DÍA MUNDIAL DEL ADN
Tatiana Sfiligoy: La identidad desde la mirada de una nieta restituida y afrodescendiente
Oriunda de Córdoba, la psicóloga y activista por los Derechos Humanos actualmente reside en Gualeguaychú. Además de ser la primera nieta restituida por Abuelas de Plaza de Mayo, inició en los últimos años un camino por descubrir sus raíces afro. Un testimonio de vida que dialoga con el pasado y el presente de nuestra historia.
Cada 25 de abril se celebra el Día Mundial del ADN en conmemoración del descubrimiento en 1953 de la estructura en doble hélice del ácido desoxirribonucleico (ADN), uno de los hallazgos científicos más significativos del siglo XX y de mayor impacto en la humanidad. La creación de este día fue impulsada en 2003, luego de que culminara el famoso Proyecto Genoma Humano, que logró mapear y secuenciar el genoma humano –es decir, el conjunto de genes que determinan nuestras características–, lo que permitió una mayor comprensión de la herencia genética, la predisposición a enfermedades y la evolución de las especies. Otro hito clave en la historia de la ciencia moderna.
Pero… ¿Qué importancia tiene el ADN a la hora de pensar en algo tan intangible y socioculturalmente determinado como la identidad?, ¿Qué rol ocupó y ocupa la genética para desentrañar la historia argentina? y ¿Qué nuevas discusiones habilitan los avances científicos y en materia de Derechos Humanos para redescubrir quiénes somos? En el marco de esta fecha, y para responder a estas preguntas y abordar la cuestión de la identidad en su complejidad, Ahora ElDía conversó con Tatiana Sfiligoy, la primera nieta recuperada en el país por parte de Abuelas de Plaza de Mayo.
Tatiana tiene 51 años, es psicóloga y activista por los Derechos Humanos. Si bien nació en Córdoba y creció en Buenos Aires, actualmente vive en Gualeguaychú. Al comienzo de la conversación, resumió la historia de sus padres, Mirta Britos y Oscar Ruarte, quienes fueron secuestrados durante la última Dictadura Cívico-Militar y continúan desaparecidos al día de hoy.
En agosto de 1976 Oscar fue secuestrado en Córdoba. Tiempo después, Mirta formó pareja con Alberto Jotar, un joven de La Plata, y tuvieron a Mara (nacida como Laura). La pareja fue secuestrada en octubre de 1977 en el Gran Buenos Aires: Alberto en su domicilio, y Mirta en la vía pública. Junto a ella se encontraban Tatiana, de cuatro años, y la pequeña Laura, de tres meses, quienes quedaron abandonadas en una plaza luego del operativo militar. Años después, Tatiana recordaría la imagen de ese secuestro. Las niñas fueron internadas en distintos institutos de menores como N.N. y adoptadas de buena fe en 1978 por Carlos Sfiligoy y su esposa Inés.
Al matrimonio se le ocultó el origen de las hermanas, pero a partir de la sospecha de un amigo de la familia, que pertenecía al Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, comenzaron a indagar. Simultáneamente, las Abuelas de Plaza de Mayo –entre ellas, las abuelas biológicas de las niñas–, habían iniciado la búsqueda, y lograron localizarlas en marzo de 1980.
En casi todos los 139 casos de nietos recuperados hasta el momento se pudo hacerlo en gran medida por un descubrimiento en el uso del ADN impulsado por las Abuelas de Plaza de Mayo. En 1979, ellas leyeron en un diario que un análisis de sangre había permitido probar la paternidad en un juicio. Esto les abrió las puertas a la posibilidad de utilizar la genética para encontrar a sus nietos. Fue así que, en 1984, se desarrolló el Índice de Abuelidad, una herramienta estadística que, a partir del análisis de ADN, establece con una alta precisión la probabilidad de parentesco entre un nieto y sus abuelos. Finalmente, en 1987 se creó el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) para archivar muestras de ADN de familiares de desaparecidos y facilitar la identificación de los nietos robados.
Los Sfiligoy colaboraron desde un primer momento para establecer la identidad suprimida, de tal manera que si bien Tatiana y Mara permanecieron como sus hijas adoptivas, crecieron en contacto con su familia biológica. “Para mí fue la mejor solución en el sentido de que no perdí a mi familia biológica, pude restablecer ese vínculo con mis abuelas y seguir creciendo con una familia que me pudo dar un montón de cosas que mis padres biológicos, por obvias razones, no pudieron. Al mismo tiempo, vivimos toda esa etapa de la Dictadura sin poder decir en la escuela quienes éramos nosotras. Esos primeros años fueron bastante difíciles porque ya habíamos padecido situaciones horribles, y ahora teníamos que seguir ocultando que éramos hijas de desaparecidos, con cierto temor y estigmatización”, contó Tatiana.
Y agregó: “Siempre supe que era adoptada, no era una sorpresa para mí. Aunque al momento de encontrar a las abuelas mi primera reacción fue desconocerlas. Yo era muy chiquita, pero es un poco la reacción que tienen todos los nietos recuperados cuando los encuentran. Es un mecanismo de defensa porque implica aceptar la realidad de que tenés papás desaparecidos”.
El proceso por el que Tatiana tomó de a poco real dimensión de lo ocurrido y comprendió lo que implicaba ser quien era, se dio –de alguna manera– al mismo tiempo que la sociedad argentina, cegada y silenciada durante los años de la dictadura. “A los 12 años fue cuando finalmente entendí que mis papás no iban a volver, que estaban muertos y que había pasado esta situación tan terrible en la historia de la Argentina. Empecé a entender que no era el único caso, que había otros chicos que también habían pasado por situaciones similares”.
Sentirse parte de esta historia, y hacerse cargo de la misma, fue uno de los grandes motores que impulsaron a Tatiana a involucrarse en la causa de los Derechos Humanos y a trasladar este compromiso en otros aspectos de su vida, como su trabajo. “Muchos hijos o nietos, quizá no tienen el interés de asumir un lugar en la lucha. A mí me tocó ser la primera nieta encontrada por Abuelas de Plaza de Mayo por una cuestión azarosa. Asumir ese rol implica también una responsabilidad social, de la que por momentos me repliego un poco y en otros salgo a la luz, porque también es mi propia vida y no la de otro personaje. La historia te puede marcar en un montón de aspectos, pero tampoco te determina como persona. En mi caso, un poco por mi historia y otro poco por la familia en la que crecí, siempre me sentí aludida por distintas cuestiones sociales y decidí involucrarme”, expresó.
Y añadió: “El camino que cada uno de nosotros toma también tiene que ver con la búsqueda de esos derechos por los cuales nuestros padres también pelearon: la Salud, la Educación, el Trabajo y la Vivienda Digna. Y después, el Derecho a la Identidad. Todos los días, cuando trabajo en mi consultorio, trato de ejercer esos derechos con cada uno de mis pacientes. Fui una víctima del terrorismo de Estado, pero hoy en día no lo soy. Considero que estoy en un lugar desde donde puedo hacer mucho por otros, así como en su momento muchos también dieron posibilidades para ser quien soy hoy”.
Un nuevo giro en la búsqueda identitaria: las raíces afro
Hace algunos años, el vínculo de Tatiana con la cuestión identitaria dio un nuevo giro cuando se reconoció afrodescendiente, y comenzó un camino por conocer más sobre la historia de la esclavitud en Argentina y los lazos que la unen a ella por vía materna. “Este era un tema que me había llamado la atención, pero del que nunca me había hecho cargo y no buscado para atrás en mi historia. Hasta que en la pandemia, mientras trabajaba con fechas, nombres y lugares en relación al expediente de mis padres en los Juicios de Lesa Humanidad, busqué y obtuve la partida de nacimiento de mi abuela materna. Ahí se dio una especie de proceso interno, y caí en la cuenta de que hasta ese momento no había visto que ella tenía rasgos claramente afro y que yo también los tengo. Lo mismo de recordar conversaciones y otras cuestiones de mi abuela. Fue ahí que me dije: yo también soy afro. Todavía estoy en la búsqueda más específica, que tiene que ver con las poblaciones que se asentaban en Córdoba, por donde pasaba el Camino Real, en épocas de la colonia. Al mismo tiempo también fue un poco como un camino espiritual”, recordó.
Luego, contó que al comunicárselo a su hermana, esta se hizo un análisis de ADN que detecta el porcentaje de pertenencia de una persona a los distintos grupos étnicos que componen su árbol genealógico, abarcando muchas generaciones hacia atrás. Los resultados confirmaron los ancestros africanos de las hermanas. A su vez, Tatiana comentó que próximamente aprovechará un viaje al exterior para realizar este mismo estudio ella misma. “Esto terminó también de cerrar esta cuestión Afro, y también me lleva a poder a poder identificarme como parte de una cultura, de la resistencia, de la alegría. A mí me pasó algo doble: primero encontrar mi identidad en relación a mis padres y después reencontrarla en función de mis ancestros y de mis orígenes, algo que para mí fue sumamente importante”, manifestó.
Y agregó: “Me parece que todavía a la población argentina nos cuesta hablar de que somos también una comunidad afro. Hay una resistencia muy fuerte en función de lo cultural, de que el famoso ‘crisol de razas’ que es la Argentina, también incluye a los pueblos originarios y la afrodescendencia”.
Mientras sigue su camino de investigación y reconexión con su herencia familiar, Tatiana participa de la Asociación Civil “EntreAfros”, una entidad que nuclea a personas de Entre Ríos que se reconocen afrodescendientes y que trabajan en el rescate de su historia. “Con ellos fue también encontrar un grupo de pertenencia, donde poder también seguir investigando, seguir sacando el tema a la luz y poder encontrar qué alternativas tenemos en este momento, en esta ciudad, en estos lugares, para poder convocar y quitar esta estigmatización que se tiene de lo afro”, concluyó.