor que tiene el presente. Y si ya no proyecto tanto es porque la última vez que lo hice terminé en un hospital”. (Teleshow)