POR JORGE BARROETAVEÑA
Con pocas vacunas, no queda otra que volver a encerrarnos
La pesadilla no termina y sigue escribiendo capítulos. Como un deja vu, estamos otra vez en Fase 1, aunque hay dudas sobre el alcance de las restricciones y cómo será en las provincias. De todas maneras el confinamiento parece la única medida efectiva para parar el tsunami en que se convirtió la segunda ola de la pandemia.
Por Jorge Barroetaveña Contra la realidad no se puede y los datos que escupen todos los días las estadísticas no dejan alternativas. Con una campaña de vacunación atrasada, escaso acatamiento a las medidas que estaban vigentes y una velocidad exponencial de los contagios, el panorama no puede ser peor. “Estamos en el peor momento de la pandemia”, describió el jueves un atribulado Presidente de la Nación que esbozó poca autocrítica y deslizó en otros las responsabilidades de la situación actual. Es cierto que la pandemia sigue azotando a muchos países del mundo. Incluso aquellos que han vacunado más que la Argentina. Pero es innegable que las vacunas que debieron llegar no llegaron, o al menos las que él mismo anunció muchas veces. Estamos a las puertas del invierno y el porcentaje de vacunación sigue siendo bajo. Eso sin contabilizar los problemas evidentes que tuvo la campaña, con problemas de coordinación y denuncias varias entre ellas los vacunatorios VIP. Algo más vergonzoso aún cuando hay millones de argentinos que esperan por su dosis. En este contexto, un puñado de argentinos se suscribió al turismo vacunas. Se toma los vuelos a USA y hasta se puede dar el lujo de optar qué vacuna se pone. No está mal lo que hacen, si tienen la posibilidad de hacerlo. Lo que descubre esa actitud es la inmensa desigualdad que, aún en este tema, existe en la Argentina. Y profundiza la bronca contra los que se saltearon la fila y, por las razones que sean, pudieron acceder a las vacunas. La historia que todavía no se escribió será la encargada de repartir las culpas. Por eso también queda tan expuesto el debate estéril por la reforma de la justicia, con la cabeza del jefe de los fiscales de la Nación a cuestas. ¿A quién le importa ese tema? ¿Qué sentido tiene forzar un debate en el que los intereses de los protagonistas están por encima de todo? Hay razones políticas claro. Nadie ignora que más tarde que temprano habrá elecciones y al oficialismo se le va a complicar mantener su mayoría en Diputados. Le costará más conseguir quórum e imponer su propia lógica. Lo que no salga ahora difícilmente pueda salir más adelante. Por eso el apuro. El largo telón de la pandemia seguramente dejará estos temas al costado, por unos días al menos. La Argentina supera los 73.000 fallecidos desde que arrancó la crisis, estamos a las puertas del invierno con poca gente vacunada y la confianza social por el piso, descreída de tantos anuncios incumplidos. Muchos aportaron para esto. El sistema de salud colapsó y el personal no da más. Es difícil imaginar un panorama peor pero lo es que hay. Ojeroso y apesadumbrado por la circunstancia el Presidente se plantó delante de las cámaras y anunció el jueves la vuelta a Fase 1, o las medidas de confinamiento. Dijo que serán por 9 días, habrá un alto y volverán el primer fin de semana de junio. ¿Alcanzará? Sólo Dios lo sabe porque ni los especialistas se animan a pronosticarlo. Dependerá del grado de acatamiento de la sociedad a las medidas y de la velocidad que se le imprima al lento ritmo de vacunación que lleva la Argentina. Pero volvemos al principio: si no hay vacunas o hay pocas, es una obviedad decir que estaremos igual. “Lo peor que puede pasar es naturalizar esta cantidad de muertos y contagiados”, agregó Fernández en otro tramo de su discurso. Por si no alcanzara con el fantasma de la muerte rondando a millones de argentinos, los bolsillos flacos les recuerdan que hay que salir a trabajar. Se anunciarán medidas paliativas, cuyo alcance es cada vez menor, y la mayoría quedará al margen. Alguien dijo hace pocos días que los niveles de pobreza son obscenos. “Africanos”, agregó otro para horrorizarnos. Lo más triste de todo es que tiene razón. Los países europeos que también sufrieron la pandemia, tienen más recursos. El cheff internacional argentino Mauro Colagreco contó que el estado francés le pagaba el 70% de los sueldos de los empleados de su famoso restaurant. Estados Unidos, después de perder 20 millones de empleos, que le costaron la reelección a Trump, se recupera rápido, más con la visión fuerte que tiene “Juan Domingo” Biden sobre el estado. Nadan en vacunas dicho sea de paso. En el sur las cosas son distintas. No hay para darse lujos, y menos para pensar en grandes ayudas. “Es inmoral la distribución de vacunas”, despotricó el Presidente en la Cumbre de la Salud del G-20. Habló su conciencia quizás pensando que si hubieran sido más eficaces, la famosa segunda ola nos hubiera encontrado mejor parados. Tarde. La película de terror sigue y no sabemos adónde estará el final.
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